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Cardenio, Luscinda y Fernando

Para la Biblia, el verdadero amor, el amor ideal, el amor del alma, es el que sólo desea la felicidad de la persona amada sin exigirle nada.

EL PUNTO EN LA PALABRA AUTOR 89/Juan_Antonio_Monroy 13 DE SEPTIEMBRE DE 2024 09:41 h
Imagen de [link]Karl Magnuson[/link], Unsplash.

La vida de Cardenio, que se inicia en el capítulo 23 de la primera parte, se prolonga hasta el capítulo 47.



Estando Don Quijote en Sierra Morena se encontró con un cabrero, que le contó una extraña historia. Seis meses antes había llegado al lugar «un mancebo de gentil talle y apostura» montando una mula. Preguntó «que cuál parte de esta sierra era la más áspera y escondida». El cabrero respondió que aquella misma donde estaban.



Desapareció el joven y no volvieron a verle. Unos días después, según el cabrero sabía, salió al camino y la emprendió a puños con un pastor, al que quitó el pan y el queso que llevaba. Pasaron otros dos días y volvieron a verlo, «el rostro desfigurado y tostado por el sol, rotos los vestidos». Saludando cortésmente dio a entender que era el hombre al que se estaban buscando.



Estando en lo mejor de su plática con el cabrero y sus acompañantes, le sobrevino un ataque de locura, murmurando palabras extrañas «¡Ah, fementido Fernando! ¡Aquí, aquí me pagarás la sinrazón que me heciste: estas manos te sacarán el corazón, donde albergan y tienen manida todas las maldades juntas, principalmente la fraude y el engaño!».



Es aquí donde entran en juego los otros dos personajes de la historia: Luscinda, la mujer amada por Cardenio y don Fernando, el mal amigo, pretendiente a la fuerza de Luscinda.



Don Quijote escuchaba con mucha atención las palabras del cabrero. Le pedía que la contara con detalles. Le ocurrió algo mejor, porque en aquel mismo instante el propio Cardenio apareció por una quebrada de la sierra y se llegó donde ellos estaban. Don Quijote se apresuró a darle un abrazo. Cardenio, a quien Cide Hamete llama aquí el Roto de la Mala Figura, puso sus manos sobre los hombros de Don Quijote y «le estuvo mirando, como que quería ver si le conocía; no menos admirado quizá de ver la figura, talles y armas de Don Quijote de verle a él».



Con evidente hambre, Cardenio pidió por Dios que le diesen algo de comer, que después de haber comido contaría su historia. Tanto Sancho como el cabrero le dieron lo que pedía. Comía tan de prisa que no daba espacio de un bocado a otro. Acabada la comida, todos se acomodaron en un pequeño prado verde, donde Cardenio contó la historia de su vida y por qué se encontraba en aquel lugar de Sierra Morena.



Dijo llamarse Cardenio, natural de una ciudad de Andalucía. Era de linaje noble, hijo de padres ricos. En la misma ciudad vivía una joven de nombre Luscinda, «a quien amé, quise y adoré desde mis tiernos y primeros años, y ella me quiso a mi, con aquella sencillez y buen ánimo que su poca edad permitía».



Sigue la historia.



Luscinda pide a Cardenio que la pida a su padre por esposa. Lo hace, pero el padre de Luscinda aplaza la respuesta.



En esto el padre de la joven recibe carta de un poderoso duque conocido como Ricardo. Le pedía que enviase a Cardenio para que fuese «compañero, no criado, de su hijo mayor».



Cardenio habla con Luscinda y la pone al corriente de su partida a tierras del duque Ricardo. «Ella le confirma con mil juramentos y mil desmayos» que esperaría su regreso.



El duque Ricardo tenía dos hijos. El mayor, cuyo nombre no se menciona, y el menor, Fernando,«mozo gallardo, gentil hombre, liberal y enamorado». Cardenio y él se hicieron en poco tiempo tan amigos «que daba que decir a todos».



Un día Fernando, como consta en la novela, confía a Cardenio que estaba enamorado de una hermosa labradora que trabajaba para el duque. 



Pero «así como gozó a la labradora se le aplacaron los deseos y se resfriaron sus ahíncos».



Temeroso de las reacciones del padre cuando conociera el comportamiento inmoral del hijo, don Fernando le pidió ausentarse durante un tiempo. Acompañado por Cardenio se trasladaron al lugar donde este vivía. Cardenio le presentó a su padre y a Luscinda, su novia, con la que esperaba contraer matrimonio. Una noche, a la luz de una vela, Cardenio y don Fernando vieron a Luscinda en su habitación. «Vióla en sayo, tal, que todas las bellezas hasta entonces por él vistas las puso en olvido. Enmudeció, perdió el sentido, quedó absorto y, finalmente enamorado».



