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Dios, tu sufrimiento y el libro de Rut

Una introducción al libro ‘Rosas por cenizas’, un estudio cristocéntrico desde el libro de Rut escrito por el pastor Miguel Ángel Pozo.

LIBROS 27 DE JULIO DE 2023 20:00 h
Rosas por Cenizas, de Miguel Ángel Pozo.

“Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me infunden aliento”. (Sal. 23:4)



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Una de las mayores mentiras que, en ocasiones, creemos los cristianos, es que Dios va a librarnos de pasar por dificultades. Pensamos que creer en el Altísimo significa que no habrá enfermedad, que no habrá desengaños, que no habrá dolor. Creemos que no pasaremos por el “valle de sombra de muerte”.



La verdad es que, la Palabra de Dios, no sólo no nos engaña en este sentido, sino que nos advierte en el sentido contrario. De hecho, la realidad del sufrimiento es algo que el cristiano tiene garantizado. Esto es algo que Dios usa para enseñarnos como un padre a su hijo (Dt. 8:5), que Dios maneja para traernos un bien mayor (Ro. 8:28) y que apunta a un futuro glorioso al lado de nuestro Salvador Jesucristo (Ro. 8:18). Dios permite nuestro sufrimiento para usarlo de una forma magistral y llevarnos más allá de lo que jamás podríamos haber llegado de otra manera.



El libro de Rut constituye una bellísima historia que ilustra este principio como ninguna otra. Se trata de un relato muy cercano e íntimo del tránsito de una familia a través del “valle de sombra de muerte”, en el que Dios está obrando de forma sutil y magistral para lograr un objetivo mayúsculo y precioso. Se trata, en definitiva, de una magistral muestra de la realidad de que hay un Dios presente y actuando en medio del dolor más profundo del corazón de los que sufren. Vamos, si les parece, a adentrarnos brevemente en esta bella historia con un mensaje tan personal y contemporáneo. 



 



El valle de sombra de muerte



En el anárquico tiempo de los jueces en Israel (Jue. 21:21), vivía una familia en el pueblecito de Belén de Judá (Rut 1:1). El padre de familia se llamaba Elimelec y su esposa Noemí. Sus dos hijos se llamaben Mahlón y Quelión. El comienzo de la historia está marcado por una complicada decisión. Había un hambre terrible en su tierra, así que tomaron la medida de salir de ella para buscar un porvenir al otro lado del Jordán, en las tierras de uno de los mayores enemigos históricos de Israel, Moab (Rut 1:2). 



Pensaban que les iría mejor allí que en su tierra, pero la verdad sería diametralmente opuesta. El padre, Elimelec muere allí, así que queda Noemí viuda junto a sus dos hijos (Rut 1:3). Ella toma la decisión de casarlos con dos jóvenes moabitas, Orfa y Rut (Rut 1:4). 



Pero la desgracia aún no había cesado en la vida de esta familia betlemita, y es que, para colmo de infortunios, ambos hijos de Noemí, Mahlón y Quelión también perdieron la vida en la tierra de Moab (Rut 1:5). 



Así, tenemos a tres viudas, suegra y nueras, desamparadas y sin nada, llorando la muerte de los tres hombres que constituían su sostén, su seguridad y su futuro. La tragedia está servida. 



Aún con el duelo de la muerte de sus hijos, Noemí se entera de que la situación en Belén había cambiado considerablemente para bien, y que el periodo de carestía había terminado en su propia tierra (Rut 1:6). En una serie de conversaciones desgarradoras entre las tres mujeres, Noemí expresa su deseo de que sus dos queridas nueras vuelvan con sus familias para que ella pudiera volver a su tierra (Rut 1:8-14). Ella ya no tenía nada que darles, salvo su amargura y su dolor por la desastrosa situación en la que se encontraba. Finalmente, Orfa vuelve con su familia. No así Rut. Ella decide quedarse junto a Noemí, pase lo que pase, sufra lo que sufra. Según sus propias palabras, sólo la muerte las separaría (Rut 1:16-17). 



