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En el principio creó Dios

Sólo Dios puede llamar a la existencia aquello que antes no existía. Sólo Dios puede crear.

ZOé AUTOR 87/Antonio_Cruz 25 DE JULIO DE 2024 17:08 h
Imagen de [link]Raphael Renter[/link], Unsplash.

La Biblia empieza afirmando que hubo un principio y que tal inicio de todas las cosas se debió exclusivamente a la acción del único y eterno Dios creador. Por supuesto que esto contradecía las creencias míticas de las culturas periféricas a Israel, que suponían la eternidad de la materia y que a partir de ésta se habrían formado las divinidades. El texto bíblico dice precisamente todo lo contrario. Sin embargo, no creo que se trate sólo de un relato teológico opuesto al paganismo antiguo, sino que hay mucha más información verídica detrás de esta narración bíblica, tal como se puede comprobar analizando las principales conclusiones de las ciencias experimentales contemporáneas. A veces, se dice que un texto compuesto hace miles de años difícilmente puede tener algo que ver con la cosmovisión científica de hoy. Sin embargo, la Biblia no es un libro cualquiera y lo que en ella se afirma tiene mucha más trascendencia de lo que pudiera pensarse.



Durante muchos siglos, la humanidad creyó que el mundo había existido desde siempre. El hinduismo, por ejemplo, venía proponiendo que el universo era cíclico, que nacía, crecía, moría, volvía a renacer y así sucesiva o eternamente. Aristóteles defendía también la eternidad del cosmos y estaba convencido de que, aunque la región inferior del mundo estaba poblada por seres finitos como nosotros, los constituyentes últimos de la materia eran indestructibles y eternos. Más tarde, filósofos como Immanuel Kant y otros propusieron asimismo en sus escritos que el universo era infinitamente antiguo. Esta creencia es precisamente la que sostuvo la ciencia oficial hasta la aparición de la teoría cosmológica del Big Bang, a principios del siglo XX, y es la que todavía continúan añorando algunos nostálgicos de la eternidad de la materia. Sin embargo, las evidencias que sustentan un principio para todo lo material, la energía, el espacio y el tiempo son cada vez más sólidas, tal como afirma el primer versículo bíblico. Según éste, “los cielos y la tierra” -materia finita- fueron creados por el Dios infinito, que está más allá del mundo material porque es trascendente y eterno. Tal mensaje revelado fue verídico y pertinente en su momento, pero también lo sigue siendo todavía hoy. 



El verbo “creó” se escribe “bara” en hebreo y suele emplearse en aquellas frases en las que el sujeto es Dios. Sólo Él puede llamar a la existencia aquello que antes no existía. Sólo Dios puede crear. En ocasiones suele decirse que el ser humano “crea” cosas tales como máquinas, obras de arte, libros, ciudades, etc., sin embargo, todo esto siempre se hace a partir de materiales preexistentes. La verdadera creación a partir de la nada (creatio ex nihilo) sólo puede realizarla el Altísimo. Curiosamente, este verbo hebreo bara (crear) sólo se emplea en el primer capítulo de Génesis para tres cosas: la creación de los cielos y la tierra; a propósito de los animales marinos y las aves; así como en la creación del ser humano como varón y hembra. Es como si se quisiera indicar que Dios creó algo radicalmente nuevo que antes no existía, como el universo, la vida animal y la humana. Algunos dicen que el verbo bara se usa en el Antiguo Testamento no sólo para la creación de cosas materiales por parte de Dios, sino también para cosas inmateriales como el propio pueblo de Israel, la oscuridad, la localización geográfica del norte y el sur, el rey de Tiro, etc.[1] Sin embargo, nada de todo esto es verdaderamente inmaterial ya que también forma parte del mundo material creado por Dios o es consecuencia del mismo. De manera que la doctrina cristiana de la creación a partir de la nada, tal como han reconocido tantos teólogos a lo largo de la historia, está bien fundamentada en el texto de Génesis. 



Por su parte, la palabra hebrea que se traduce por “cielos” es “shamayim” y posee tres significados diferentes en el mundo de la Biblia: la zona donde se forman las nubes y se genera la lluvia, que actualmente se llama troposfera; el espacio sideral de los astros y las estrellas, conocido propiamente como universo; así como la morada espiritual desde donde gobierna Dios. De ahí que en la antigüedad se hablara del primer, segundo y tercer cielo. Por ejemplo, el apóstol Pablo se refiere a un hombre que “fue arrebatado hasta el tercer cielo”, es decir al paraíso celestial (2 Co. 12:2-4). Como el hebreo de la Biblia no posee ninguna palabra específica para referirse al universo, el término shamayim debe entenderse como el segundo cielo antiguo o la totalidad del universo físico. De manera que, según el primer versículo de Génesis uno, el universo, así como el espacio y el tiempo, empezaron a existir gracias a un acto creativo de Dios. Ninguna otra religión que no se inspire en la Biblia (como el Corán o los escritos mormones) se atrevió jamás a decir lo mismo. Sólo la Escritura afirma que todo vino de la nada, gracias a la milagrosa actividad del único Dios trascendente.



