La muerte, como cierre de la vida, transforma la expresión total de una existencia. Así la vio Don Quijote, con rostro humano.
Pensativo iba Don Quijote camino adelante, por la burla que le habían hecho los encantadores al transformar a su bella Dulcinea en una fea y vulgar aldeana. Tanto advirtió Sancho su decaimiento, que le dijo: “Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias”.
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Se proponía Don Quijote responder a Sancho Panza cuando vio que a través del camino llegaba una carreta cargada de los más diversos personajes y figuras que podían imaginarse. El que guiaba las mulas era un carretero disfrazado de demonio. La carroza viajaba a cielo abierto, sin toldo alguno. La muerte, como cierre de la vida, transforma la expresión total de una existencia. Así la vio Don Quijote, con rostro humano. Junto a la muerte el caballero vio un ángel con grandes alas pintadas, un emperador con corona en la cabeza, y a los pies de la muerte el dios Cupido, sin venda en los ojos. En la carroza tomaba asiento “un caballero armado de punta en blanco” y otras personas de diferentes trajes y rostros. Don Quijote, creyendo que se le ofrecía alguna nueva y peligrosa aventura, con el ánimo dispuesto de acometer cualquier peligro, se puso delante de la carreta y con voz alta y amenazadora dijo:
“Carretero, cochero, o diablo, o lo que eres, no tardes en decirme quien eres, do vas y quién es la gente que llevas en tu carricoche”.
Respondió el carretero: “Señor, nosotros somos recitantes de la compañía de Angulo el Malo; hemos hecho en un lugar que está detrás de aquella loma, esta mañana, que es la octava del Corpus, el auto de Las Cortes de la Muerte, y hémosle de hacer en aquél lugar que desde aquí se parece; y por estar tan cerca y escusar el trabajo de desnudarnos y volvernos a vestir, nos vamos vestidos con los mesmos vestidos que representamos”. (Don Quijote, segunda parte, capítulo XI).
Estando en esta conversación llegó un personaje importante de la compañía, vestido de mamarracho. Con un largo palo que llevaba comenzó a sacudir el suelo, a dar grandes saltos sonando cascabeles que llevaba. Todo esto alborotó de tal manera a Rocinante que emprendió carrera llevando a su amo encima. Don Quijote no podía detenerle. Sancho, que consideró el peligro que corría su amo de dar con el cuerpo en tierra, saltó de su burro dispuesto ayudarle. Pero cuando llegó ya estaba Don Quijote en tierra y el caballo junto él. El caballero había nacido en tierras de la Mancha, no en el Oeste americano.
Apenas Sancho dejó libre al rucio, el demonio saltador montó en él, encaminándolo al lugar donde iban a tener la próxima actuación. Sancho, que ayudaba a un maltrecho Don Quijote, se acerco a él y le dijo:
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—Señor, el Diablo se ha llevado al rucio.
—¿Qué Diablo?, preguntó Don Quijote.
—El de las vejigas, el saltarín.
—Pues yo lo cobraré –replicó Don Quijote– si bien se encerrase con él en los más hondos y oscuros calabozos del infierno. Pero habiendo caído el Diablo con el rucio, se fue a pie al pueblo, y el jumento se volvió a su amo.
No paró ahí la historia. Don Quijote volvió a la carreta, que ya estaba bien cerca del pueblo. Iba dando voces, diciendo: deteneos, esperad, turba alegre y regocijada; que os quiero dar a entender cómo se han de tratar los jumentos y alimañas que sirven de caballería a los escuderos de los caballeros andantes.
“Tan altos eran los gritos de Don Quijote, que los oyeron y entendieron los de la carreta; y juzgando por las palabras la intención del que las decía, en un instante saltó la Muerte de la carreta, y tras ella, el Emperador, el Diablo carretero y el Ángel, sin quedarse la Reina ni el dios Cupido, y todos se cargaron de piedras y se pusieron en ala esperando recibir a Don Quijote en las puntas de sus guijarros. Don Quijote, que los vio puestos en tan gallardo escuadrón, los brazos levantados con ademán de despedir poderosamente las piedras, detuvo las riendas a Rocinante y púsose a pensar de qué modo los acometería con menos peligro de su persona. En esto que se detuvo, llegó Sancho, y viéndole en talle de acometer al bien formado escuadrón. Ensartó una serie de refranes sobre la situación en que se hallaba Don Quijote y concluyó: “Más temeridad que valentía es acometer un hombre sólo a un ejército donde está la Muerte. Además, aunque estos parecen reyes, príncipes y emperadores, no hay ningún caballero andante”.
Esto último convenció a Don Quijote, como era de esperar. Respondió a Sancho: yo no puedo ni debo sacar la espada, como otras veces te he dicho, contra quien no fuere armado caballero. Luego pidió al escudero que él tomara venganza de los agravios. El bueno de Sancho no quería aventuras. Respondió con un párrafo en el que cada palabra estaba impregnada de ideales cristianos:
—No hay para qué, señor, tomar venganza de nadie, pues no es de buenos cristianos tomarla de los agravios. Que mi voluntad es de vivir pacíficamente los días que los cielos me dieren la vida.
—“Pues ésa es tu determinación –replicó Don Quijote–, Sancho bueno, Sancho discreto, Sancho cristiano y sincero, dejemos estos fantasmas y volvamos a buscar mejores y más calificadas aventuras. Tomó las riendas luego que Sancho fue a tomar su rucio. La Muerte, con todo su escuadrón volante, volvieron a su carreta y prosiguieron su viaje, y este felice fin tuvo la temerosa aventura de la carreta de la Muerte”.
La Muerte.
Provisto de una concordancia he obtenido que la palabra muerte aparece 345 veces en las páginas de la Biblia. La palabra morir otras 597, y la palabra muerto 338 veces.
La muerte en la Biblia tiene tres sentidos: uno, separación del cuerpo y del alma. Dos, alejarse espiritualmente de Dios. Tres, la muerte segunda, que es la eterna condenación.
Dice el autor de la epístola a los Hebreos que Cristo vino al mundo “para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo”. (Hebreos 2:14). La profecía de Oseas anticipa la convicción de Cristo al decir: “Oh muerte, yo seré tu muerte”. (Oseas 13:14). La profecía llega a su cumplimiento en palabras de San Pablo: “Nuestro Salvador Jesucristo quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el Evangelio”. (2ª Timoteo 1:10).
Para Miguel de Unamuno, en la aventura del carro de la muerte “aparece una de las más heroicas que llevó a feliz término nuestro hidalgo, pues en ella se nos muestra venciéndose a si mismo con su cordura”.
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