“El hecho de que muchos migrantes buscan llegar a EEUU no tiene que ver con la búsqueda del así llamado “sueño americano”, sino con las migraciones derivadas de los conflictos creados o apoyados por EEUU en el pasado”.
Es bien sabido que las migraciones hacia Estados Unidos abarcan buena parte de los países de mundo, pero lo que está aconteciendo en América latina, tiene tintes de una fuerte crisis humanitaria. El Rev. Francisco Javier Peláez-Díaz recientemente se doctoró en el Seminario Teológico de Princeton (EU) con una tesis sobre ese tema. Hace algunas semanas recibió el nombramiento para trabajar en la Universidad Drew (Madison, Nueva Jersey) en el área de Estudios y Ministerios Latinos (ver aquí). Tiene experiencia pastoral y docente, tanto en México como en Estados Unidos. Gentilmente aceptó responder este cuestionario.
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Pregunta: Hola, Francisco. Para comenzar, nos gustaría saber el título de tu disertación doctoral y su énfasis.
Respuesta: El título de mi disertación doctoral es Migración como Via Crucis: Un concepto de Ignacio Ellacuría para una teología de la migración. El énfasis principal radica en el análisis del concepto teológico de los migrantes como pueblos crucificados. El punto de partida es la conexión que el teólogo italiano Gioacchino Campese hizo entre la noción ellacuriana de los pueblos crucificados y los migrantes más vulnerables que intentan llegar a los Estados Unidos a través de México.
P: Sabemos que estudiaste a fondo la teología de Ignacio Ellacuría. ¿Cuál sería, en tu opinión, su vigencia para estos tiempos?
R: La vigencia de Ignacio Ellacuría radica en su capacidad para interpretar y desenmascarar la violencia estructural que continúa afectando gravemente a varios países de América Latina, pero particularmente al triángulo norte de Centroamérica (Honduras, Guatemala y El Salvador). Dicha violencia se ha traducido en condiciones de pobreza para la mayoría de la población de esos países, así como en profundas desigualdades sociales, rupturas del tejido social, trastornos ambientales y violencia física y psicológica causada por la expansión y el poder de las maras y otros grupos delictivos relacionados con el narcotráfico. El concepto de los pueblos crucificados, acuñado principalmente por Ignacio Ellacuría, sirvió en su momento como una herramienta hermenéutica para exponer y denunciar la política intervencionista de los Estados Unidos en Centroamérica. Dicha política causó guerras civiles y desencadenó profundas crisis sociales y económicas. Hoy, después de más de tres décadas, el mismo concepto de los pueblos crucificados ha sido adoptado y encarnado por los migrantes que intentan escapar de la violencia y la pobreza, señalando con ello, como Ellacuría lo hizo, que su condición de pueblos crucificados se debe a la existencia y acción de crucificadores. Hay crucificados porque hay crucificadores. La vigencia de Ellacuría radica no sólo en el poder interpretativo (o reinterpretativo) de su propuesta teológica sino también en su capacidad para despertar el tipo de imaginación y creatividad que moviliza y afirma la fuerza de la voluntad de los pueblos crucificados para detener las crucifixiones y exigir mejores condiciones que les permitan vivir con dignidad.
P: Eres de los pocos evangélicos mexicanos que ha obtenido un doctorado en Princeton. ¿Cuál es tu perspectiva de la teología mexicana y latinoamericana, en general?
R: Es complicado hablar en términos generales de la teología latinoamericana y mexicana. Como sugerí en mi respuesta anterior, creo que ciertos aspectos y corrientes de las teologías latinoamericanas de liberación de los años setenta y ochenta siguen siendo relevantes y necesarios. Sin embargo, como es bien sabido, esas teologías han dado paso a nuevas corrientes de pensamiento, enfoques y críticas de temas y problemas que por diversas razones no se consideraban prioritarios o urgentes en aquellos años o que simplemente no existían, como es el caso de la crisis ambiental o el vertiginoso desarrollo tecnológico que ha transformado innumerables aspectos de la vida humana, entre muchos otros. Lo cierto es que varias de esas nuevas corrientes y enfoques han surgido de América Latina mostrando la vitalidad y pertinencia del pensamiento filosófico y teológico en la región.
