Hay en este episodio muchos elementos autobiográficos, ligados a esta obra de Cervantes.
Otra pequeña novela intercalada en el texto del Quijote, donde ocupa los capítulos XXXIX, XL y XLI de su primera parte. La historia cuenta las aventuras de un español cautivo en Argel, como también lo fueron el propio Cervantes y compañeros suyos.
Hay en este episodio muchos elementos autobiográficos, ligados a esta obra de Cervantes: los baños de Argel. La mayoría de personajes en ambas novelas son absolutamente históricos y están fielmente retratados. La hermosa protagonista se llamó en realidad Zahara, pero aquí se la denomina Zoraida. Era hija del renegado Agi Morato. Cervantes hace creer qué convertida al cristianismo, Zoraida ayudó a Ruy Pérez de Viedma a lograr la libertad del cautiverio y llegar a España.
Relatando el cautivo sus antecedentes familiares cuenta que el padre tenía tres hijos, “todos varones y todos de edad de poder elegir estado”. Llamándolos un día a los tres en un aposento les dijo: “He pensado hacer de mí hacienda cuatro partes; las tres os daré a vosotros, y con la otra me quedaré yo pará vivir y sustentarme los días que el cielo fuere servido de darme vida. Pero querría que después que cada uno tuviese en su poder la parte que le toca de su hacienda, siguiese uno de los caminos que le diré: Hay un refrán en nuestra España, a mi parecer muy verdadero, como todos lo son, por ser sentencias breves sacadas de la lengua y discreta experiencia; y el que yo digo dice: Quien quisiere valer y ser rico, siga a la Iglesia”. (Don Quijote, primera parte, capítulo XXXIX).
En Meditaciones del Quijote Ortega y Gasset dice que “no existe libro alguno cuyo poder de alusiones simbólicas al sentido universal de la vida sea tan grande”. El símbolo, que existe desde el principio del mundo, está presente en las dos partes del Quijote. Cervantes da muestra de ser un gran simbolista, como lo hace en el episodio de topar con la Iglesia. Guiando Don Quijote los pasos por delante de Sancho “dio con el bulto que hacía la sombra, y vio una gran torre, y luego conoció que el tal edificio no era alcázar, sino la Iglesia principal del pueblo. Y dijo: Con la Iglesia hemos dado, Sancho”. (El Quijote, segunda parte, capítulo IX).
Cervantes estuvo toda su vida dando con la Iglesia, enfrentado a ella y a algunos de sus ministros. Arsenio Gutiérrez Palacios ha demostrado que el autor del falso Quijote de Avellaneda, donde se arremete contra él, era el cura Alonso Fernández de Zapata. A Navarrete le pareció que el autor del falso Quijote pudo haber sido el fraile dominico Luis de Aliaga. Y entre otros varios se ha mencionado también al fraile Juan Blanco de Paz. Igualmente preso, lo denunció al terrible Hazán Boijá. El castigo por culpa del fraile católico fueron cinco meses atado con grillos y cadenas.
En su libro Erasmo en tiempos de Cervantes Américo Castro destaca el anticlericalismo de Cervantes, enfatizando el hecho de que cuando Cervantes escribía andaba con mucho cuidado para evitar la Inquisición.
En casa de los duques Don Quijote pinta a un eclesiástico que se atrevió a reprenderle como uno “destos que gobiernan las casas de los príncipes, destos que quieren que la grandeza de los grandes se mida con la estrecheza de sus ánimos, destos que queriendo mostrar a los que ellos gobiernan a ser limitados los hacen miserables”.
A finales de los años 60 Televisión Española ofreció en varios episodios la vida de Cervantes. Los autores del guion pusieron de relieve que el escritor fue excomulgado por la Inquisición, acusado de haber tomado trigo de los graneros del clero para proveer al Estado.
