Estos coleópteros son capaces de provocar pequeñas explosiones químicas e irritantes que suelen disuadir a sus posibles depredadores.
El mundo de los coleópteros, vulgarmente llamados escarabajos, es notablemente diverso. Se conocen alrededor de 400 000 especies distintas por todo el planeta.
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Alguien sugirió alguna vez que a Dios deben gustarle mucho estos insectos ya que se trata de uno de los grupos animales más numeroso de la biosfera.
Pues bien, dentro de la familia Carabidae perteneciente a los coleópteros, están los llamados “braquininos” que son unos escarabajos muy especiales ya que se defienden bombardeando a sus enemigos.
Son capaces de provocar pequeñas explosiones químicas e irritantes que suelen disuadir a sus posibles depredadores. De ahí el calificativo de “bombarderos”.
No son insectos raros pues se han descrito más de 250 especies en todos los continentes, excepto en la Antártida, y todas presentan dicha capacidad explosiva.
El secreto está en la parte inferior del abdomen, en la que tienen dos compartimentos separados por un músculo esfínter capaz de abrirse o cerrarse.
El primer compartimento es una vesícula colectora de agua oxigenada e hidroquinona (un compuesto orgánico aromático), productos que son segregados por ciertos lóbulos secretores del animal.
Mientras que el segundo compartimento es la llamada cámara de explosión ya que entre las células que constituyen sus paredes existen glándulas que segregan la enzima catalasa, involucrada en la destrucción del agua oxigenada (o peróxido de hidrógeno) que se forma durante el metabolismo celular.
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Cuando la mezcla de agua oxigenada e hidroquinona de la vesícula colectora entra en contacto con la enzima catalasa que hay en la cámara de explosión, se produce el estallido que libera líquido hirviendo a 100º C por el orificio de salida.
Este líquido es irritante y puede dañar la piel de cualquier depredador, sin embargo al escarabajo no le produce ningún mal ya que posee unas válvulas especiales que se cierran impidiendo el retroceso de la explosión.
El animal, al sentirse hostigado, contrae los músculos que rodean la vesícula colectora a la vez que relaja el esfínter. Los músculos del orifico de salida pueden dirigir el chorro contra el enemigo y éste recibe una ducha hirviente del toxico químico quinona.
En ocasiones, esta operación puede realizarse también en el interior de la boca, la garganta o el estómago del depredador,tanto si se trata de algún sapo, lagarto o ave- y a los pocos minutos el insecto es regurgitado generalmente con vida.
¿Cómo pudo evolucionar lenta y gradualmente un sistema así? ¿Es posible que el azar actuara de ingeniero químico? Dicho órgano no pudo haberse originado por evolución gradual, pues la menor alteración en el equilibrio químico habría matado al animal.
Tuvo que funcionar bien desde el principio. El neodarwinismo es incapaz de detallar cómo pudo haber evolucionado paso a paso este peculiar sistema defensivo.
El evolucionista Richard Dawkins responde que los antepasados del escarabajo bombardero simplemente debieron dar otra función a las sustancias químicas que ya existían y que utilizaban para otras cosas, pues así es como funciona la evolución. Se trataría de una pretendida “preadaptación”.
Sin embargo, esto no explica ni demuestra absolutamente nada y además genera una contradicción.
Si los órganos se van haciendo, tal como supone el neodarwinismo, a base de pequeños cambios sucesivos, es imposible que sean funcionales siempre desde el principio.
Si el ala de las aves, por ejemplo, se hubiera ido formando poco a poco a partir de la pata de un pequeño pariente de los dinosaurios, ¿para qué hubieran servido los muñones o embriones de ala y por qué tendrían que ser indispensables?
De la misma manera, es difícil imaginar cuál habría podido ser la función primitiva e incipiente de una mezcla tan explosiva como la de este escarabajo. Su peculiar aparato defensivo tuvo que funcionar correctamente y con una precisión absoluta desde el primer momento.
De otro modo el animalito habría estallado mil veces y ahí se habría terminado su supuesta evolución. Este aparato nos habla más bien de creación y diseño que de evolución aleatoria.
El aparato defensivo del escarabajo bombardero posee tantos componentes moleculares (decenas de miles de moléculas distintas) que resulta imposible determinar cómo apareció cada una de ellas o especular acerca de qué mutación hubiera podido producirlas para que la evolución del aparato fuera posible.
Son proteínas especialmente resistentes al calor y separadas del tracto digestivo del animal, formadas por muchas piezas que interactúan entre sí.
Se puede discutir acerca de si la evolución hubiera sido capaz de producir este tipo de estructuras tan grandes y sofisticadas, pero esto es tan especulativo como cuando los naturalistas del siglo XIX intentaban justificar el origen de la célula mediante la generación espontánea.
Se trata de discusiones absurdas e infructuosas, incapaces de llegar a ninguna conclusión clara porque no son realistas, no se conocen todos los componentes, ni los posibles pasos intermedios que hubieran podido tener lugar.
En mi opinión, no cabe duda de que los órganos irreductiblemente complejos como éste son obstáculos engorrosos que contradicen las explicaciones darwinistas.
Y, a la vez, reafirman la idea de creación original, pues se trata de estructuras que debieron ser perfectamente funcionales desde el principio.
Con razón escribió el autor de Eclesiastés que el hombre no entiende la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin (Ec. 3:11).
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