El sacrificio de las mujeres que acababan de alumbrar para entrar en el Templo debía ser de un cordero de un año y un palomino o una tórtola
El evangelista Lucas narra la presentación a Dios del bebé Jesús, realizada en el templo de Jerusalén, mediante las siguientes palabras:
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Cumplidos los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre JESÚS, el cual le había sido puesto por el ángel antes que fuese concebido.
Y cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, conforme a la ley de Moisés, le trajeron a Jerusalén para presentarle al Señor (como está escrito en la ley del Señor: Todo varón que abriere la matriz será llamado santo al Señor), y para ofrecer conforme a lo que se dice en la ley del Señor: Un par de tórtolas, o dos palominos (Lc. 2:21-24).
Después del nacimiento, según la ley dada a Moisés, todo varón judío debía ser circuncidado, la madre tenía que realizar la purificación ceremonial y posteriormente había que presentar al primogénito en el templo para su rescate.
Al octavo día después del parto, se le recortaba el prepucio y se le ponía el nombre. La ciencia moderna ha comprobado que precisamente ese día es cuando existe mayor concentración de protrombina en la sangre de los bebés y por ello es el mejor momento para realizar la operación ya que la herida coagula pronto y cicatriza antes.[1]
¿Cómo podían saber este misterio bioquímico los antiguos hebreos? Se trata de esa sabiduría que viene de lo alto.
Ponerle nombre al bebé era privilegio del padre. Sin embargo, en este caso, el nombre “Jesús” ya le había sido puesto por el ángel antes de que fuese concebido (v. 21).
Tanto José como María, aceptaron fielmente la revelación del mensajero de Dios y respetaron su indicación. “Jesús” es la forma griega del hebreo “Josué”, que significa literalmente “Yahvé es salvación”.
El solo nombre del Hijo del Altísimo indica ya su misión en el mundo. Jesús no fue un bebé cualquiera sino aquél que vino a redimir a la humanidad.
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¿De qué tenía María que purificarse? Según el rito de la purificación de los hebreos (Lv. 12:1-4), María se sometió a la ley, como las demás madres judías, y tuvo que guardar la correspondiente cuarentena.
Este período, durante el cual las mujeres que acababan de dar a luz no podían entrar en el Templo, no tenía nada que ver con algún pecado cometido por ellas o sus maridos o por ninguna otra cuestión personal de impureza moral.
Se trataba más bien de la idea de que nada contaminado por la muerte podía entrar en el Santuario del Altísimo, que era la fuente de la vida. Dios es espíritu eterno, mientras que los humanos somos temporales y nuestros cuerpos están hechos de materia física.
Nosotros nacemos, crecemos, envejecemos y morimos. Desde que venimos al mundo empezamos a morir. De manera que tanto el nacimiento como la muerte reflejaban nuestra imperfección y, por tanto, debían ser excluidos del dominio de lo sagrado.
En este sentido, todo contacto con la muerte, la sangre, el semen o con el nacimiento generaba dicha impureza cultual.
Con el fin de limpiar dicha impureza, contraída por haber estado en contacto con la muerte o con el parto, había mecanismos cultuales como los que se describen en el libro de Números (19:1-22).
El sacrificio de las mujeres que acababan de alumbrar debía ser de un cordero de un año y un palomino o una tórtola (Lv. 12:6). Sin embargo, María y José solamente pudieron realizar la ofrenda de los pobres: un par de tórtolas o dos palominos.
Lucas no menciona la otra ofrenda destinada a rescatar a los primogénitos (Nm. 18:15), lo cual significa que la vida de Jesús fue dedicada por completo al servicio de Dios.
Los padres humanos del Hijo de Dios cumplieron escrupulosamente con las prescripciones de la ley mosaica. De manera que el Altísimo entró en la historia humana mediante la persona de Jesucristo y cumpliendo su palabra expresada ya en la ley.
La historia de la salvación no aparece de la nada, sino que surge de la observancia fiel y cotidiana de la ley dada a Moisés en el Antiguo Testamento.
Las tórtolas son aves monógamas que han servido de inspiración a los poetas por permanecer fieles durante toda su vida. Se conocen varias especies y razas pero la tórtola europea (Streptopelia turtur), presente en Europa, África y Asia es migratoria y capaz de recorrer más de 4.000 km en sus desplazamientos anuales.
Pasan el invierno al sur del Sahara y en Etiopía, para regresar durante la primavera a Europa e Israel.[2] De ahí que en la Biblia se diga que su llegada anunciaba la primavera.
Hoy ya no necesitamos tórtolas, palominos ni corderos que sean sacrificados por nuestras imperfecciones naturales porque el Señor Jesucristo, al humanarse y morir en aquella degradante cruz, fue el sacrificio definitivo que rompió el velo del Templo y nos permitió morar eternamente en suelo santo.
[1] Ver la explicación médica detallada en Cruz, A. 2021, Introducción a la apologética cristiana, Clie, Viladecavalls, Barcelona, p. 179.
[2] Cruz, A. 2022, Diccionario Enciclopédico de Animales y Plantas de la Biblia, Clie, Viladecavalls, Barcelona, p. 810.
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