Todas estas reflexiones las he añadido aquí ante el gesto del padre que aconseja a uno de sus hijos que si pretende valer y ser rico, siga a la Iglesia, donde está el poder, el dinero y la prepotencia, que según Américo Castro Cervantes denunció cuando pudo hacerlo.
Don Quijote y Sancho están en la venta, donde el caballero cuenta sus batallas. El cura y el barbero se disfrazan convenientemente y acuden a la venta con la sana intención de volver a Don Quijote a su hogar. Lo encuentran dormido. Lo atan de pies y manos. Lo introducen en una gran jaula que ya tenían preparada y, con esfuerzo, depositan la jaula en un carro tirado por bueyes.
Sancho dice que aquellas situaciones por las que atraviesa su amo “no son del todo católicas”, a lo que el caballero, furioso, exclama: “¿Católicas? ¡Mi padre! ¿Cómo han de ser católicas, si son todos demonios que han tomado cuerpos fantásticos para venir a hacer esto y a ponerme en este estado?”. A todo esto, Don Quijote “iba sentado en la jaula, las manos atadas, tendidos los pies y arrimado a las verjas, con tanto silencio y tanta paciencia como si no fuera hombre de carne, sino estatua de piedra”.
Hasta la comitiva llega un grupo de hombres a caballo. Entre ellos se encuentra el canónigo de Toledo. Pregunta el cura por qué llevaban al hombre de aquella manera. Don Quijote se adelanta en la respuesta y dice: “A la mano de Dios. Yo voy encantado en esta jaula, por envidia y fraude de malos encantadores”.
Interviene el cura del pueblo: “Dice verdad el señor don Quijote de la Mancha. Que él va encantado en esta carreta, no por sus culpas y pecados, sino por la mala intención de aquellos a quien la virtud enfada y la valentía enoja”.
Sancho, que todo lo escuchaba y empieza a identificar al cura y al barbero, no cree en el encantamiento admitido por su amo. En presencia del canónigo dice a los presentes: “Va encantado mi señor don Quijote como mi madre; él tiene su entero juicio, él come y bebe y hace sus necesidades como los demás hombres, y como los hacía ayer, antes que le enjaulasen. Siendo esto así, ¿cómo quieren hacerme a mí entender que va encantado? Pues yo he oído decir a muchas personas que los encantados ni comen, ni duermen, ni hablan y mi amo, si no le van a la mano hablará más que treinta procuradores”.
Desembocan en una bifurcación de caminos donde el canónigo y sus acompañantes dejan la caravana. Después de seis días más enjaulado, Don Quijote llega a su aldea un día de domingo. Fue sacado de la jaula. Entre el ama y la sobrina le cambiaron la ropa y le tendieron en su lecho. Se acabó el supuesto encantamiento.
Según la Enciclopedia Larousse, tomo cuarto, los relatos del encantamiento son numerosos en la literatura del oriente mediterráneo. La mitología griega explica cómo, por encantamiento, ciertos héroes y semidioses fueron transformados en árboles, en manantiales o en piedras.
La Biblia los prohíbe: “No os volváis a los encantadores”, ordena Moisés. (Levítico 19:31).
David insiste en no oír su voz “por muy hábil que el encantador sea”. (Salmo 58:5).
Según la Biblia, los encantamientos están protagonizados por hombres mal intencionados. La Palabra inspirada los clasifica entre los hechiceros, los magos, los adivinos, los brujos y los nigrománticos o pretendidos comunicadores con los espíritus de los muertos. La Biblia atribuye el pretendido poder de los encantadores a influencia infernal. Los magos de Egipto protagonizaron varios actos de encantamiento en presencia del Faraón. En el Diccionario Vila-Santamaría, leemos: “Nuestras Biblias en idiomas modernos traducen con la palabra encantamiento varios conceptos hebreos que se pueden resumir así: La práctica de artes mágicas para obtener la ayuda de los malos espíritus a fin de producir efectos sobrenaturales sobre los seres humanos”.
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