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Volver a la carrera, de Joel R. Beeke

El mensaje principal de este libro es que tenemos a nuestra libre disposición gracia y sanación por medio de Cristo.

FRAGMENTOS 18 DE MARZO DE 2022 10:30 h
Detalle de la portada del libro. / [link]Ed. Peregrino[/link]

Un fragmento de Volver a la carrera de Joel R. Beeke (Editorial Peregrino, 2021). Puedes saber más sobre el libro aquí.



1. Corredores que tropiezan



Comprender las caídas



Imagina a un corredor en una carrera de larga distancia a campo a través. En la salida, las cosas tienen muy buena pinta. Lleva un buen ritmo, se siente bien y puede ver la victoria delante de él.



Pero a medida que la carrera avanza, se vuelve demasiado confiado y descuidado. Deja de prestar atención al terreno. En lugar de ello, sueña con los gritos de admiración que oirá cuando cruce la línea de meta en tiempo récord.



Después de correr con fuerza durante un tiempo, no ve un desnivel en el camino y se cae. En un instante se encuentra en el suelo, con las rodillas ensangrentadas, la cabeza palpitante y la cara en el suelo. Se siente confuso, desanimado y avergonzado. Así que se queda tumbado, sin saber si debe rendirse o seguir adelante.



Es una situación difícil y un momento de crisis. El corredor tiene motivos para sentirse avergonzado. Pero no tiene por qué rendirse. Puede terminar la carrera, y terminarla bien. Lo mismo puedes hacer tú si eres un cristiano apartado que ha caído en el pecado por su propia debilidad y descuido.



Por la gracia de Dios, haré todo lo que pueda en las siguientes páginas para mostrarte cómo disponerte para recibir de Dios la comprensión, la humildad y el valor para volver a la carrera.



Y si actualmente estás corriendo con fuerza en el Señor, confío en que este libro pueda servirte de dos maneras: para equiparte para ayudar a otros a levantarse y seguir adelante, y para prepararte (Dios no lo quiera) para la posibilidad de tus propias caídas en el futuro.



¿Qué es apartarse?



Cuando una persona que profesa ser cristiana está apartada, está en una temporada de aumento del pecado y disminución de la obediencia. No toda caída en pecado implica estar apartado.



Lamentablemente, los cristianos deben esperar que sus vidas consistan en un ciclo continuo de pecado y arrepentimiento del pecado por la fe en Cristo crucificado (1 Juan 1:9—2:2).



Sin embargo, cuando uno se aparta de Dios, se rompe este ciclo de arrepentimiento y se retrocede en sentido espiritual. Wilhelmus à Brakel (1635-1711) describió este enfriamiento como un «invierno espiritual» en la vida de una persona, «lo más opuesto al crecimiento».



Andrew Fuller (1754-1815) definió el apartamiento de los cristianos profesantes como «haber pecado y no haberse arrepentido de sus actos». Edward Reynolds (1599-1676) lo llamó «un arrepentimiento del arrepentimiento».



Cuanto más tiempo se permanece apartado, menos se puede afirmar que se es un verdadero cristiano (1 Juan 2:3-4), pues el arrepentimiento es la esencia del verdadero cristianismo (Hechos 2:38; 20:21; 26:18,20).



A lo largo de toda la Biblia se nos advierte contra este alejamiento de Dios. El Señor utilizó a sus profetas Oseas 14 Cuando los corredores tropiezan y Jeremías más que a ningún otro para amonestar a Israel, y a la iglesia de todas las épocas, sobre esta rebeldía.



La reprimenda profética revela que el alejamiento de Israel del Señor es nada menos que un adulterio contra su esposo divino: La esposa de Dios se prostituye espiritualmente con otros amantes (Jeremías 3, Oseas 4).



Apartarse de Cristo es, pues, un asunto grave. Deshonra a Dios, ignora a Cristo como Salvador, contrista al Espíritu, pisotea la ley de Dios y abusa del evangelio.



En otras palabras, significa apartarse de la Palabra y de los caminos del Señor. Sin embargo, en todas las épocas ha sido, y sigue siendo, un pecado tan común como terrible.



Nuestra tendencia a apartarnos



Aunque el apóstol Santiago no utilizó la palabra «apartarse», se refirió al mismo amor adúltero hacia el mundo que se daba en las iglesias (Santiago 4:1-10). Solo un par de décadas después de que Cristo ascendiera al Cielo y derramara el Espíritu Santo, ¡las iglesias y los cristianos se estaban apartando!



Y esta tendencia no era nueva. En palabras registradas unos 700 años antes, oímos al Señor lamentarse: «Entre tanto, mi pueblo está obstinado en su rebelión contra mí; y aunque invocan al Altísimo, no lo quieren enaltecer» (Oseas 11:7, RVA-2015).



La palabra «pueblo» se refiere aquí al pueblo de Dios en general, lo que hoy llamaríamos la iglesia visible. Por tanto, incluye a los que profesan la fe pero no tienen un verdadero corazón para el Señor.