La bellísima declaración de lealtad de Rut por su suegra Noemí es una luz espléndida, que brilla con fuerza en medio de la oscuridad de la situación por la que ambas estaban atravesando. Esta lealtad tan profunda y conmovedora expresa una profunda fe en el Dios de Noemí, el Dios de los israelitas, que marcará todo el resto de la historia. 



Finalmente, suegra y nuera, llegaron al pueblo de Belén, en una situación terrorífica (Rut 1:19). Aún con el duelo por la muerte de sus hombres, sin ningún sostén económico ni social, su futuro estaba teñido de negro. 



Así se molestó a recordarlo a todos la anciana Noemí. En un descorazonador discurso, Noemí se lamenta de su terrible situación, alzando el puño delante de Dios y culpándole de que lo haya perdido todo. Allí, inmóvil e invisible, Rut asiste al triste espectáculo de ser ninguneada por aquella a la que había jurado lealtad eterna (Rut 1:20-21). 



Así fue el valle de sombra de muerte por el que tuvieron que atravesar estas dos mujeres. Ahora, sin esperanza a la vista, negando sus bendiciones y profundamente enfadada con Dios, Noemí no logra ver más allá. 



…Pero hay alguien que sí que lo hace, alguien que ya está, en medio de esta trágica situación, obrando para alcanzar algo grande (Rut 1:22). 



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En el campo de Booz



El segundo capítulo marca un tremendo cambio en esta historia. Con pequeños detalles y grandes gestos, podemos contemplar cómo ellas no están tan solas como podríamos pensar en un principio. Todo lo contrario, hay alguien que está cuidándolas y ayudándolas en medio de su negro valle.



Para evitar morir de hambre, Rut se ofrece a ir a recoger los restos de la cosecha que los trabajadores van dejando atrás para los más necesitados (Rut 2:2). Eso no haría que dejasen su mala situación, pero al menos tendrían algo que llevarse a la boca al final del día. Así, “por casualidad”, Rut acaba espigando en el campo de un buen hombre, pariente cercano de la familia de Elimelec, su difunto suegro (Rut 2:3).



Allí, en ese campo, la joven Rut se desloma trabajando sin descanso para poder obtener alimento para ella y para su suegra. Es en este momento en el que conocemos a otro gran protagonista de esta historia, Booz. Él es el dueño del campo y el pariente de Elimelec, quien ya se mencionó (Rut 2:4).



En el momento en el que Booz se entera de que Rut, la que volvió con Noemí de Moab estaba espigando en su campo, dio orden a sus trabajadores de tratarla con suma benevolencia y gran generosidad (Rut 2:8). Incluso, habló con ella y le dijo que se quedase espigando en su campo, que él se ocuparía de su protección y que, incluso, recibiría agua como si fuera su empleada (Rut 2:9). 



Esto hizo que Rut se rascase la cabeza sin entender bien por qué ella, que era una extranjera, viuda y pobre, fuera tratada tan bien (Rut 2:10). Pero Booz no la veía así. Él veía a una chica profundamente compasiva y comprometida con su suegra, que había abandonado su tierra y sus dioses para confiar y confiarse plenamente al Dios de Israel, y eso era algo digno de elogio (Rut 2:11-12). Así pues, durante el resto del día, el reto de Booz sería el de honrar y bendecir a Rut, el de hacerla crecer en honor y en estima (Rut 2:14-17).



Un punto crítico en este intento y estas acciones que realizó Booz para hacer crecer en honor a Rut es el hecho de que Booz le da de comer del rancho de los trabajadores. ¡Es específicamente escandaloso el hecho de que él mismo sirve a Rut (2:14)! Después de la hora de la comida, incluso, ordena a sus trabajadores que, en un sentido, trabajen para Rut, y le dejen el grano listo para que ella lo vaya recogiendo (Rut 2:16). Ahora ella no sería una indigente que espiga lo que sobra y se cae en el campo, el resto del día Rut sería alguien que recoge lo que le preparan especialmente para ella.



Todos estos cuidados y servicios de parte de su benefactor consiguieron que, la muchacha, después de un dura día de trabajo, hubiera recogido unos 20 kilos de cebada. ¡Esto es el equivalente a la cosecha de un trabajador durante dos semanas!



