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Jesús y el fruto de la vid

La vid se ha considerado siempre en la Biblia como una de las tres plantas fundamentales de la cultura mediterránea: vid, olivo e higuera

ZOé AUTOR 87/Antonio_Cruz 09 DE JUNIO DE 2022 20:10 h
El tronco de la vid es tortuoso, retorcido y tiene una corteza áspera que se desprende en tiras longitudinales. A las hojas verdes, grandes (que pueden tener 12 por 14 cm) y con el borde dentado se las suele llamar pámpanas. / Antonio Cruz.

Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid,



hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre. (Mt. 26:29)



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Existen varios términos hebreos que se usan en el Antiguo Testamento para referirse a la vid.



Por ejemplo, gephen, גֶּפֶן, puede usarse indistintamente para hablar de vid, parra o viña. También se suelen emplear en sentido general dos palabras, gephen hayyayin, גֶּפֶן הַיַּיִן, que asimismo significan “vid de uvas comestibles”.



Sin embargo, para referirse a las parras silvestres no comestibles porque incluso pueden llegar a ser tóxicas, se emplea gephen sadeh, גֶּפֶן שָׂדֶה, (2 R. 4:39).



Asimismo, la vid de Sodoma es gephen Sedom, גֶּפֶן סְדֹם (Dt. 32:32). Otra palabra hebrea es soreq, שׂרֵק, o soreqah, שׂרֵקָה, que indica a su vez las cepas, vides o viñedos productores de uvas aptas para el consumo humano (Gn. 49:11; Is. 5:2; Jer. 2:21).



En el Nuevo Testamento, el nombre común griego empleado para la vid es ámpelos, ἄμπελος, que tanto se puede usar en sentido literal (Mt. 26:29; Stg. 3:12), como en sentido figurado en relación a Cristo (Jn. 15:1-5).



La vid o parra (Vitis vinifera) es una planta trepadora semileñosa que, si se la deja crecer libremente, puede alcanzar los 30 metros de longitud.



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Sin embargo, la acción de poda anual efectuada por el ser humano hace que ésta se reduzca a un pequeño arbusto de apenas un metro de altura.



Se cultiva desde tiempos remotos por su fruto comestible, los racimos de uva, que son la materia prima para la elaboración del vino y otras muchas bebidas alcohólicas.



El nombre de “parra” se usa en relación con las vides que se dejan crecer más y se enredan (emparran) sobre techumbres, con el fin de que den sombra a la entrada de las casas, y a la vez sea fácil recoger los racimos de uvas (1 R. 4:25; Mi. 4:4). Asimismo se llama “viña” o “viñedo” al terreno en el que están plantadas las vides.



En Tierra Santa se cultivan muchas variedades de vides y vinos. En la época del Antiguo Testamento, éstos eran tan populares que se mencionan muchas veces en la Biblia.



No solían beberse habitualmente sino que formaban parte del menú que se consumía en las más importantes celebraciones del año, como la fiesta de los tabernáculos.



Aparte del recuerdo de los cuarenta años de peregrinación por el desierto, ésta era una festividad eminentemente agrícola en la que se recolectaban los frutos de la era y del lagar (Ex. 23:16; Dt. 16:13).



Después de haber recolectado la cosecha, de haber pisado las uvas y aplastado las aceitunas, se daba gracias a Dios. Era una fiesta de alegría y agradecimiento al Altísimo, y el hecho de que Elí sospechara de Ana, admite la posibilidad de que algunos abusaran y se embriagaran con el vino nuevo (1 S. 1:14-15).



La vid se ha considerado siempre en la Biblia como una de las tres plantas fundamentales de la cultura mediterránea: vid, olivo e higuera (Jue. 9:7-15).



Es originaria de Asia occidental y la arqueología aporta testimonios de su presencia en Palestina, Asiria y Egipto desde tiempos inmemoriales (Gn. 9:20-21).