De ellos, Jeremiah Burroughs (c. 1600-1646) escribió: «Hay un principio de apostasía en ellos [. . . ]. Los caminos de Dios han sido inadecuados para ellos, y por lo tanto los han encontrado duros y tediosos».



Fíjate en que Oseas 11:7 no solo dice que el pueblo se ha rebelado, sino que está «obstinado» («adherido» en otras traducciones) en su rebelión. Ebenezer Erskine (1680-1754) escribió: «No solo hay una facilidad y ductilidad en el corazón del hombre para pecar, sino una fuerte propensión e inclinación a hacerlo».



Las Escrituras y la historia lo confirman: la iglesia tiene una fuerte inclinación a apartarse. Al igual que para un hombre que se encuentra en una colina helada junto a un pronunciado precipicio, un paso en falso puede iniciar un deslizamiento hacia la destrucción.



Pero la tendencia a apartarse no se limita ciertamente a los incrédulos, a los hipócritas en la iglesia, o a la iglesia en general (que es una mezcla de cristianos y de aquellos que profesan la fe pero no la poseen).



La misma tendencia existe en aquellos que son verdaderos corredores de Dios en la carrera. Estos también pueden caer, perdiéndose las recompensas celestiales que podrían haber obtenido de otro modo.



Considera esta analogía de lo fácil que es caer y apartarse. Al entrar en la prueba de 10 000 metros en los Juegos Olímpicos de 2010, Sven Kramer de los Países Bajos estaba bien posicionado para ganar su segunda medalla de oro en patinaje de velocidad.



De hecho, cuando llegó la carrera, completó el recorrido en un tiempo récord. Sin embargo, trágicamente, quedó descalificado por patinar en el carril equivocado durante parte de la carrera tras seguir el consejo equivocado de su entrenador.



Cualquier atleta te puede decir que tu rendimiento no sirve de nada si no sigues las reglas. Por eso Pablo escribió en 2 Timoteo 2:5 que, si un hombre compite como atleta, no recibirá la corona de vencedor a menos que compita según las reglas.



Si estamos «patinando en el carril equivocado», es decir, apartándonos de nuestra obediencia a los mandatos de Dios, no importa lo bien que pensemos que lo estamos haciendo o la admiración que otros puedan sentir por nosotros. Debemos correr por los caminos de Dios, según su voluntad, no la nuestra.



Mientras corremos nuestra carrera diaria, cruzar pecaminosamente las líneas que Dios ha establecido para nosotros puede ocurrir casi sin esfuerzo. William S. Plumer (1802-1880) dijo:



Es fácil alejarnos de Dios. Desde el vientre materno nos desviamos y engañamos. Es tan natural para nosotros hacer el mal como para las chispas del fuego ascender. En nuestro viaje hacia el Cielo, vamos contra viento y marea.



Si no hacemos nada para vencer su efecto, estos nos arrastrarán. Podemos ir al Infierno sin proponérnoslo, sin hacer ningún esfuerzo para ello. Pero ir al Cielo requiere oración, abnegación, vigilancia, vehemencia; requiere correr, luchar, pelear.



Plumer tiene razón: esta vida cristiana es una guerra, no contra los hombres, sino contra nosotros mismos, el mundo y el diablo.



Si nos apartáramos tan siquiera una vez en nuestras vidas cristianas, ya sería indeciblemente grave y atroz. Dios nos ha amado con un amor eterno, ha perdonado todos nuestros pecados, nos ha abrazado como hijos y nos ha bendecido con toda bendición espiritual.



Apartarnos, aunque fuera solo una vez en nuestro pensamiento, sería razón más que suficiente, humanamente hablando, para que Dios nos retirara su amor. Pero la realidad de nuestro estado es peor, mucho peor.



Oseas dice que tenemos un hábito, una inclinación, una tendencia a apartarnos, a pesar de la profundidad inconmensurable del amor de Dios. Por nosotros mismos, nos apartaríamos continuamente del Señor. ¿No es esto tan cierto para ti como lo es para mí?



Al igual que el pecado no le resulta menos horrible o menos ofensivo a Dios por estar muy extendido, que todos compartamos la tendencia a apartarnos no significa que sea un asunto trivial.



Dios promete que dondequiera que él comienza la buena obra de la salvación, la llevará a término (cf. Filipenses 1:6), pero eso no nos permite ser pasivos y apáticos ante nuestra tendencia a apartarnos.



Thomas Vincent (1634-1678) advirtió que Dios guarda a su pueblo a través de su motivación y su esfuerzo por utilizar los medios de gracia que Dios mismo le proporciona. Debemos aprovechar la gracia que Dios nos concede.



Además, la protección de Dios no garantiza que vayamos a evitar caídas lamentables. Vincent advirtió a sus oyentes: «Aunque Dios no permitirá que caigáis totalmente de su gracia si realmente ha comenzado la buena obra en vosotros, si no tenéis mucho cuidado, podéis caer en un gran decaimiento de la gracia; vuestras bendiciones pueden languidecer y estar a punto de morir (Apocalipsis 3:2)».