Cuando la vio volver su suegra, se alegró enormemente y preguntó, con razón, por la identidad del que le había ayudado a lograr tan espectacular resultado. Ella no podría haber conseguido todo eso espigando por su propia cuenta. Cuando Rut le reveló la identidad del responsable de tan productivo día de trabajo, Noemí comenzó a atar cabos en seguida.



Fue en ese momento que comprendió que había mucho más de lo que había estado viendo (Rut 2:20). Fue en ese momento en el que comenzó a trazar un plan que lo cambiaría todo. Y para llevar a cabo este plan, Rut debería seguir espigando bajo la protección de Booz.



 



El plan de Noemí



Rut continuó espigando en el campo hasta el mes de julio, es decir, durante la cosecha de la cebada y del trigo (Rut 2:23). Fue entonces cuando Noemí puso en marcha el plan que había organizado. Así pues, la suegra llamó a la nuera para compartir con ella los pormenores del programa destinado a cambiar su suerte.



Rut debía quitarse el oprobio de la viudez lavándose, ungiéndose y quitándose la ropa de viuda (Rut 3:3). Ya era tiempo de pasar página en cuanto a su anterior matrimonio. Después debía acudir al lugar donde los hombres aventaban el trigo por la noche y celebraban la bondad de Dios con la cosecha de ese año. Entonces, debía esperar, sin ser vista, a que se durmieran, y acostarse junto a Booz en la oscuridad de la noche (Rut 3:4).



Rut hizo caso a su suegra y llevó a acabo el plan que ella había ideado a pies juntillas. Así pues, cuando Booz se despertó a medianoche, se encontró con que Rut estaba tumbada a su lado. Lo que ocurrió aquí no fue, como algunos piensan, una proposición sexual de Rut hacia Booz. El libro se molesta en hablarnos lo suficiente del carácter de los dos como para desechar de plano esta idea. En cambio, es una proposición matrimonial. Rut estaba pidiendo a Booz que la cubriera con su manto del frío de la noche, y que la cubriera con su matrimonio de la dureza de la vida que soportaba. Le pedía que fuera la respuesta a la oración que había hecho de que Dios la protegiera el día en que se conocieron.



Pero le pedía algo más. Al ser pariente de Elimelec, Booz tenía la oportunidad de redimir a la familia y sus propiedades (Lev. 25). Es decir, podía tener un hijo con Rut que fuera legalmente heredero y descendiente de Elimelec mediante el matrimonio por levirato (Deut. 25:5-10). Booz era la clave que podía devolver la vida a la fallecida descendencia de su pariente.



Booz, gratamente sorprendido, volvió a elogiar a Rut por estar dispuesta a redimir a la familia de su suegra, aún a costa de casarse con alguien mucho mayor que ella. Estaba anteponiendo el bienestar de Noemí al suyo propio. De nuevo, la moabita era un ejemplo de abnegación y de entrega.



Así que Booz aceptó la oferta (Rut 3:11). Él se ocuparía de que la familia de su pariente fuera redimida, pero había un escollo. Y es que existía un pariente aún más cercano que Booz que podía reclamar el derecho de redimir a la familia de Elimelec. Para que Booz aceptara, el pariente tenía que renunciar a este derecho (Rut 3:13). Ahora era el turno de que Booz moviera ficha.



Por la mañana, antes de que amaneciera, Rut regresó a la compañía de su suegra para contarle qué tal había salido el plan. Además, lo hizo con una enorme cantidad de cebada, que bien podría ser la dote para Noemí. Booz ya estaba cortejando a Rut para que se casara con él.



Aparentemente, todo había salido bien. La familia sería redimida. Ahora bien, aún había un escollo en medio del camino. Si el otro pariente reclamaba el derecho de redimir a la familia, podría usar ese derecho para aprovecharse de la situación. Además, Rut podría acabar casada con un hombre mucho menos temeroso de Dios que Booz. 



Noemí trató de tranquilizar a Rut. Ella conocía al pariente de su difunto marido. Él no era de los que posponían las cosas. Este asunto quedaría zanjado en ese mismo día que comenzaba. Ese día sería clave para el futuro de la familia.