[photo_footer] El fruto de la vid, los racimos de uvas, constituyen la materia prima para la elaboración del mosto o zumo de la uva que carece de alcohol y del vino que por fermentación produce alcohol. En Mesopotamia, Egipto y Canaán se producía vino tinto a partir de uvas moradas (Is. 63:2; Ap. 14:19-20), mientras que el vino blanco surgió posteriormente debido a una mutación genética que dio lugar a las uvas verdes. / Antonio Cruz. [/photo_footer] 


Al ser una planta trepadora, posee zarcillos largos y delgados mediante los que, en estado salvaje, se aferra a los árboles o arbustos para trepar sobre ellos (Sal. 80:9-11).



Estas vides que no fueron podadas reciben el nombre de “nazir”, como los nazareos que se dejaban crecer el pelo por estar consagrados o “apartados” para Dios (Lv. 25:4-6).



En Egipto ya se conocía y bebía el vino cuando José llegó al país, tal como pone de manifiesto el sueño que tuvieron sus compañeros de prisión, el copero y el panadero del rey (Gn. 40:5-14; Sal. 78:47).



Tanto el clima como las condiciones del suelo de Canaán eran muy adecuados para el cultivo de las vides y la obtención de buenos caldos, como los que Melquisedec ofreció a Abram (Gn. 14:18).



Era una planta que se cultivaba en las llanuras filisteas de Jezreel y Genesaret (Galilea), tal como evidencia la viña de Nabot (1 R. 21:1), pero que también prosperaba cerca de Siquem y Silo (Samaria) o en Hebrón  (Judea) (Nm. 13:23; Jue. 9:27; 21:20; Jer. 31:5), en En-gadi junto al Mar Muerto (Cnt. 1:14), en Hesbón, Eleale y Sibma, al este del río Jordán (Is. 16:8-10; Jer. 48:32) y en el Líbano (Os. 14:7).



En las viñas hebreas había una cabaña o una pequeña torre de vigilancia para guardar los frutos de los posibles ladrones, tanto humanos como animales; así como también un lagar excavado en la roca para pisar la uva y obtener los vinos que serían almacenados en odres para su fermentación (Is. 1:8; 5:1-7; Mt. 9:16-17; 21:33).



No obstante, aquellos nazareos que se apartaban del resto de la sociedad para dedicarse al servicio exclusivo del Señor debían abstenerse de beber vino fermentado e incluso mosto sin fermentar o de comer uvas, cosas que sí hacían el resto de los judíos (Nm. 6:1-4; Dt. 23:24).



La vendimia empezaba a medidos de septiembre y continuaba hasta el mes de octubre, en medio de fiesta y algarabía general. Las uvas se pisaban en los lagares de piedra para obtener el mosto rojizo, mientras los pisadores o lagareros cantaban alegremente (Jue. 9:27; Is. 16:10; Jer. 25:30; 48:33).



La Biblia compara a Israel con una vid que Dios sacó de Egipto (Sal. 80:8-13; Is. 5) y la cuidó de manera especial pero, a la hora de dar frutos, en vez de dulces uvas, produjo uvas silvestres amargas y venenosas, convirtiéndose así en una vid extraña (Jer. 2:21).



Por eso, Dios quitó su vallado, la abandonó y fue hollada por todos. Esto constituye una imagen profética de la infidelidad e injusticia de Israel que finalmente será equilibrada por la fidelidad del Mesías muriendo en la cruz. Jesús fue obediente hasta la muerte porque Él es la vid verdadera del auténtico Israel.



Fue plantado por el Padre, podado para que llevara fruto en abundancia (Jn. 15; Mt. 15:13) y el vino de su sangre, derramada en expiación por el pecado humano, es el único que puede salvarnos (Mt. 26:27-29; Jn. 6:56; 15:4-12).