Cervantes olvida un tanto a Cardenio y, después de varios incidentes en los que también intervienen Don Quijote y Sancho Panza, retoma al joven enamorado en el capítulo 27.



Cardenio lee una carta de Luscinda insistiendo en que la pida al padre por esposa. Comete la imprudencia de enseñar la carta a don Fernando. Este le dice que el hablaría con su padre para aconsejarle que tratara con el de Luscinda la boda tanto deseada por su amigo. En una carta posterior, Luscinda le dice que, efectivamente, el traidor de don Fernando habló con el padre de él y con el de ella, pero lo hizo en su provecho, pidiéndola por esposa. El padre de la joven consistió en el matrimonio, «pensando en la ventaja que don Fernando tenía sobre Cardenio». La fecha de la boda quedó fijada para dos días después.



Cardenio se las amañó para ver a Luscinda antes de la fecha fijada para la boda. Al verlo, Luscinda le dijo: «Cardenio, de boda estoy vestida; ya me están aguardando en la sala don Fernando el traidor y mi padre el codicioso, con otros testigos, que antes lo serán de mi muerte que mi desposorio».



Llegó el momento tan deseado por don Fernando y tan temido por Cardenio. Entró el cura de la parroquia y dio principio a la ceremonia. Cuando pregunta a Luscinda si quiere por esposo a don Fernando la joven respondió con «voz desmayada y flaca: Sí, quiero»; al acudir el novio a abrazarla, «ella, poniéndose la mano sobre el corazón, cayó desmayada en los brazos de su madre y, desabrochándole el pecho para que le diese el aire, se descubrió en él un papel cerrado que don Fernando tomó luego y se puso a leer».



A don Fernando le apreció que Luscinda «le había burlado y escarnecido y tenido en poco».



Luscinda ingresó por un tiempo en un monasterio, «con voluntad de quedarse en él toda la vida, si no la pudiese pasar con Cardenio». (El Quijote, primera parte, capítulo 36)



Cardenio se internó en Sierra Morena, donde vivió tiempos de locura y tiempos de lucidez.



El cura de la aldea de Don Quijote, quien junto al caballero y a otros testigos presentes escuchaban la historia de Cardenio, dio por nulo el matrimonio de Luscinda con don Fernando, alegando que Fernando no era persona hábil para contraerlo, puesto que era hombre casado. Por otro lado, Luscinda pronunció el sí por la opresión de sus padres, sacrificándose conscientemente. Además, no había indicación alguna de que el matrimonio fuese consumado.



Nos encontramos ante una bellísima historia de amor, protagonizada por una mujer y dos hombres: Luscinda, Cardenio y don Fernando.



En el Antiguo Testamento, primera parte de la Biblia hay otra historia de amor narrada por Salomón, tercer rey de Israel. Se titula Cantar de los Cantares, del que he dado cuenta en otras letras. Compuesta de ocho capítulos, en los cuales no se menciona a Dios ni una sola vez, siquiera en la variante de Jehová, trata del amor entre un pastor y una pastora, a quien toda la fama, el poder, la riqueza y la sabiduría de Salomón no logran que la pastorcilla deje de ser fiel a su amado, el pastor que guardaba el ganado por los montes del Líbano.



El amor es un tema complejo tanto en la vida como en la Biblia.



El amor llena la Biblia. El amor no escapa al influjo de Dios. En la Biblia, el amor es la norma fundamental de las relaciones humanas. El amor existe porque Dios es amor. Este amor aletea desde los primeros capítulos del Génesis, primer libro de la Biblia. En la formación de Eva interviene un acto de amor: «No es bueno que el hombre esté solo». En los capítulos siguientes Dios promete al ser humano bienes y bendiciones que revelan la existencia de un amor único, desinteresado, sin que hombres y mujeres no hagan otra cosa que recibir lo que se ofrece gratuitamente.



En el plano puramente humano el amor es «fuerte como la muerte» y sus brasas son «brasas de fuego». Según el Nuevo Testamento, el amor es la única manifestación de la divinidad. Un amor que se adelantó a las intenciones del ser humano: «Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero». (1ª Juan 4: 10).



Para la Biblia, el verdadero amor, el amor ideal, el amor del alma, es el que sólo desea la felicidad de la persona amada sin exigirle nada a cambio. Así es el amor de Dios.



 



 



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