Hay una clara distinción entre el ser trascendente y el mundo inmanente. ¿Cómo puede siquiera pensarse que el relato de la Biblia sea copia de la mitología de otros pueblos?
De la misma manera sobrenatural que Dios reveló los diez mandamientos a Moisés, en el monte Sinaí, también pudo revelarle todo lo que se relata en Génesis acerca de los orígenes.
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Hay que tener en cuenta que Moisés estuvo cuarenta días en dicho monte. Negar esta posibilidad suele hacerse generalmente desde planteamientos antisobrenaturalistas pero, si se acepta que Dios manifestó su voluntad a los profetas, no hay motivos relevantes para rechazarla.
No obstante, como la Escritura no lo dice expresamente, quizás también pueda pensarse que Moisés recopiló documentos antiguos, tanto orales como escritos que se habían ido transmitiendo de generación en generación, y que gracias a ellos compuso el Génesis.
Esta posibilidad, desde luego, sólo hace retroceder en el tiempo la revelación que Dios concedió al ser humano acerca del origen del mundo. ¿De dónde surgieron tales documentos y tradiciones orales tan superiores a todos los mitos cosmogónicos de otros pueblos?
Si el Creador no se lo reveló directamente a Moisés, tuvo que hacerlo con algún o algunos antepasados suyos. No es nada probable que los inventara el ser humano ya que son radicalmente diferentes a lo que creían las demás civilizaciones periféricas a Israel.
Ciertos autores ven indicios de tales tradiciones antiguas en la manera en que el texto de Génesis se refiere a tales relatos sobre los orígenes.
Por ejemplo, la descripción de la presencia del hombre en el huerto de Edén empieza con estas palabras: “Éstos son los orígenes de los cielos y de la tierra…” (Gn. 2:4).
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El capítulo 5, que se refiere a los descendientes de Adán, se inicia así: “Éste es el libro de las generaciones de Adán” (Gn. 5:1). ¿A qué libro se refiere? Cuando Noé empieza a construir el arca, se dice: “Éstas son las generaciones de Noé” (Gn. 6:9). Y así sucesivamente en muchos textos más (Gn. 10:1, 32; 11:10, 27; 25:12, 19; 36:1 y 37:2).
Tales introducciones podrían representar otros tantos textos antiguos, registros familiares, escritos o libros que se fueron transmitiendo de generación en generación hasta llegar a Moisés, quien los habría ordenado y puesto por escrito en el libro de Génesis, inspirado por el Espíritu.
Desde otra perspectiva diferente, muchos partidarios de la Hipótesis Documentaria han venido afirmando que el autor del libro de Génesis se inspiró en mitos sumerios, acadios, babilonios o asirios.
Es cierto que cuando se compara el relato bíblico con las cosmogonías o relatos míticos sobre el origen del mundo de estos pueblos se pueden encontrar ciertas similitudes.
Por ejemplo, en el Enuma Elish sumerio se dice que la diosa Ki tomó un hueso del dios Enki y creó a otra diosa a quien llamó Nin-ti, la “mujer del hueso”.
En base a esto, tales autores sugieren que Moisés, o quien fuera el redactor de Génesis, se inspiró en dicho mito para escribir también que Dios creó a Eva partiendo de una costilla de Adán.
Asimismo, el dios Enki al descubrir el comportamiento inadecuado de los humanos los habría expulsado del paraíso. Y también la historia del Diluvio encuentra ciertos paralelismos con la leyenda sumeria de Utnapishtim.
No obstante, otros autores han rechazado esta hipótesis acerca de la dependencia bíblica de mitologías paganas de la antigüedad.
Por ejemplo, el eminente exégeta católico Maximiliano García Cordero, que fue catedrático de la Universidad Pontificia de Salamanca, al comparar el relato sumerio con el bíblico, en relación a la formación de la mujer, escribió: “el autor bíblico quiere destacar que la mujer, al ser formada del hombre, tiene una dignidad humana en todo igual a la del hombre, y por ello que es más que el animal imperfectum o el mas occasionatum de Aristóteles. Nada similar encontramos en los relatos mesopotámicos”.[1]
En relación al supuesto parecido entre Adán y Enki (o Enkidu), García Cordero dice también:
“en el relato bíblico aparece Adán como un ser sumamente inteligente, ya que impone el nombre a cada uno de los animales en conformidad con su naturaleza específica, mientras que Enkidu, como hombre-salvaje aún no promocionado, se halla en un estado animalesco, sin ciencia superior netamente humana. (…) No hay, pues, ningún parecido sustancial entre Adán, primer hombre, y Enkidu (…). La perspectiva es totalmente diferente y no hay ningún motivo para relacionar el relato bíblico con el famoso poema mesopotámico”.[2]
El arqueólogo y lingüista italiano Sabatino Moscati se refirió también a las suposiciones de la escuela de Wellhausen, que retrasó en varios siglos la redacción del Pentateuco y afirmó la dependencia del relato bíblico del Génesis de los mitos paganos, manifestando lo siguiente:
“La confrontación de la literatura bíblica con la mesopotámica, la ugarítica y otras ha demostrado la posibilidad de que una serie de leyes, de conceptos y de costumbres se remonten bastante más lejos de lo que creía la escuela de Wellhausen. Además, y especialmente gracias a investigadores escandinavos, se ha destacado la importancia de la tradición oral, que en ocasiones precede en mucho a la escrita, de suerte que la época tardía de la redacción de muchos textos no excluye que su contenido se remonte más atrás en el tiempo. (…) la crítica moderna ha modificado el planteamiento wellhausiano en muchos puntos, haciendo dar marcha atrás a sus avanzadas afirmaciones y revalorizando en notable medida la tradición”.[3]
En las mitologías paganas y politeístas de la antigüedad, independientemente de los pueblos en que florecieron, suelen darse siempre las mismas características: las divinidades aparecen a partir de materia terrestre preexistente, se reproducen mediante uniones sexuales, suelen generarse conflictos entre ellas como celos, envidias y traiciones similares a las humanas y casi siempre un dios se torna superior a todos los demás para dominarlos.
Nada de todo esto tiene algo que ver con el Génesis bíblico. En éste, lo único eterno es el Dios creador, no la materia, ni el tiempo. Él es el Sumo Hacedor de todo lo existente.
Hay, por tanto, una clara distinción entre el ser trascendente y el mundo inmanente. ¿Cómo puede siquiera pensarse que el relato de la Biblia sea copia de la mitología de otros pueblos?
Lo más lógico es creer que Moisés pudo escribir lo que escribió porque estuvo en íntimo contacto con Dios y Él se lo reveló de forma sobrenatural.
[1] García Cordero, M., 1977, La Biblia y el legado del Antiguo Oriente, BAC, Madrid, p. 26-27.
[2] Ibid. p. 28-29.
[3 Moscati, S., 1960, Las antiguas civilizaciones semíticas, Garriga, Barcelona, p. 173.
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