Dice el Nuevo Testamento que el sarmiento estéril que no da fruto, será quitado, pero el que sí fructifica, será limpiado para que aún lleve más fruto (Jn. 15:2).



La vid (Vitis vinifera) es una planta perteneciente a la familia Vitaceae, que presenta casi 800 especies descritas, distribuidas por el hemisferio norte y del género Vitis se conocen unas 60 especies.



A las ramas jóvenes de la vid, se las denomina “sarmientos” y son muy flexibles aunque se suelen engrosar en los nudos. Las flores, que pueden ser hermafroditas o unisexuales, se reúnen en panículas laterales opuestas a las hojas.



Los frutos, las uvas, son bayas globosas, cada una de las cuales contiene de 2 a 4 pequeñas semillas duras y  ovoides. Se cree que es una planta originaria del suroeste de Asia y de Europa, aunque actualmente se extiende por casi todos los países templados del mundo.



Una de las peores enfermedades que pueden padecer los viñedos es la famosa filoxera, como la que atacó y arrasó las viñas europeas en el siglo XIX.  Se debe a la acción de un pequeño insecto hemíptero, parásito de la vid, llamado Viteus vitifoliae, de origen americano.



 





[photo_footer] Hoja afectada de filoxera donde pueden verse las abundantes agallas como verrugas verdosas. Imagen tomada en Banias (Galilea), la antigua Cesarea de Filipo romana.. / Antonio Cruz. [/photo_footer] 



La hembra suele poner unos 600 huevos entre las grietas de la corteza y allí pasan el invierno hasta que, llegada la primavera (marzo-abril), eclosionan y, alrededor del 10% de las pequeñas larvas, trepan hasta el haz de las verdes hojas.



Las pican y esto provoca que por el otro lado, en el envés de la hoja, aparezcan unas agallas redondeadas a modo de verrugas verdes. El otro 90% de las larvas se dirige hacia las raíces de la vid para atacarlas también.



La acción dañina de tal insecto sobre la planta se ve aumentada por la proliferación de hongos y bacterias que necrosan y pudren las raíces hasta que la planta muere.



Las vides de América son más resistentes a la acción del Viteus vitifoliae y no suelen morir como las europeas. Por eso, se importaron plantas americanas y se realizaron injertos en las de Europa para salvarlas.



La importancia económica de la vid y de sus frutos, las uvas, es extraordinaria. Se trata de una de las frutas más apreciadas, nutritivas y ricas en vitamina C.



Las uvas secas, llamadas “pasas”, son muy nutritivas y han sido empleadas por la medicina natural como expectorantes. Las uvas de Israel eran de excelente calidad, como pudieron comprobar los hebreos que conocían las de Egipto, al llegar a Canaán.



En la celebración judía de la cena de pascua, el Seder, se bebían cuatro copas de vino diluido en agua. La primera era la copa de la bendición, en la segunda, se explicaba la historia de la liberación de Egipto, mientras que la tercera, estaba relacionada con la propia comida y la cuarta copa era la de la alabanza que culminaba todo el rito pascual.



Según los eruditos, Jesús habría seguido también esta costumbre de las cuatro copas, al celebrar la cena de pascua con sus discípulos. Sin embargo, durante dicha celebración no tomó la cuarta copa.



En Getsemaní, le pidió al Padre: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mt. 26:39). Puede que el Maestro se refiriera aquí simbólicamente a la cuarta copa del Seder que no había tomado en la cena, la de la culminación de la pascua.



Sin embargo, cuando ya en la cruz los soldados romanos le ofrecieron vinagre, después de beberlo, Jesús respondió: “Consumado es” e inclinando la cabeza, entregó el espíritu (Jn. 19:30).



El Maestro acabó así su misión salvífica y con aquel sorbo amargo de vinagre tomó la cuarta y última copa, la de la liberación pascual por excelencia. Por tanto, su sacrifico empezó en la última cena y acabó en la cruz del Calvario.


 

 


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