A Paz le sorprende el atrevimiento de Job para dialogar con Dios y se ve a sí mismo en busca del Eterno.
Octavio Paz nació en la Ciudad de México el 31 de marzo de 1914.
Su padre, también llamado Octavio, era descendiente de indígenas mexicanos. Trabajó como escribano y abogado para Emiliano Zapata. Su madre, Josefina Lozano, era de padres y abuelos españoles. Toda la familia estuvo muy ligada a la cultura. De pequeño fue criado en Mixcóac, un municipio cercano a la Ciudad de México, del que ahora forma parte.
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Recordando aquel pueblo y aquellos años, Paz escribe:
“Cuando yo era niño vivía en un pequeño pueblo de los alrededores de la ciudad de México. Mi casa estaba en una calle solitaria y abandonada; viejas casas, árboles, polvo, soledad.... La calle desembocaba en una plaza demasiado grande para una iglesia diminuta, casi ahogada por los fresnos de áspera corteza que poblaban el atrio. Aquella plaza estaba siempre vacía, excepto los días de fiestas religiosas. En ocasiones, desde temprano, una banda tocaba melancólicas marchas que querían ser marciales; en torno a los músicos, chicos y grandes formaban un absorto círculo de comedores de cacahuates. Los grandes oían sin pestañear, durante todo el día, el reducido repertorio de los músicos, infatigablemente repetido. (¿Pero oían realmente aquellas estatuas de calzón blanco, faja colorada o negra y sombreros de petate, o la música sólo era un pretexto para quedarse quietos?) Por la noche la plaza se hacía más grande y la multitud más densa; hasta la iglesia crecía. Me parecía infinita aquella plaza anegada por la sombra; y la marea de la gente, yendo y viniendo, era como una espesa condensación de la sombra infinita”.
Octavio Paz estudió la preparatoria en el Colegio Francés Morelos, hoy Centro Universitario de México, y terminó sus estudios universitarios a los 23 años en la Universidad Nacional Autónoma de la capital. Corría el 1937. Ese mismo año viaja a España, que entonces se debatía en una fratricida guerra civil. El joven Octavio se solidariza con el bando republicano, donde militaba la izquierda.En este viaje participa en el segundo Congreso de Escritores Antifascistas que tiene lugar en Valencia. En España se relaciona con los principales escritores de la época y comienza a ampliar sus lecturas literarias: Cernuda, Jorge Guillén; entra en el barroco español: Lope de Vega, Quevedo, Góngora: explora la poesía medieval y la tradicional del siglo XVII y recoge los “Cantos españoles”, donde testimonia su solidaridad con el pueblo español.
Cuando regresa a México en 1938 dos importantes acontecimientos marcan su vida. Participa como fundador en la revista llamada Taller y contrae matrimonio con Elena Garro, con quien tuvo una hija. En 1959 la pareja se divorcia. El poeta se une con Bona Tibertellé, con la que convive durante seis años y en 1965 contrae nuevo matrimonio con María José Tramini, su compañera hasta el final.
A partir de esos años Octavio Paz se lanza en un frenético viaje a través de la vida en los que no existen los caminos llanos. Amplia estudios en California, ejerce como diplomático en Francia, en la India, en Suiza, viaja a Japón. A partir de 1968 reside fundamentalmente en México, con frecuentes escapadas a Francia y a Estados Unidos.
Gloria Vergara, Karla Herrera, Margarita Murillo, Consuelo Hernández, mujeres escritoras y algunos hombres de los muchos que han escrito sobre Octavio Paz, se empeñan en presentarlo como ateo, aludiendo a su etapa vivida en el partido comunista e identificando comunismo con ateísmo.
Cuando Paz llega a España en 1937, en plena guerra civil, su identificación con la izquierda comunista es total. Pero poco a poco el comunismo le fue desilusionando. Posteriormente, en las revistas Plural y Vuelta denunció las violaciones a los derechos humanos de los regímenes comunistas. Esto le causó mucha animosidad por parte de la izquierda latinoamericana. En el prólogo que escribe al tomo IX de sus obras completas, publicado en 1993, Paz confiesa que al abandonar el partido comunista empezó a ser visto con sospecha: “la desconfianza –añade– empezó a transformarse en enemistades más y más abiertas e intensas. Pero en aquellos días –década de 1950– yo no me imaginaba que los vituperios iban a acompañarme años y años, hasta ahora”. En realidad, la animadversión de algunos escritores encuadrados en la izquierda se mantuvo hasta su muerte en 1998, y aún después de muerto. Como hombre de izquierdas, Paz vivió alejado de la Iglesia católica. No fue el único autor mexicano que escribió y vivió al margen o frente a esta Iglesia.
