Atocha

Solo y ligero de equipaje, emprendió una salida para la que puso mucha ilusión.

Por lo general era una persona reservada, no comunicaba detalles de su vida con facilidad.

El caso es que viajando en el tren que le conducía a Madrid, y aprovechando el anonimato, no le importó expresarse abiertamente con el pasajero que tenía enfrente.

Estas cosas suelen pasar en los viajes, que lo que no contamos durante toda una vida, sale en un instante con la persona más desconocida.

Habló por los codos, sin freno, el pobre acompañante hizo las veces de pared de frontón. Solo en contadas ocasiones intervenía para aportar algo, mostrando así una escucha activa.

Se acercaba la estación término, Atocha estaba a cinco minutos.

― Son setenta euros.

― ¿Qué? ¿Cómo dice?

― Sí, el costo de haberle escuchado durante estas dos horas asciende a esa cantidad, y le estoy haciendo un precio especial.

― Pero, ¿qué se ha creído? Le he confiado mi intimidad ¿y yo tengo que pagar? ¿No sería más bien al revés?

― Sería al revés si yo no necesitase ese dinero. Mi situación económica me obliga a sacar unas monedas de las situaciones más peregrinas.

― ¡Caspita! ¿Y no le parece absurdo? ¿No cree que está fuera de lo razonable?

― Usted ha sacado provecho de mí, es justo que yo también mejore mi haber.

― ¡Vale, vale, a pagar! ¡Qué fresco, me lo podía haber dicho con antelación!

Frustrado, descendió del tren con la sensación de haber tirado perlas a los cerdos.

“Mejor me hubiera callado”.