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El desenlace



Booz fue a la puerta de la ciudad. Ese era el lugar en el que se llevaban a cabo los asuntos importantes y los contratos en el antiguo Israel. La razón era muy sencilla, todo el mundo pasaba por allí. Así que, a las puertas de Belén, Booz se sentó a esperar al otro pariente (Rut 4:1).



Cuando vio al pariente, le hizo sentar con él y llamó a diez ancianos de la ciudad (Rut 4:2). Booz quería testigos para lo que estaba a punto de acontecer. Allí, en presencia de todos, expuso el caso de Noemí y Rut, que necesitaban a un pariente que administrara las tierras familiares, y así redimirlas. Esa responsabilidad recaía en el otro pariente, puesto que era el familiar más cercano. Aun así, si él no quisiera, Booz se ofrecía a redimirlas (Rut 4:4). 



[destacate]"Dios no sólo te consolará, sino que hará que tu paso por el valle oscuro tenga un propósito y un objetivo mucho más brillante de lo que jamás imaginaste. Quizá no cambie tus circunstancias, pero sí que cambiará tu corazón."[/destacate]Para el pariente, pareció una buena idea. Él recibiría el disfrute de unas tierras con las que no contaba. Además, al no haber varones en la familia de Elimelec, nadie reclamaría jamás las tierras. Era un negocio perfecto. Así que aceptó.



En ese momento, en una maniobra maestra, Booz informó al pariente de que, al redimir las posesiones familiares, también debía darle un descendiente a Rut para que lo heredara todo (Rut 4:5). Ese paso significaba que tendría más gente que mantener y que, finalmente, no se quedaría con todo. Así que rechazó el ofrecimiento de redimir a la familia (Rut 4:6).



Así pues, en presencia de todos los ancianos y del otro pariente, Booz aceptó redimir las posesiones y a la familia de Elimelec, casándose con Rut y dándole un hijo que sería considerado descendiente del difunto (Rut 4:9-10). Los allí presentes prorrumpieron en bendiciones a la familia y al bebé que nacería (Rut 4:11-12). 



Y ese bebé llegó. Para Noemí, el bebé era la consumación de la felicidad más absoluta. Él era la promesa de un futuro, sería quien la cuidaría a ella. Ese bebé, hijo de Rut, su amada nuera, significaba que todo había tenido sentido, que lo malo había quedado atrás para siempre. Ese bebé se llamó Obed (Rut 4:17).



Y es en el v 17, en cuanto conocemos el nombre del bebé que lo cambia todo, que la historia da un salto hasta el infinito. Es esta última revelación la que transforma una historia rural y bonita en una que está destinada a cambiar el mundo entero. Y es que Obed es, ni más ni menos, que el abuelo del rey David. 



Que Obed tenga un nieto tan ilustre posiblemente fue importantísimo para demostrar el noble linaje del pastor de Belén. Pero, nosotros tenemos una razón mucho mayor para mirar a esta rústica historia como algo tremendamente trascendente. Y es que Obed también fue antecesor de nuestro Señor Jesucristo (Mat 1:5). Es decir, lo que hizo Booz al redimir a la familia de Elimelec y casarse con la moabita Rut tiene que ver con nuestra misma salvación, con el gran plan de Dios para la humanidad.



Es muy reconfortante el saber que Dios usó pequeñas historias de dolor y redención para cumplir su gran plan. Es reconfortante porque es ese mismo Dios, el que trazó un plan para transformar la pérdida horrible de una familia desdichada en la mayor bendición para todos en todas partes y en todo tiempo, el que está a nuestro lado cuando enfrentamos nuestras propias pérdidas.



¡Qué Dios tan maravilloso tenemos! ¿No es cierto?



 



 



Miguel Ángel Pozo es pastor de la Iglesia Evangélica Bautista de Alcalá de Henares y profesor en el seminario Sefovan y en el Seminario Bíblico Bautista de España.



El libro ‘Rosas por cenizas’ está disponible en las librerías El Renuevo y Casa Emanuel, así como en formato digital.



 



 


 

 


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COMENTARIOS

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Angel
28/07/2023
13:35 h
1
 
Una de las mayores mentiras que, en ocasiones, creemos los cristianos, es que Dios va a librarnos de pasar por dificultades. … A ver si se enteran todos esos pastores de la prosperidad,milagros y sanidades
 



 
 
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