¿Cómo puede ocurrir esto en la práctica? Vincent añade: «Puedes caer en terrible pecado», de manera que avergüences el nombre de Cristo, hieras tu conciencia, contristes al Espíritu, dañes a la iglesia, interrumpas tu comunión con Dios, pierdas tu seguridad de salvación y caigas bajo la disciplina de Dios. Espantoso, sí, pero cierto.



Hacer balance



Tal vez hubo un tiempo en tu vida en el que no hubieras creído estas palabras de Oseas 11:7; un tiempo en el que, con la pasión del primer amor, la oración era tu aliento diario y la Palabra de Dios tu alimento diario.



En ese momento, la palabra «apartarse» era ajena a tu vocabulario. El pecado era pecado, la gracia era la gracia, Dios era Dios y Cristo era Cristo. Habrías atravesado el mismísimo Infierno para llegar hasta Jesucristo.



El Señor podría decir de ti: «Me he acordado de ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mí en el desierto, en tierra no sembrada» (Jeremías 2:2). Al igual que José, te aterrorizaba la idea de pecar contra Dios (Génesis 39:9).



Pero, ¿cómo es tu vida espiritual ahora? ¿La ves de otra manera? Tal vez tengas que decir: «Es verdad; soy propenso a apartarme. Tiendo a desviarme del camino estrecho, a extraviarme como una oveja perdida, a volver a una vida que creía haber dejado atrás para siempre.



Porque “yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien” (Romanos 7:18). Mi única esperanza sigue siendo el Salmo 40:2, porque “me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos”».



¿Cómo cae el pueblo de Dios en el profundo y horrible pozo del enfriamiento espiritual? ¿De qué maneras el pecado del alejamiento de Dios extiende su influencia mortal a todos los ámbitos de la vida espiritual y natural? ¿Qué indicios debo buscar en mí mismo para saber si estoy apartándome?



Todas estas son preguntas cruciales.



Señales de haber caído en un bache espiritual



El pueblo de Dios se deja llevar por la corriente. Nos vamos apartando gradualmente, en un proceso que se desarrolla con el tiempo. Esto no resulta sorprendente, pues, al margen de la gracia de Dios, seguimos siendo hijos de Adán durante toda nuestra vida.



Nunca podemos desprendernos completamente de nuestra vieja naturaleza; se aferra a nosotros como una enredadera mediante innumerables tendencias pecaminosas.



Encontramos una buena ilustración de la vida del hijo de Dios en una escena que es frecuente en la zona rural de Michigan durante las semanas invernales, cuando caen fuertes nevadas.



Las carreteras secundarias y los caminos más estrechos, muchos de ellos sin pavimentar, se vuelven fangosos y casi intransitables. Al pasar por ellos después de una nevada, al principio solo aparecen unas huellas.



Pero, a medida que pasa un nuevo vehículo por las mismas huellas, los surcos se hacen cada vez más profundos, hasta que alguien finalmente se queda atascado y no puede avanzar.



Del mismo modo, los hijos de Dios son propensos a seguir las huellas de su fangosa naturaleza humana dondequiera que estas les lleven. Cuanto más avanzan, más se hunden en los surcos; paso a paso, una cosa lleva a la otra, hasta que se atascan.



¿Cuáles son estos surcos en los que los creyentes son tan propensos a caer? Puedo enumerar al menos estos seis:



1. Frialdad en la oración.



2. Indiferencia a la Palabra.



3. Aumento de las corrupciones interiores.



4. Amor al mundo.



5. Disminución del amor hacia los creyentes.



6. Esperanzas centradas en el hombre.



Voy a presentar gran parte del contenido en segunda persona, como si le hablara directamente a un creyente apartado. No lo hago para acusarte o condenarte, lector (el mensaje principal de este libro es que tenemos a nuestra libre disposición gracia y sanación por medio de Cristo), sino para darte la oportunidad de verte reflejado más fácilmente en cualquier sección que pueda aplicarse a ti.



Pocas cosas son más importantes en la vida cristiana que reconocer cuando uno se ha apartado.


 

 


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COMENTARIOS

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Alfredo
19/03/2022
19:39 h
2
 
Quien se aparta ya no está unido a Jesús : "el que cree que está firme, tenga cuidado, no sea que caiga" 1 Cor.10:12. "si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo" 1 Tim. 5:8. Es decir, el egoísta que no ama niega a Cristo en sus acciones . Tiene fe mas no profesa esa fe. Fe sin amor no es nada ( 1 Cor. 13:2). El amor es mayor que la fe ( 1 Cor. 13:13). Rom. 11:22. Quien persevera se salvará.Mt.24:13
 

Miguel
19/03/2022
09:48 h
1
 
Buenísimo libro, lo puedo recomendar de todo corazón. Escrito con esmero y detalle por un maestro con corazón de pastor.
 



 
 
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