Chastain vs. Hathaway

"Lo que ya fue, eso es lo que hay; y lo que ha de ser, ya fue; y Dios restaura lo que pasó”. Eclesiastés 3:15

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Vidas perfectas supone el debut en la dirección del veterano director de fotografía Benoit Delhomme, responsable del tratamiento visual de obras como El mercader de Venecia, El niño con el pijama a rayas o La teoría del todo. Como era de suponer, el aspecto de la película es elegante e impoluto. El reclamo principal sin duda es su dúo femenino protagonista: las siempre excelentes Jessica Chastain y Anne Hathaway. Si añadimos que el marco son los años 50 y el género es un híbrido entre el drama y el thriller psicológico, la propuesta es indudablemente atractiva.

Ambas son madres y vecinas, las dos familias a las que pertenecen gozan de una convivencia idílica, envidiable. Va a ocurrir algo que perturba la paz, la convivencia y la mente de las dos amigas. Películas que muestran una forma de vida envidiable, aparentemente sana y alcanzable son muchas, en esta, el propio título no puede ser más revelador (aunque una traducción del original sería algo así como “Instinto materno”). Pero la superficie, lo que se ve, lo que queremos que la gente perciba, es una cosa (y es algo que en nuestros días la incansable exposición en redes sociales ha potenciado más aún), y lo que está debajo, lo que va por dentro, la realidad que se esconde, es otra cosa muy distinta. Es cierto que en esta trama, lo que hace que a los ojos del espectador todo se transforme es un hecho concreto y demoledor ante el que es imposible que seamos capaces de prever cuál sería nuestra reacción si nos ocurriera; pero desde la primera secuencia, la decisión del director es mostrar ambigüedad en el comportamiento de los personajes e incomodar con las conversaciones íntimas de los matrimonios.

Aún con todo en aparente calma y viviendo esas vidas perfectas, pregunta el personaje de Jessica Chastain a su marido: ¿A ti te es suficiente con esta vida? Mostrando esa insatisfacción vital que todos tenemos, aunque podamos poseer y disfrutar todo lo que nos ofrece este mundo.  Son muchos, demasiados, los temas que se ponen sobre la pantalla: la culpa que podemos llegar a sentir cuando pensamos que un accidente se podría haber evitado, la frustración e impotencia de no poder cambiar algo que ya ha ocurrido y es definitivo, celos, envidias, venganza, maldad…

El problema es que todos estos aspectos temáticos interesantes son abordaos principalmente por el director atendiendo más a la fisicidad que a la psicología de los personajes. No se profundiza en ninguno realmente, y parece que solo hacen acto de presencia como golpe de efecto. Esta elección estética por parte del director también provoca que los personajes estén demasiado encorsetados, se mide todo tanto en la forzada puesta de escena, que el esfuerzo de las dos actrices pierde toda naturalidad y frescura.

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Como nos recuerda Eclesiastés, nada de lo que ya ha ocurrido se puede cambiar, y todo lo que ocurre está bajo el control de Dios. A veces asumirlo nos cuesta e incluso nos parece imposible, pero solo podremos seguir adelante con plenitud si somos conscientes de que podemos descansar en la promesa de restauración.