Los cefalópodos son como una pieza distinta que no encaja en el puzle del árbol de la evolución. En cambio, su elevada complejidad es evidencia un diseño perfectamente calculado.
Cuando se habla de animales inteligentes, inmediatamente se piensa en chimpancés, gorilas, perros o delfines pero no en sepias, calamares o pulpos.
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Parece lógico que los vertebrados con grandes cerebros posean también mayor inteligencia que aquellos invertebrados portadores de reducidos sistemas nerviosos.
Sin embargo, algunos cefalópodos como los pulpos vienen a alterar esta apresurada consideración. Se sabe que estos curiosos animales acuáticos poseen también habilidades cognitivas que resultan inesperadamente sofisticadas y difíciles de explicar.
Desarrollan entre sí lazos sociales duraderos, son capaces de usar herramientas, pueden generar fobias o aficiones e incluso planean estrategias para escapar de los acuarios. Algo que, desde luego, está muy relacionado con la inteligencia.
Habitualmente suele decirse que el hecho de tener una mayor inteligencia le resulta útil al pulpo para adaptarse al medio ambiente y sobrevivir mejor.
No obstante, aunque esto sea cierto, si tan útil es ¿por qué no han desarrollado también tal capacidad las demás especies de animales invertebrados? Este es el gran misterio.
Si ser inteligente tiene tantas ventajas para la propia supervivencia, ¿cómo es que semejante adaptación no se ha dado también en otros grupos de invertebrados?
Lo que se requiere aquí no es tanto una explicación del “por qué” o “para qué” sino sobre todo del “cómo” se produjo esta explosión de sabiduría en unos seres aparentemente tan simples.
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Desde el evolucionismo, a la aparición del cerebro y sistema nervioso del pulpo se le considera como una segunda génesis de la inteligencia. Sin embargo, esto plantea una cuestión de difícil solución.
Si ya es astronómicamente poco probable que la inteligencia surgiera en los invertebrados por medio de mecanismos naturales al azar, ¿cómo explicar que apareciera también una segunda vez en los animales vertebrados y con un formato neurológico diferente?
Apelar el concepto teórico de “convergencia evolutiva” no es explicar cómo pudo ocurrir tan remota posibilidad.
Recientemente se ha publicado una investigación sobre la inteligencia de los pulpos en la que ésta se relaciona con unos ácidos ribonucleicos especiales, los llamados “microARN” (en inglés, miRNAs),[1] que poseen en abundancia tales animales.
Se trata de un tipo de ARN no codificante, es decir que no es usado en las células para producir proteínas -como el conocido ARN mensajero- sino para regular el funcionamiento de los genes.
Estos miRNAs controlan el crecimiento de las células, su diferenciación en diversos tejidos, así como la propia muerte celular. Se ha visto que los pulpos tienen un gran repertorio de miRNAs en su tejido nervioso, lo que les hace parecerse a los vertebrados más que otros moluscos.
Por ejemplo, si las ostras presentan sólo cinco nuevas familias de miRNAs, los pulpos tienen un total de 90 nuevas familias en el tejido nervioso, sobre todo en el cerebro.
Los pulpos poseen aproximadamente unos 500 millones de neuronas. Esta cantidad es la misma que tiene un perro. Sin embargo, los cefalópodos las poseen no sólo en el cerebro central sino también repartidas en los nervios que controlan sus ocho tentáculos.
Se puede decir que los cefalópodos presentan nueve cerebros, uno central y ocho periféricos en sus patas. La estructura del cerebro del pulpo es, por tanto, muy diferente a la del cerebro de los mamíferos y además utiliza otros neurotransmisores distintos.
Mediante los tentáculos exploran el entorno, huelen, saborean y deciden sus acciones. Cada tentáculo es capaz de tomar su propia decisión pero también se coordina perfectamente con las que toman los demás.
Son animales capaces de comunicarse entre ellos mediante códigos similares al morse que aún no han sido bien descifrados y esto les hace muy creativos.
Pueden elaborar sus propios escondites; solucionar determinados problemas de manera inteligente; sortear dificultades; abrir tapones de botellas; esconderse para cazar al asalto; si están a disgusto, pueden lanzar chorros de agua contra sus cuidadores; ciertos objetos les llaman la atención y los conservan, mientras que otros les disgustan y los destruyen; son juguetones y desarrollan afinidad por ciertos cuidadores así como odio por otros, etc., etc.
Algunos autores creen que el estudio de la inteligencia de pulpos, sepias y calamares puede ayudarnos a comprender el origen de nuestra inteligencia e incluso de nuestra propia consciencia.
Según el evolucionismo, la vida y la mente surgieron en el mar y, por lo tanto, cuando miramos los ojos de un pulpo deberíamos ser conscientes de que tenemos con ellos una historia compartida.
Sin embargo, en mi opinión, lo que nos están diciendo los cefalópodos es precisamente todo lo contrario. ¿Cómo pudo la evolución generar al azar el complejo genoma del pulpo, que tiene unos 33.000 genes productores de proteínas, en contraste con los menos de 25.000 del hombre, en una etapa invertebrada supuestamente tan temprana?
¿Cómo es posible que tantos genes específicos de los cefalópodos, algunos de los cuales son capaces incluso de cambiar la función de ciertas proteínas, aparecieran por procesos neodarwinistas ciegos?
Apelar a la “evolución de genes novedosos” es como referirse a la magia darwinista vacía de contenido y que no explica nada.
Los cefalópodos son como una pieza distinta que no encaja en el puzle del árbol de la evolución. En cambio, su elevada complejidad es evidencia un diseño perfectamente calculado que, como todo diseño, requiere un Diseñador original.
1. Zolotarov, G., Fromm, B., Legnini, I., Ayoub, S., & Rajewsky, N., et al., 2022, MicroRNAs are deeply linked to the emergence of the complex octopus brain, Science Advances, Vol 8, Issue 47. DOI: 10.1126/sciadv.add9938
2. https://royalsocietypublishing.org/doi/10.1098/rspb.2020.3161
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