La Biblia afirma que Abraham plantó un árbol de tamarisco en Beerseba e invocó allí a Dios, y que los huesos de Saúl fueron sepultados bajo un tamarisco en Jabes.
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Y plantó Abraham un árbol tamarisco en Beerseba,
e invocó allí el nombre de Jehová Dios eterno. (Gn. 21:33)
El término hebreo eshel, אֵשֶׁל, que coincide con el arameo athlâ y con el árabe, athl, se refieren todos muy probablemente al tamarisco (Tamarix sp.). Fue traducido al griego de la versión Septuaginta por aronra, ἀρόνρα, y al latín de la Vulgata por nemus.
Se trata de un género de árboles silvestres cuya madera es resistente, sus hojas pequeñas están siempre verdes y son delgadas como filamentos, lo que le proporciona al árbol una apariencia plumosa.
Además, al ser pequeñas pierden muy poca agua por evaporación y esto permite a la planta vivir en ambientes secos y desérticos, incluso sobre las dunas o muy cerca del mar, pues resisten bien la salinidad. Los flores también son pequeñas, blancas o rosadas y se presentan en racimos alargados.
En Israel se conocen 14 especies pertenecientes a este género Tamarix, 1 que en la antigüedad eran considerados como árboles o arbustos sagrados y se les empleaban en ritos religiosos o actividades de carácter profético.
Por ejemplo, en Egipto el tamarisco estaba relacionado con el dios Osiris y los sacerdotes se confeccionaban coronas con sus ramas, cuando ejercían las funciones cúlticas.
La Biblia afirma que Abraham plantó un árbol de tamarisco en Beerseba e invocó allí el nombre del Dios eterno (Gn. 21:33).
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En época moderna, los botánicos han podido comprobar que el patriarca hizo lo correcto al plantar tamarisco en aquel lugar, ya que es prácticamente el único árbol que puede sobrevivir en ese ambiente, cuya precipitación anual es inferior a los 210 mm por metro cuadrado.
Siguiendo su ejemplo, el gobierno israelí plantó también más de dos millones de tamariscos en la misma región. Asimismo, se cuenta en la Escritura que Saúl estaba sentado en Gabaa bajo un tamarisco con su lanza en la mano (1 S. 22:6) y que, cuando murió, sus huesos fueron sepultados bajo un tamarisco en Jabes (1 S. 31:13).
[photo_footer] Tres grandes ejemplares de tamarisco en un parque de Jaffa (Israel)./ Antonio Cruz. [/photo_footer]
Algunas versiones traducen este último texto como “un árbol” pero es evidente que el término hebreo se refiere al tamarisco.
El género Tamarix comprende más 60 especies distintas de plantas distribuidas por África y Eurasia. Pueden ser pequeños arbustos de tan sólo un metro de altura o grandes árboles de más de 15 metros, como el taraje (Tamarix aphylla) presente en Israel.
Cada una de las pequeñas florecillas de los racimos del tamarisco puede producir miles de diminutas semillas de un milímetro de diámetro que serán dispersadas por el viento o por el agua de los ríos.
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En caso de incendio, los tamariscos suelen sobrevivir ya que sus profundas raíces, que penetran hasta el nivel freático para alcanzar el agua subterránea, permanecen vivas y pueden regenerar al árbol quemado.
[photo_footer] Las flores de los tamariscos pueden ser rosas o blancas y siempre están dispuestas en racimos de 5 a 10 cm de longitud./ Antonio Cruz. [/photo_footer]
Asimismo tienen un mecanismo sencillo para competir con otras especies vegetales por el espacio. Como pueden absorber sal del suelo y acumularla en las hojas, cuando éstas se desprenden y caen en las inmediaciones del árbol, la sal que contienen resulta nociva para las demás plantas, por lo que mantienen su territorio libre de competidores.
El famoso episodio bíblico del tamarisco plantado por Abraham en Beerseba (Gn. 21:22-34), se enmarca en la historia de la alianza entre el patriarca de Ur y el rey filisteo Abimelec. Semejante incidente refleja bien la inteligencia de Abraham al querer establecer buenas relaciones con la población local filistea.
La alianza con el rey Abimelec hizo posible que la familia de Abraham pudiera disfrutar de aquellas tierras, de los recursos hídricos de las mismas y establecer la paz con un pueblo que llevaba viviendo allí mucho tiempo.
Es significativo el hecho de que el propio rey Abimelec reconociera que la prosperidad de Abraham se debía a su singular y exclusivo Dios.
En los pueblos nómadas o seminómadas del Creciente Fértil, que vivían en lugares secos o desérticos, casi siempre surgían conflictos por el uso del agua ya que los pozos eran escasos y, por tanto, muy valiosos para la supervivencia tanto de las personas como de sus ganados.
[photo_footer] El tamarisco del Nilo es muy abundante por todo Israel, así como en Egipto y el norte de África, sobre todo en regiones de alta salinidad. Sus raíces contribuyen a estabilizar las dunas del desierto. / Antonio Cruz. [/photo_footer]
En tales culturas de la antigüedad, había dos cosas muy importantes que estaban relacionadas con la vida y con la muerte: el agua y los sepulcros. La propiedad de los pozos y abrevaderos, así como la de los cementerios donde se enterraba a los familiares, era prioritaria para los patriarcas.
De manera que la alianza entre Abraham y Abimelec quedó sellada mediante un juramento de paz, mutuo y hecho de palabra. Este contrato de carácter oral se escenificaba mediante ciertos actos rituales, como la donación de siete corderas a Abimelec para que le recordaran siempre que Abraham cavó el pozo de Beerseba (nombre que significa “pozo del juramento”) y el hecho de plantar un tamarisco en aquel mismo lugar y dedicárselo al Dios eterno. Con lo cual se establecía allí un santuario a Jehová.
Es evidente que esta sabiduría que caracterizó siempre al gran patriarca de Ur, de establecer buenas relaciones con sus vecinos, será también recogida en el Nuevo Testamento entre algunos de los deberes cristianos.
El apóstol Pablo, escribiendo a los creyentes romanos, les dirá: “No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres” (Ro. 12:17-18).
1. http://flora.org.il/en/plants/
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