Cuando Don Quijote se decide a salir por primera vez de la aldea donde habitaba se le ocurre reflexionar sobre la necesidad de una dama ideal, “porque un caballero sin amores era árbol sin hojas y sin fruto, y cuerpo sin alma”. El caballero de la alegre figura quiere elegir una señora a cuyos pies pueda poner los triunfos y trofeos de sus victorias.

“Fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora, de quien él en un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo, ni se dio cata dello, y a este le pareció bien darle el título de señora de sus pensamientos. Llamábase Aldonza Lorenzo; vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era nombre a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto” (El Quijote, primera parte, capítulo I).

La transmutación de Aldonza a Dulcinea permite a Don Quijote afirmar la grandeza y fuerza de su amor en cuanto se le da la ocasión.

Hallándose Caballero y Escudero en Sierra Morena, el de la alegre figura abre su corazón a la sin par Dulcinea. Le dice: “¡Oh Dulcinea del Toboso, día de mi noche, gloria de mi pena, norte de mis caminos, estrella de mi ventura, así el cielo te la dé buena en cuanto acertares a pedirle, que consideres el lugar y estado a que tu ausencia me ha conducido, y que con buen término correspondas al que a mi fe se le debe!” (Capítulo XXV, primera parte).

De Sierra Morena parte otra carta para Dulcinea del Toboso. Pretende que Sancho se la entregue en mano. El Escudero, al saber que era una carta de amores, pide al de la alegre figura que la lea en voz alta. Obedece Don Quijote. “Leyéndola alto, como Sancho se lo había rogado, vio que decía desta manera: Tu falsa promesa y mi cierta desventura me llevan a parte donde antes volverán a tus oídos. Desechásteme, ¡oh ingrata!, por quien tiene más, no por quién vale más que yo; más si la virtud fuera riqueza que se estimara, no envidiara yo dichas ajenas ni llorara desdichas propias” (Capítulo XXIII, primera parte).

El amor de Don Quijote no estaba dirigido a una mujer de carne y hueso. El suyo era un amor idealizado. El Caballero intuye, y así lo dice a Sancho, que su amor por la mujer del Toboso era un amor intangible, inmortal, inexistente para el resto de los hombres. Para él Dulcinea del Toboso era una fantasía que no permitía la presencia de otra mujer en su vida. Era la representación de su noble ideal. Toda vez que “el caballero sin amores era como un cuerpo sin alma”. Don Quijote quería sentir a su Dulcinea cerca, unida a él: “Ella pelea en mí, y vence en mí, y yo vivo y respiro en ella y tengo vida y ser”.

En su libro Maximes, el célebre escritor francés del siglo XVII, La Rochefoucauld, dice que sucede con el amor apasionado como con los espectros, que todo el mundo habla de ellos y nadie los ha visto. El de Don Quijote es un caso único. Afirmaba la existencia del amor, creía en el amor sin sombra de dudas, pero jamás había visto a la mujer de quien decía estar enamorado. ¿Locura o razón?

Las tribulaciones de Cardenio y Luscinda

Otro capítulo de El Quijote dedicado por Cervantes a amores y desamores, fidelidades y traiciones, intentos de suicidio.

La historia de Cardenio y Luscinda se extiende a lo largo de los capítulos XXIV al LI del Quijote, con apariciones y desapariciones de los protagonistas e intervenciones de otros importantes personajes.

Ante Don Quijote y Sancho se presenta Cardenio, joven cordobés de “linaje noble, padres ricos. Explica: Vivía en esta misma tierra un cielo, donde puso el amor toda la gloria que yo acertara a desearme; tal es la hermosura de Luscinda, doncella tan noble y tan rica como yo. A esta Luscinda amé, quise y adoré desde mis tiernos y primeros años, y ella me quiso a mi, con aquella sencillez y buen ánimo que su poca edad permitía” (El Quijote, capítulo XXIV, primera parte).

Atendiendo a razones del corazón, Luscinda dice a Cardenio que la pide al padre por esposa. El joven lo hace, pero el padre aplaza la respuesta. En el entretanto aparece un supuesto amigo de Cardenio, don Fernando, “mozo gallardo, gentil hombre, liberal y enamorado”. Fernando traiciona la amistad de Cardenio y enamora a Luscinda. El padre de la hermosa joven, atento a la ascendencia aristocrática de don Fernando, concierta el matrimonio. En la ceremonia religiosa el cura pregunta a la novia: “¿Queréis, señora Luscinda, al señor don Fernando, que está presente, por vuestro legítimo esposo, como lo manda la Santa Madre Iglesia?”.

Cardenio, disfrazado y escondido, contempla la escena. Piensa: “Advierte que al decir tú sí y el acabarásemo la vida ha de ser todo un punto. Llegó don Fernando a abrazar a su esposa, y ella, poniéndose la mano sobre el corazón, cayó desmayada en los brazos de su madre. Esta, desabrochando el pecho de la hija para que le diese el aire, se descubrió un papel cerrado que don Fernando tomó luego y se dispuso a leer”. El papel contenía una declaración de amor y propuesta de matrimonio de Cardenio.

Don Fernando se cree “burlado y escarnecido y tenido en poco”. El cura de la aldea de Don Quijote dio por nulo el matrimonio porque en su sentir, don Fernando “no era persona hábil para contraerlo, casado, como se suponía, con la bella y discreta Dorotea”.

En mi libro de 1963, La Biblia en el Quijote, cuya versión original fue publicada en Madrid por la Editorial Victoriano Suárez y que va por la quinta edición, identifico unas 80 citas y referencias de la Biblia en El Quijote.

En el capítulo XXVII de la primera parte se encuentra una de estas citas. Cardenio se queja a Don Quijote del comportamiento de su rival: “¿Quién pudiera imaginar que don Fernando, caballero ilustre, discreto, obligado de mis servicios, poderoso para alcanzar lo que el deseo amoroso le pidiese donde quiera que le ocupase, se había de enconar, como suele decirse, en tomarme a mí una sola oveja que aún no poseía?”.

Aquí Cervantes echa mano de los capítulos 11 y 12 en el segundo libro bíblico de Samuel, donde el profeta Natán recrimina al rey David por haberle arrebatado la esposa a uno de sus generales, Urías el heteo, a quién además mandó matar.

La misma historia se repite parcialmente en la segunda parte de la novela, capítulo XXI, donde Don Quijote alude a Quiteria y a Basilio. En defensa de este frente a Camacho, el caballero de la alegre figura emite este juicio: “Camacho es rico, y podrá comprar su gusto cuando, donde y como quiera. Basilio no tiene más desta oveja, y no se la ha de quitar alguno, por poderoso que sea”.

Especialistas en la interpretación del Quijote, como Martín de Riquer, Astrana Marín, García Morales, Gregorio Mayans, Juan Antonio Pellicer, Juan Varela y otros grandes talentos de la literatura, se fijan en el hecho de que el propio Shakespeare se inspiró en el personaje de Cervantes para escribir una obra de teatro con Cardenio como protagonista principal.