El curioso impertinente es una novela corta intercalada por Cervantes en los capítulos XXXIII, XXXIV y XXXV de la primera parte de El Quijote. En la misma se plantea el riesgo que corre el hombre casado que insiste en probar la fidelidad de su esposa. La acción principal transcurre en Florencia, Italia, en el siglo XV. Allí vivían dos amigos, “caballeros ricos y principales”, Anselmo y Lotario, tan unidos en la amistad que los conocidos los llamaban “los dos amigos”.

Anselmo contrajo matrimonio con la bella Camila, de su misma condición social. Con el corazón enfangado por los celos, un día que los amigos paseaban por un prado en las afueras de la ciudad Anselmo propone a Lotario que intente enamorar a Camila para saber cómo ésta responde. A Lotario parece locura la petición de Anselmo, pero accede. Al principio sigue las indicaciones de Anselmo, pero termina enamorándose de Camila; ella le corresponde, ambos se entregan en amores, lo que genera la tragedia. Cervantes advierte en unos sencillos versos sobre el peligro que estos juegos entrañan:

Es de vidrio la mujer;

pero no se ha de probar

si se puede o no quebrar,

porque todo podría ser.

Todos perdieron: el marido, burlado, muere de pena y dolor por la infidelidad de la esposa. Lotario perece en una batalla en el reino de Nápoles. Camila acabó la vida en un monasterio. Concluye Cervantes: “Este es el fin que tuvieron todos, nacido de un tan desatinado principio”.

Un autor del siglo XVII, Cristóbal de Villalón, del que se tienen pocas noticias, escribió en El Contratón que la novela “El curioso impertinente es aGuda y penetrante en sus intenciones psicológicas”.

Exigir pruebas sobre la fidelidad o infidelidad de una persona, solo se da cuando la duda llega a suspender el juicio, como fue el caso de Anselmo. Según la Biblia, el que duda es como “la arena del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra” (Santiago 1:6).

El hispanista B. W. Wardroper, en su libro The pertinence of El curioso impertinente (1957), dice que la duda investiga, rebusca y cuando aparece la verdad, si resulta contraria, la razón no puede ser llamada con tal nombre. Fue lo que ocurrió a Anselmo en la impertinente novela El curioso impertinente. 

Las armas y las letras

El autor del Quijote fue un hombre de muchas y variadas lecturas. Marcelino Menéndez y Pelayo, en sus Estudios y Discursos de Crítica Histórica y Literaria, lo cuenta con estas palabras: “Pudo Cervantes no cursar escuelas universitarias, y todo induce a creer que así lo fue. Pudo descuidar en los azares de su vida, tan tormentosa y atormentada, la letra de sus primeros estudios clásicos y equivocarse cuando citaba de memoria; pero el espíritu de la antigüedad había penetrado en lo más hondo de su alma”.

Por ese espíritu de la antigüedad no ha de entenderse los libros de caballería, o no solo ellos. Los más destacados comentaristas del Quijote coinciden en que Cervantes había leído a los clásicos griegos y latinos, a quienes alude directamente en muchas páginas de la novela.

Las letras es uno de los temas que con sabiduría y técnica trata Cervantes en su doble de Don Quijote. En el discurso sobre las letras y las armas Don Quijote aclara que sin las letras “no se podrían sustentar las armas”.

En El tesoro mágico de Don Quijote de la Mancha, Damián Estades Rodríguez afirma que Cervantes “es quizá de los pocos hombres del mundo en los que se encuentran copuladas esas dos grandezas sin que una de ellas prevalezca sobre la otra. Su mano cortada, símbolo de las armas, y de su obra ejemplar universal, expresión de las letras, son pregoneras de que se marchó al otro mundo convencido de ser soldado y de ser escritor”.

El discurso que hizo Don Quijote de las armas y las letras, cien veces citado por quienes escriben sobre la inmortal novela, ocupa casi la todo el capítulo XXXVIII en la primera parte del Quijote. Sería un crimen literario no ofrecer al lector algunos párrafos del mismo en este trabajo.

“Dicen las letras que sin ellas no se podrían sustentar las armas, porque la guerra también tiene sus leyes, y está sujeta a ellas y que las leyes no se podrían sustentar sin ellas, porque con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se fundan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de corsarios, y, finalmente, si por ellas no fuese, las repúblicas, los reinos, las monarquías, las ciudades, los caminos de mar y tierra estarían sujetos al rigor y a la confusión que trae consigo la guerra el tiempo que dura y tiene licencia de usar de sus privilegios y de sus fuerzas”.

“Alcanzar alguno a ser eminente en letras le cuesta tiempo, vigilia, hambre, desnudez, vagidos de cabeza, indigestiones de estómago, y otras cosas a éstas adherentes, que, en parte, ya las tengo referidas; más llegar a uno por sus términos a ser buen soldado le cuesta todo lo que al estudiante, en tanto mayor grado, que no tiene comparación, porque a cada paso está a pique de perder la vida” (Don Quijote, primera parte, capítulo XXXIII).

Pocos novelistas han sido influenciados por el Quijote tanto como el ruso Dostoievski. Desde Una novela con nueve cartas a Los hermanos Karamazov, pasando por Crimen y castigo, la presencia del Quijote es una constante. Para el gran novelista ruso, el discurso de Don Quijote sobre las armas y las letras sólo tienen una respuesta: las armas de guerra constituyen un mal que deshonra al género humano. La auténtica literatura mueve el espíritu y de ahí su preeminencia.

En las armas de guerra hay crueldad, frio del corazón, desprecio de la vida humana. En opinión de Maquiavelo, “las armas deben reservarse en último lugar, hasta que no existan otros procedimientos que basten”.

Ni siquiera entonces. Las armas tendrían que desaparecer totalmente. Los enemigos entre sí deberían resolver sus problemas a puñetazos, no con sofisticadas armas atómicas como ocurrió en Japón o con el napalm utilizado por Norteamérica en Vietnam. Otro cero total y absoluto para Ranget de L’Isle cuando escribió en el himno nacional de Francia “¡A las armas, ciudadanos! ¡Formad vuestros batallones!”.

No. A las armas, no. A las letras, el arte bello que emplea como instrumentos las palabras, no los cañones. Las letras son amigas que esperan, cerebros que hablan, corazones de la ciencia, fábulas que despiertan el espíritu, principal gloria de los pueblos, mensajeros de paz cuando se utilizan para promover la armonía y el amor entre los seres humanos.