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México era un gran país, habitado por pueblos valientes que fundaron una importante civilización antes de que Hernán Cortés llegara a esas tierras a principios del siglo XVI.
En la noche del 15 al 16 de septiembre de 1810, de la garganta del cura Miguel Hidalgo brotó un grito de independencia cuyo eco se extendió por todo el país hasta el año 1821, cuando España firma la capitulación. En 1824 los nuevos gobernantes promulgan una nueva Constitución. Sus autores no consiguen marginar la influencia de la poderosa jerarquía católica y transigen. El artículo 3 de la nueva Constitución establecía: “la religión de la nación mexicana es y será católica”.
Entre 1924 y 1928 ocupa la presidencia de México el general Plutarco Elías Calles. Este hombre suprime todos los privilegios de la jerarquía e inicia una importante reforma religiosa. Quería una Iglesia Apostólica Mexicana. Pero al igual que Don Quijote y Sancho topó con la Iglesia hubo de hacer frente a la revolución cristera.
Con todo, el anticatolicismo de Elías Calles ha marcado desde entonces a centenares de intelectuales mexicanos. Octavio Paz fue uno de ellos. Coinciden sus biógrafos en afirmar que la Iglesia, como institución, le decepcionó desde joven. Escribió sobre “la soberbia de los teólogos”.
Tuvo fuertes roces con representantes católicos, especialmente a raíz de la publicación en 1982 del libro Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe. En esta biografía, que irritó a la jerarquía católica en México, Paz desmiente que la monja negara esta vida para afirmar la otra. La reivindica como una mártir de la libertad ante las trampas de la teología católica.
En El ogro filantrópico, ensayo de 1979, Paz califica el catolicismo de religión petrificada y compara la influencia religiosa en las dos Américas, la anglosajona y la latina. Dice: “el catolicismo que vino a México era el de la Contrarreforma... En cambio, en los Estados Unidos la democracia es hija directa de la Reforma, es decir, de una crítica religiosa de la religión... Es una diferencia esencial; ellos nacieron con la Reforma; nosotros con la Contrarreforma. En ese sentido hablo de una religión ‘petrificada’”.
Anticatolicismo o anticlericalismo no significa necesariamente ateísmo ni irreligiosidad. Filósofos como Voltaire, Diderot, D 'Alembert y otros que exaltaron la superioridad de la razón en tiempos de la Revolución francesa, y que dieron al mundo la monumental Enciclopedia en 18 gruesos tomos, están considerados por la Iglesia católica hasta el día de hoy como ateos. Y no fueron tales. Fueron anticatólicos y anticlericales.
A Paz le sorprende el atrevimiento de Job para dialogar con Dios y se ve a sí mismo en busca del Eterno.
A esta búsqueda de Dios dedica un largo poema en uno de sus libros más leídos, Libertad bajo palabra, que recoge trabajos publicados entre 1935 y 1957.
Te he buscado, te busco,
en la árida vigilia, escarabajo
de la razón giratoria;
en los sueños henchidos de presagios equívocos
y en los torrentes negros que el delirio desata:
el pensamiento es una espada
que ilumina y destruye.
Te he buscado, te busco,
en la cólera pura de los desesperados,
allí donde los hombres se juntan para morir sin ti,
entre una maldición y una flor degollada.
No, no estabas en ese rostro roto en mil rostros iguales.
Te he buscado, te busco,
entre los restos de la noche en ruinas,
en los despojos de la luz que deserta,
en el niño mendigo que sueña en el asfalto con arenas y olas.
En mi te busco: ¿eres
mi rostro en el momento de borrarse
mi nombre que, al decirlo, se dispersa,
eres mi desvanecimiento?
Miguel de Unamuno buscaba a Dios en la tortura del pensamiento. Octavio Paz, como Juan Ramón Jiménez, como Dámaso Alonso, como Antonio Machado, lo buscaba en la frescura de los versos.
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