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P: ¿Qué diferencias notorias has encontrado entre la praxis eclesial y teológica latinoamericana y la de habla hispana en Estados Unidos?
R: Una vez más, diría que es difícil generalizar, pero me parece que mucho del enfoque de la producción teológica hispana continúa buscando de manera muy activa abrirse paso y expandir espacios en un campo fuertemente dominado por una lógica eurocéntrica. A pesar de que todavía en muchos casos hay una distancia considerable entre la producción teológica y lo que ocurre a nivel congregacional, me parece que cada vez más pensadores y académicos latinos/as están recurriendo a la investigación etnográfica como punto de partida para la reflexión teológica. Este fenómeno es muy prometedor dado que podría ayudar a que la distancia entre la práctica congregacional y la teología sea cada vez menor permitiendo que, como Gustavo Gutiérrez proponía, la teología sea “un acto segundo”, derivado de la praxis liberadora. En México, este proceso parece estar limitado a sectores muy pequeños de corte progresista tanto en el ámbito católico como protestante. Muchas denominaciones protestantes continúan dependiendo en gran parte de obras y materiales de educación cristiana y teológica producidos en Estados Unidos que han sido traducidos al español, perpetuando no solo una distancia dañina entre la teología y la práctica eclesial, sino una lógica y práctica que excluye y margina con el propósito de conservar cuotas de poder y control de recursos de todo tipo.
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P: Te has concentrado en el tema de la migración. ¿Cómo analizas la situación actual sobre ella en los últimos cinco años a la luz de la política exterior estadounidense y también de la mexicana?
R: La mayor cantidad de migrantes que intentan llegar a los Estados Unidos proviene de Centroamérica, particularmente de los tres países que conforman lo que muchos llaman el triángulo norte: Guatemala, Honduras y El Salvador. Esta migración tiene su origen principalmente en la política estadounidense en la región desde los años ochenta. La espiral de violencia generada por las maras tiene su origen precisamente en las deportaciones de niños y jóvenes que originalmente huyeron de las guerras civiles de los años ochenta y que al llegar a Estados Unidos se encontraron con la negligencia y el desamparo del gobierno, lo cual les empujó a las calles donde fueron reclutados y entrenados por pandillas.
Esto ocurrió de manera aguda en Los Ángeles, California. Estos mismos jóvenes, al llegar a sus países de origen, devastados por la pobreza y falta de oportunidades, recurrieron a las tácticas pandilleriles violentas que aprendieron en los Estados Unidos y establecieron paulatinamente redes que se han extendido por toda la región. A esta violencia cotidiana y brutal se agrega la pobreza y desigualdad social asociada a la intervención estadounidense que ha favorecido a líderes y oligarcas locales que sirven a los intereses de corporaciones estadounidenses. Aunado a esto, las crisis ambientales causadas primordialmente por las políticas agresivas de extracción de recursos naturales y al calentamiento global continúan empujando a los sectores más vulnerables de la población a escapar y buscar refugio en otros países.
El hecho de que muchos migrantes buscan llegar a Estados Unidos no tiene que ver con la búsqueda del así llamado “sueño americano”, sino con lo que puede describirse como el efecto bumerang, el cual tiene su origen en las migraciones derivadas de los conflictos creados o apoyados por Estados Unidos en el pasado. Ello significa que el bumerang lanzado por este país en forma de intervenciones de diversa índole ahora se le regresa en la forma de migración indocumentada. La respuesta del gobierno para frenar esta migración ha sido básicamente legalista, reforzada por la militarización de la frontera y por la coerción velada sobre el gobierno mexicano para hacer lo mismo en el territorio vecino, convirtiendo efectivamente a todo México en la frontera sur de Estados Unidos.
P: Dada tu experiencia en México y Estados Unidos, ¿consideras que la educación teológica está respondiendo a las nuevas exigencias actuales?
