Juan el Bautista entendió que es menester vivir según lo que Dios ha dispuesto y no lo que los seres humanos hemos propuesto.
Un fragmento de “El Evangelio en pocas palabras. 365 meditaciones diarias para refrescar el camino”, de Harold Segura (Clie). Puede saber más sobre el libro aquí.
LA DIGNIDAD SEGÚN DIOS
“Por aquel tiempo llegó Jesús al Jordán procedente de Galilea para que Juan lo bautizara. Pero Juan se resistía diciendo: — Soy yo quien necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a que yo te bautice? Jesús le contestó: — ¡Déjalo así por ahora! Es menester que cumplamos lo que Dios ha dispuesto. Entonces Juan consintió”. (Mt. 3:13-15)
Jesús salió desde Galilea, la provincia del norte, y fue hasta el río Jordán, a un poco más de 60 kilómetros, donde Juan estaba bautizando. Para el Bautista, su acto ritual servía para que la gente expresara arrepentimiento (Mt 3:6). Jesús fue hasta allá para que ser bautizado, pero Juan se negó porque consideraba que no era digno. Según él, debía ser al revés, que Jesús lo bautizara. Pero Jesús insistió diciéndole que lo hiciera porque así lo quería Dios. Juan aceptó. Aceptó que Dios tiene otro concepto de dignidad. Para Él, la dignidad no depende del rango jerárquico, ni del origen social, ni mucho menos del poder económico. Y Juan así lo entendió aquel día. Entendió que es menester vivir según lo que Dios ha dispuesto y no lo que los seres humanos hemos propuesto.
UNA VOZ DESDE EL CIELO
“Una vez bautizado, Jesús salió en seguida del agua. En ese momento se abrieron los cielos y Jesús vio que el Espíritu de Dios descendía como una paloma y se posaba sobre él. Y una voz, proveniente del cielo, decía: — Este es mi Hijo amado en quien me complazco”. (Mt. 3:16-17)
Cuando Juan bautizó a Jesús, al salir del agua hubo tres señales extraordinarias que el otro Juan, el evangelista, presenta en este orden: se abrieron los cielos, el Espíritu de Dios descendió y se escuchó una voz que venía del cielo. Por más de tres siglos, según la comprensión judía, la voz de Dios había dejado de escucharse por medio de los profetas. Los últimos habían sido Joel, la última parte de la profecía de Isaías y Malaquías. Con el Bautista resonó de nuevo esa voz (que clamaba en el desierto), pero con Jesús, la voz regresó con su timbre personal y directo. Habló desde el cielo y dijo esto: que él era el Hijo amado del Padre y que gozaba de su complacencia. Sea Jesús o sea cualquiera, ningún mensaje mejor puede escucharse desde el cielo que cuando se nos recuerda lo que somos: hijos amados del Padre. Hijos e hijas del Padre que nos acepta, ama y se complace de lo que somos. ¿Podría escucharse algo mejor?
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