Un fragmento de “La Biblia y su mensaje. Evangelio de Marcos”, de Bernardo Sánchez (Unión Bíblica, 2019). Puede saber más sobre el libro aquí.

Semana 1 (Marcos. 1:1-20)

(Marcos 1:1). El Evangelio de Jesucristo

En este primer texto hallamos resumido el libro de Marcos. El Evangelio de Jesucristo, médula de la predicación apostólica, del mensaje que a Pedro tanto oyó proclamar Marcos en Roma, es la gran noticia que de parte de Dios se ofrece a cuantos viven esclavos de una vida sin sentido.

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La naturaleza del Evangelio. En los clásicos griegos hallamos el término “evangelio” usado para designar la recompensa otorgada a quien podía dar buenas noticias. Así, cuando se extraviaba un niño en un bosque, los padres del pequeño ofrecían una gratificación a quien pudiese dar noticia del paradero del perdido. Con el tiempo, la noticia en sí acabó llamándose “evangelio”.

Marcos compendia admirablemente el mensaje proclamado en el Evangelio de Jesucristo:

El Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos. (Mr. 10:45)

Interesa recordar que el nombre “evangelio” ocurre 76 veces en el NT. Pablo lo usa 59 veces en 12 de sus escritos; Mateo lo usa solo 4, mientras que Marcos, en su corto libro, lo emplea 8 veces. Proporcionalmente, Marcos es quien más nombra el Evangelio. Este en sí consiste en la gran noticia de que, en Jesucristo, Dios ofrece un camino único de salvación para todos.

La proclamación del Evangelio. Nótese que la gran noticia se relaciona con Jesucristo. En este precioso nombre se funden el título mesiánico (Cristo = Mesías) y el nombre que emparenta al Salvador con la humanidad (Jesús). Por un lado, Jesús significa “Yahweh es salvación”. En el tiempo en que Marcos vivió había muchos judíos que tenían por nombre Jesús. Solo uno, el nazareno, el que murió dando su vida como precio de redención por muchos, pudo llamarse Jesús-Cristo: el Ungido Salvador.

Más aún, él es también Hijo de Dios. Nadie podía proclamarse tal sin incurrir en blasfemia. En los evangelios hallamos 150 citas o casos en los que Jesús se refiere a Dios como Padre, subrayando bien que era él el Hijo, en un sentido único (Mr. 8:38, 12:6, 35-37). Nunca oímos a Jesús decir en sus oraciones: Padre nuestro. Siempre puntualizó cuidadosamente el hecho de que él no es uno más; su relación con el Padre es única. En virtud de ello, él es uno con el Padre. Es Dios manifestado en carne, como proclama el Evangelio. Sin él no tendríamos buena noticia que ofrecer. Él es al Evangelio lo que la luz es al sol.

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(Marcos 1:2-3). La profecía cumplida

Hay por lo menos once profecías del AT cumplidas en Marcos; esta es la primera. Cuatro siglos antes Dios había anunciado por medio del profeta Malaquías (Mal. 3:1) el envío de un mensajero que habría de preparar el camino del Señor. No debe extrañar el que Marcos atribuya a Isaías esta predicción. De hecho, fue Malaquías quien dijo la primera parte de este texto, mientras que la segunda es, efectivamente, de Isaías. Lo que un profeta anunció, otro lo había anticipado en parte, y como Isaías era anterior a Malaquías, Marcos, mencionando a uno mencionaba también al otro.

El heraldo de Dios. Estas palabras están tomadas de Is. 40:3 donde el profeta anuncia el retorno de los desterrados de Babilonia hacia Palestina. Dios se presenta dispuesto a conducirlos a través del desierto. La voz de un heraldo anuncia la venida de Yahweh. ¡El camino debe estar preparado! Esta imagen se toma de la costumbre oriental de enviar un heraldo para anunciar la inminente visita de un rey a fin de que sus súbditos reparen los caminos que estén en malas condiciones. Las palabras del profeta se aplican aquí a Juan el Bautista, el heraldo que anuncia la inminente llegada del rey-Mesías y urge al pueblo para que se prepare debidamente para recibirlo.  Nótese que Marcos no se ocupa del nacimiento y de los primeros años de la vida de Jesús; inicia su evangelio entrando de lleno con el relato del comienzo del ministerio público del Señor. Juan el Bautista aparece, pues, como último eslabón de la larga cadena de profetas del AT, con el exclusivo propósito de introducir al Mesías en el mundo.

La voz del desierto. La predicación de Juan el Bautista causó un tremendo impacto en Israel. Los cuatro evangelistas presentan a Juan inaugurando la era mesiánica. El profeta del Jordán solía rehuir las etiquetas y la vistosidad del mundo. No soy más que una voz, una voz que clama en el desierto (Jn. 1:23), decía. Pero ¡cuán poderoso fue el mensaje de aquella “voz”! Palpitaban esperanzas mesiánicas en muchos en Israel, y el profeta Juan vino a atizar y a avivar el rescoldo de las mismas. Las profecías relativas al Cristo no eran una dulce ilusión, sino una promesa de Dios cumplida –como todas sus promesas– en su momento y al pie de la letra.

Pensamiento: ¿Soy una voz serena de testimonio fiel como la de Juan?