No hay comparación posible entre la Biblia y el resto de los libros de las demás religiones del mundo.
La Biblia es, entre todos los demás libros religiosos del mundo que pretenden ser revelación divina, el único que aporta pruebas convincentes para ello. Las palabras proféticas de los hombres inspirados por Dios y contenidas en el Antiguo Testamento se cumplen cientos de años después en el Nuevo. El propósito fundamental de las profecías bíblicas es confirmar el plan redentor divino para la salvación del ser humano. Es verdad que el Corán es también para los musulmanes la palabra de Alá revelada al profeta Mahoma, con el fin de que la humanidad actúe de acuerdo con sus condiciones particulares. Sin embargo, en ningún lugar de dicho libro se aportan pruebas que justifiquen tal pretensión. De la misma manera, el Libro del Mormón está plagado de inconsistencias y errores históricos que lo hacen inviable. Tampoco el budismo dispone de ninguna revelación divina porque ni siquiera cree en la existencia de Dios. Por su parte, los Vedas o documentos sagrados del hinduismo sólo son descripciones de las prácticas de los primeros creyentes, así como himnos, rituales y filosofías, pero no contienen nada que pueda calificarse como revelación divina, a pesar de creer en más de 300 millones de dioses. En fin, no hay comparación posible entre la Biblia y el resto de los libros de las demás religiones del mundo.
Esto no suele decirse mucho hoy, quizás porque vivimos en sociedades plurales y no resulte políticamente correcto. Algunos creen que, para mantener la convivencia entre las diversas creencias religiosas, conviene silenciar las convicciones personales o reducirlas al ámbito de la familia y la iglesia. Pero las cosas son como son. Lo cierto es que, de todas las religiones que hay en el mundo, únicamente el hebreo-cristianismo proporciona un conocimiento religioso que puede defenderse lógicamente. Aunque muchos crean que en el fondo todas las religiones persiguen lo mismo o que no son tan diferentes unas de otras, la verdad es que cuando se formula la pregunta acerca de cómo obtener la salvación, inmediatamente aparecen las tensiones entre el cristianismo, judaísmo, hinduismo, budismo, islamismo, etc. De ahí que los intentos de crear una única religión mundial vagamente teísta hayan resultado siempre en fracaso.
No obstante, todos los escritores del Nuevo Testamento estaban convencidos de que el Antiguo (la Ley y los Profetas) constituía las llamadas Escrituras y que el autor de tales escritos, aunque habían sido transcritos por manos humanas, era Dios mismo. El apóstol Pablo, por ejemplo, escribe: Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones (Gá. 3:8). El gran apóstol de los gentiles entendía que las profecías dadas por Dios en la antigüedad se cumplieron muchos años después. Los profetas humanos expresaron aquello que Dios les inspiró, incluso aunque en ocasiones no lo comprendieran. No publicitaron sus propias ideas sino la voluntad expresa de Yahvé ya que “ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada” (2 P. 1:20). Los redactores novotestamentarios coincidieron en considerar la totalidad de las Escrituras hebreas como una gran profecía que apuntaba a Jesucristo. Esto es lo que se desprende de estas palabras de Pedro: Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos (1 P. 1:10-11).
Según el Nuevo Testamento, el Señor Jesús fue el cumplimiento de la Ley, el sumo sacerdote que se sentó a la diestra de Dios (He. 8:1), el sacrificio definitivo y, en fin, el Mesías prometido al pueblo de Israel. El cristianismo hunde sus raíces en el Antiguo Testamento porque lo considera el germen de todo lo que vino después. Y de semejante planta surgió el fruto exquisito e imperecedero de Cristo, capaz de dar vida abundante a la criatura humana. Así pues, el Señor Jesús, al cumplir en su persona las profecías antiguas, no puede ser considerado sólo como un maestro de moral o un profeta como tantos otros, sino como el auténtico Dios hecho hombre. Es por esto, que el Evangelio de Cristo no se puede comparar con las demás religiones inventadas por el ser humano. La excepcionalidad de la Biblia nos habla claramente de la singularidad de Jesús.
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