Las cosas invisibles de Dios continúan haciéndose claramente visibles, mediante la observación detallada de las cosas creadas por Él.
Se cree que el ser humano inventó la rueda hace alrededor de 6 000 años en Mesopotamia, al comprobar que los troncos de los árboles resultaban útiles para trasladar objetos de mucho peso.
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Más tarde, a la rueda se le diseñaron unos pequeños dientes y así surgieron los primeros engranajes, pero no se sabe a ciencia cierta dónde ni cuándo aparecieron.
Las antiguas tradiciones de Damasco, Grecia, Turquía y China se refieren ya a tales ruedas dentadas pero no proporcionan muchos detalles de su origen.
Es evidente que cuando se observa un engranaje moderno en funcionamiento, nadie pone en duda que se trata del producto de un diseño humano.
Pues bien, resulta que en el cuerpo de ciertos animales ya había engranajes que funcionaban a la perfección, mucho antes de que el ser humano los diseñara por primera vez.
En septiembre del 2013, dos biólogos del Reino Unido, Malcolm Burrows y Gregory Sutton, publicaron un artículo en la revista Science en el que se informaba de dicho hallazgo. [1]
Las ninfas de un pequeño insecto hemíptero no volador de la familia de los Ísidos (Issus coleoptratus) poseen dichos engranajes funcionales en la base de sus dos patas traseras.
Al parecer, usan estas estructuras para saltar a gran distancia cuando se sienten amenazadas. Los dientes de ambas patas se unen entre sí para convertir en un instante (aproximadamente unos 30 microsegundos) el movimiento circular en propulsor del salto y conseguir que las dos patas traseras se muevan a la misma velocidad angular, evitando desplazamientos laterales del animal.
De manera que el insecto puede saltar con gran precisión y velocidad en una dirección. Sin embargo, estos engranajes desaparecen con la última muda y no están presentes en los adultos ya que éstos desarrollan otras técnicas de salto.
Los insectos maduros sincronizan sus patas por fricción como hacen las cigarras y otras especies.
[photo_footer] Ejemplar adulto de Issus coleoptratus, insecto hemíptero abundante en Europa./ Wikipdia./ Smithsonian. [/photo_footer]
Tal detalle supone también una evidencia de previsión ya que si un diente cualquiera de estos engranajes se rompiera en un adulto -cosa que podría suceder fácilmente- ya no habría manera de repararlo y el animal se vería seriamente afectado.
¿Cómo se explica desde el evolucionismo este evidente parecido entre tales engranajes naturales y los realizados por el hombre?
La mayoría de los defensores del darwinismo cree que estos sistemas, a pesar de exhibir patrones claros de ingeniería, no mostrarían un diseño inteligente real sino que sólo responderían a la suma del azar y la selección natural.
La evolución ciega y aleatoria sería supuestamente su único ingeniero diseñador. Una pretendida carrera evolutiva por saltar más lejos habría dado lugar a este curioso “diseño” (que no sería diseño).
[photo_footer]Ruedas dentadas o engranajes presentes en la base de las patas traseras del insecto hemíptero Issus coleoptratus. / Imagen de microscopia electrónica de barrido, cortesía de Malcolm Burrows.[/photo_footer]
Otros, incluso llegan a decir que ver semejanzas entre unos y otros engranajes es como cuando los niños ven nubes que parecen conejos.
Un objeto físico nada tendría que ver con el animal. ¿Cómo es posible afirmar tales cosas y negarse a reconocer la realidad? ¿Hasta qué punto la creencia en una teoría puede afectar a la piscología humana?
El autor estadounidense Michael B. Shermer, evolucionista fundador de la Skeptics Society y editor de su revista oficial, Skeptic, escribe en uno de sus libros que la evolución ha predispuesto al ser humano para que vea diseño donde no lo hay. [2]
Su razonamiento es el siguiente: resulta que percibir diseño en la naturaleza sería el producto de un cerebro adaptado para encontrar dichos patrones naturales.
[photo_footer]Detalle de los engranajes de Issus coleoptratus / Wikipedia, imagen de microscopia electrónica de barrido, cortesía de Malcolm Burrows.[/photo_footer]
Buscamos diseño porque estaríamos programados para ello ya que esto nos permitiría descubrir orden en vez de caos y así aumentaría nuestra capacidad de supervivencia.
Es decir, que al ver ejemplos de diseño en el mundo natural -como estos engranajes del insecto mencionado- nuestra mente nos estaría engañando porque sencillamente en el mundo no hay diseño inteligente.
¿Cómo puede estar tan seguro de esto el Sr. Shermer? ¿Por qué la naturaleza no podría mostrar patrones que apuntaran realmente a la actividad de un ser inteligente?
Personalmente, sigo siendo de la misma opinión que el apóstol Pablo. Las cosas invisibles de Dios continúan haciéndose claramente visibles, mediante la observación detallada de las cosas creadas por él. Por tanto, no hay excusa que valga.
1. Burrows, M. & Sutton, G. 2013, Interacting Gears Synchronize Propulsive Leg Movements in a Jumping Insect, Science, Vol. 341, Issue 6151, pp. 1254-1256, DOI: 10.1126/science.1240284
2. Shermer, M. 2006, Why Darwin Matters: The Case Against Intelligent Design, Henry Holt, pp. 38–39.
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