— Ese señor del que usted me habla no le conozco ni sé quién pueda ser.
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Pedro el pastor, del cuento Pedro y el lobo, aunque se propuso no dar más problemas, siguió reincidiendo con sus mentiras de modo que el ganadero jefe hubo de despedirlo.
Su lugar lo ocupó otro muchacho llamado Juan. Bien se aseguró el dueño de que el tal fuese honesto y veraz. Expresamente fue a una iglesia presbiteriana compuesta por fieles creyentes, piadosos, rancios y puritanos, para sacar de sus filas un buen ejemplar. Ese fue Juan.
Le beneficiase o le perjudicase, no mentía, jamás mentía, aunque le comprasen, le tentasen, le torturasen o le matasen. Jamás salió de su boca algo que contradijese la verdad.
Su integridad era notoria, los pueblos de alrededor eran conocedores de semejante siervo de Dios.
No obstante, Juan se guardaba una carta a jugar. ¿Cuándo la pondría sobre la mesa?
Juan jamás había seleccionado bien sus amistades, gente de mala vida, inspectores de hacienda, jugadores, bebedores, pésimos políticos, alguna que otra prostituta, eran su círculo de relación. Pero a todos trataba con piedad cristiana, y amistad fiel.
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Un día uno de ellos, el inspector de hacienda, se le presentó en casa destrozado, rogándole le ocultase porque le estaban buscando para darle una paliza.
Lo metió en un zulo y los perseguidores no tardaron en llegar. Ellos sabían del pastor de ovejas Juan, de su honestidad, de que el fugitivo probablemente fuera su amigo, la jugada era segura.
El cabecilla del grupo recibió una firme contestación.
— Ese señor del que usted me habla no le conozco ni sé quién pueda ser.
Los potenciales agresores se fueron convencidos de que eso era verdad, mientras el inspector respiró aliviado en su escondite. Además, Juan le proporcionó el modo de escapar del país.
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Al final se supo que Juan había mentido como un cosaco, y ese hecho corrió como la pólvora por toda la comarca.
Juan jugó su única carta, ya nunca más sería tenido por honesto. Claro, lo despidieron ipso facto de su trabajo de pastor y fue sometido a disciplina en la iglesia.
Moraleja: Selecciona bien tu mentira, tu única mentira.
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