R: Mi percepción es que la educación teológica en Estados Unidos, aunque en muchos casos es todavía más reactiva que proactiva, intenta responder a los desafíos contemporáneos. Observo este esfuerzo en la constante revisión de los planes de estudio, la creación de nuevos programas, el cambio de énfasis en muchos de los cursos existentes, en la diversidad y flexibilidad del formato de la oferta educativa y en los temas que se abordan. Mi percepción de lo que ocurre en México es diferente. Con excepción de lo que ocurre en la Comunidad Teológica de México y en diferentes universidades privadas que ofrecen educación teológica, la educación ofrecida por seminarios denominacionales parece ser más estática y anclada en teologías que, en muchos casos, no sólo están desconectadas de los desafíos contemporáneos, sino incluso refuerzan muchos de los patrones excluyentes que persisten en amplios sectores de la sociedad mexicana. Si bien la pandemia aceleró la adopción y familiaridad con las nuevas tecnologías, los contenidos continúan siendo controlados por las jerarquías denominacionales bajo esquemas que protegen el statu quo e impiden la apertura hacia formas relevantes de hacer y vivir la teología.
P: ¿Cuáles serán tus tareas iniciales en tu nuevo puesto como profesor asistente de Estudios y Ministerios Latinos en la Universidad Drew?
R: Mis tareas se centran primordialmente en la enseñanza y tutoría académica. La Escuela Teológica de Drew tiene un curso especialmente diseñado para ayudar a los estudiantes a reflexionar en su experiencia académica, el cual está estrechamente ligado a los cursos obligatorios y anima a la incorporación de elementos artísticos y de otra índole que le permite a los estudiantes entender su experiencia más allá del formato académico e individual. También he sido invitado para colaborar como consejero del grupo estudiantil Latinx, lo cual me emociona mucho.
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P: En esa universidad dejaron una enorme huella el Dr. Otto Maduro y la Dra. Ada María Isasi-Díaz. ¿Cómo retomarías parte de su legado académico y teológico?
R: Es una gran responsabilidad y un gran privilegio enseñar y servir en la institución que sirvió de plataforma a dos figuras tan importantes y estimadas en la comunidad hispana en Estados Unidos y más allá. Anhelo y espero continuar su legado siguiendo sus pasos principalmente en dos sentidos importantes. Primero, manteniéndome en contacto con las personas y las comunidades hispanas con las que me identifico, dado mi origen y situación de inmigrante. Esa conexión es vital para garantizar una reflexión teológica auténtica, relevante y pertinente. La otra manera en la que espero poder honrar su memoria es por medio de mi compromiso de amplificar las voces de aquellos que se encuentran ya involucrados en los esfuerzos, luchas, y proyectos de liberación por una vida más plena y por una sociedad más justa y equitativa.
P: Finalmente, ¿qué sugerencias harías a estudiantes de teología, dentro y fuera de Estados Unidos, para analizar adecuadamente el tema de las migraciones?
R: Mi principal sugerencia es estar presente y acompañar a las comunidades de migrantes e inmigrantes. La tentación de analizar fenómenos sociales desde la distancia es muy grande porque nos evita inconveniencias, incomodidades y peligros. Sin embargo, desde mi punto de vista, dicho acompañamiento es la ruta que más nos acerca a una reflexión teológica que tiene posibilidades de tener un impacto positivo y eficaz en el largo y arduo proceso de liberación y transformación. Otra sugerencia, que va de la mano de la anterior, es involucrarse lo más posible en los esfuerzos por cambiar, transformar y mejorar las condiciones que provocan las migraciones “irregulares” así como la experiencia misma de la migración. Dicho involucramiento nos motiva a investigar, conocer y reconocer no sólo las historias personales y comunitarias de los migrantes, sino también las causas profundas, históricas, sociales, económicas, culturales y de otras índoles que están detrás del fenómeno migratorio. Este conocimiento es sustancialmente enriquecido cuando se adquiere usando los “lentes” y “microscopios” de la religión y la teología. La dimensión ética cobra fuerza en nuestro análisis dándonos la oportunidad de imaginar y soñar con realidades vivificadoras para todas las personas y no sólo para unos cuantos.
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