La primera confirmación científica de esta aseveración bíblica vino de la mano de la observación de la velocidad a la que se movían las galaxias, que indicaba un principio del cosmos.[2] El doctor Hugh Ross -astrónomo australiano- resume así las consecuencias de dicha observación: “el teorema del espacio-tiempo estableció que un universo que contiene masa y en el que la relatividad general describe con fiabilidad los movimientos de los cuerpos astronómicos debe remontarse a un principio del espacio y el tiempo, lo cual implica que fue traído a la existencia por un Agente causal que trasciende el espacio y el tiempo”.[3] Posteriormente, numerosos trabajos científicos han venido confirmando este principio espacio-temporal del cosmos.



Entre el primer y segundo versículos de Génesis uno, hay un punto sumamente significativo que ha hecho correr mucha tinta a lo largo de la historia. Algunos teólogos se inventaron la llamada “teoría de la brecha” con el fin de encajar los miles de millones de años que postula la ciencia. Dicha teoría supone que el mundo perfecto creado al principio degeneró y se volvió desordenado, vacío y en tinieblas. Otros fueron más allá y aseguraron que dicho cambio se debió a la acción negativa de Satanás y sus huestes malignas. Por lo tanto, los seis días de la creación corresponderían a la restauración posterior de dicho mundo degenerado y habrían sido días literales de 24 horas. En este sentido, la Biblia anotada de Scofield hace el siguiente comentario: “la tierra había sufrido un cambio catastrófico como resultado del juicio divino. Por toda la faz de la tierra hay evidencias de tal cataclismo. En las Escrituras hay ciertas insinuaciones acerca de la posible relación de este evento con el de la prueba y caída de ciertos ángeles, en el período precedente”.[4] No obstante, esta teoría tiene varios puntos débiles. El principal de ellos es que se fundamenta en una mala traducción del verbo hebreo “hayâ”. En vez de traducirlo por “estaba” -que es lo correcto- lo interpretan como “llegó a estar”, sugiriendo así que la Tierra no empezó sin forma y vacía, sino que llegó a estar sin forma y vacía. Acto seguido, se concluye que la ciencia moderna tiene acceso a la antigua creación degenerada, mientras que la Biblia se refiere a la reciente reparación de la creación por la acción divina. En la actualidad, dicha teoría no goza de mucha aceptación, pero sigue teniendo algunos defensores.



En nuestra opinión, el principal cambio significativo que hay entre el versículo uno y el dos es que se pasa de una visión general del universo a un enfoque mucho más particular y concreto de la Tierra. A partir de ese momento, la narración bíblica se dirige a un hipotético observador humano que estuviera situado sobre la superficie del planeta en formación y pudiera observar los enormes cambios que ocurrirán en el mismo. El redactor de Génesis pasa del universo en su totalidad al planeta Tierra, que llegará a ser la morada del ser humano y del resto de la vida animal. Todos estos cambios debieron ser lentos y progresivos, tal como propone la geología moderna y de ninguna manera pudieron acaecer en el transcurso de una semana literal. Esto implica que la palabra hebrea para “día” (yôm) puede significar también largos períodos de tiempo finito. Este sustantivo posee en hebreo cuatro posibles definiciones distintas: las tres horas diurnas que van desde las 12 del mediodía a las 3 de la tarde; todas las horas diurnas; un día completo de 24 horas y un largo período de tiempo. Si Moisés hubiera querido hablar de esta última definición -un largo período indefinido- no habría tenido más remedio que usar el término yôm. Las palabras hebreas que se traducen para “mañana” y “tarde” también se podían traducir por “principio” y “fin” porque el idioma hebreo -tan parco en sustantivos- lo permite.



Continuará...



 



Notas



[1] Wall, M. 2023, Génesis, Creación, Edén y Diluvio, Clie, Viladecavalls, Barcelona, p. 57.



[2] Hawking, S. y Penrose, R. 1970, “The Singularities of Gravitational Collapse and Cosmology”, Proceedings of the Royal Society of London A, Vol. 314, nº 1519, pp. 529-548.



[3] Ross, H. 2023, Navegando Génesis, Kerigma, Salem, Oregón, p. 35.



[4] Biblia Anotada de Scofield, 1973, Publicaciones Españolas, Dalton, Georgia, pp. 1-2.



 



 



 



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