La Biblia se refiere a los rratones, en la lista de animales del Levítico, y lo coloca entre los inmundos.
Y ellos dijeron: ¿Y qué será la expiación que le pagaremos?
Ellos respondieron: Conforme al número de los príncipes de los filisteos,
cinco tumores de oro, y cinco ratones de oro,
porque una misma plaga ha afligido a todos vosotros y a vuestros príncipes. (1 S. 6:4)
La palabra hebrea akhbar, עַכְבָּר, es un término amplio que puede englobar a diversas especies de micromamíferos, tales como ratones, musarañas, lirones, topos, ratas, jerbos, hámsteres, etc., presentes en Israel.
Se tradujo al griego por mys, μῦς, que es ya más concreto y se refiere al ratón de campo, enemigo de los agricultores pues es capaz de devorar parte de sus cosechas. Y del griego mys pasó al latín de la Vulgata como mus o ratón común.
La Biblia se refiere a este pequeño mamífero de la familia Muridae, en la lista de animales del Levítico, y lo coloca entre los inmundos que se mueven sobre la tierra (Lv. 11:29).
Asimismo, se le vuelve a citar como alimento prohibido para los hebreos pero que algunos, desobedeciendo las prescripciones divinas, consumían habitualmente como hacían los paganos (Is. 66:17).
En el libro de 1ª de Samuel, los ratones adquieren un protagonismo importante ya que son causantes de cierta plaga infecciosa transmitida a las personas.
Cuando los filisteos capturaron el arca del Dios de Israel, que estaba en manos de los hebreos, y la introdujeron en el mismísimo templo de su dios Dagón, el Señor permitió que muchos paganos se infectaran de tumores y murieran.
Ante semejante calamidad, los filisteos se dieron cuenta de su error y decidieron devolver el arca, ofreciendo además “cinco tumores de oro y cinco ratones de oro”, como recompensa por el agravio cometido (1 S. 5:9-10; 6:4-5, 11, 18).
Algunos estudiosos creen que dicha epidemia, aparte de su milagrosa pertinencia, pudo ser causada por la bacteria Yersinia pestis que, al pasar de los ratones a las personas, es la responsable de la peste bubónica.
Esta enfermedad mortal produce la inflamación de los ganglios linfáticos, de ahí que los filisteos atemorizados regalasen a los hebreos cinco tumores de oro y cinco ratones de oro.
El ratón común o doméstico (Mus musculus) es el roedor más extendido mundialmente. Se cree que es el mamífero más abundante de la Tierra después del ser humano, con el que convive en una relación de comensalismo (los ratones se benefician de los productos humanos y al hombre le resulta casi indiferente).
No obstante, también se le usa para realizar experimentos científicos. Millones de vidas humanas se han salvado gracias a medicamentos experimentados primero en los ratones de laboratorio.
A pesar de todo, los ratones están en la lista de las Cien especies exóticas más dañinas del mundo de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza porque invaden pronto los ecosistemas de otras especies poniéndolas en peligro.
Sus largos bigotes (vibrisas) son sensibles al tacto y le proporcionan información sobre el medio incluso en plena oscuridad ya que su vista es muy débil. Sólo ven en tonos grises o blancos y negros pero no distinguen los colores.
Sin embargo, el olfato lo tienen muy desarrollado. Poseen un órgano nasal capaz de detectar feromonas del ambiente. De la misma manera, su oído es más agudo que el humano y pueden escuchar sonidos que nosotros no oímos.
Los ratones poseen muchos depredadores naturales, tales como otros mamíferos mayores, numerosas aves rapaces, serpientes, lagartos e incluso invertebrados grandes.
Esto hace difícil que en la naturaleza puedan sobrevivir más de tres meses, mientras que en cautividad logran alcanzar los dos años.
El ratón común fue una de las primeras especies animales en las que se secuenció su ADN completo y al compararlo con el humano se descubrió algo sorprendente: que ambos eran iguales en un 99%. ¿En qué genes residían pues las evidentes diferencias entre ambas especies?
Los genetistas creen que en ese reducido 1% de diferencias debe haber trozos de ADN que le dicen a los genes dónde y cuándo deben activarse. Zonas reguladoras que supuestamente serían las responsables de las espectaculares diferencias entre las especies.
No cabe duda de que tal similitud genética entre humanos y roedores eclipsa de alguna manera las pretensiones de proximidad filogenética con los chimpancés u otros simios.
También la NASA ha experimentado con los ratones, poniéndolos en órbita alrededor de la Tierra y sometiéndolos a una gravedad similar a la de Marte.
Los ratones son animales fundamentalmente herbívoros ya que consumen todo tipo de granos o frutos de las plantas. Sin embargo, también pueden comer carroña perteneciente a ejemplares muertos de su misma especie.
Cuando escasea la comida, en épocas de hambruna, pueden volverse caníbales e incluso se ha comprobado que algunos individuos son capaces de roer su propia cola. En Israel, aparte del ratón común (Mus musculus), existen tres especies más de ratones que son relativamente abundantes.
Se trata de Apodemus mystacinus, especie cuya área de distribución va desde Albania hasta Arabia Saudita; el ratón espinoso egipcio, Acomys cahirinus, cuyo corto pelo es punzante; y Acomys russatus, que posee el pelaje algo amarillento y es propio de las zonas desérticas.
En el siglo XIX, Henry George Salter, comentando las palabras del salmo 27: El Señor es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré. El Señor es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?, escribió la siguiente reflexión:
“No acabo de entender que haya cristianos con una profesión de fe tímida y vacilante. He visto a predicadores y profesores que son como un ratón jugando al escondite desde el agujero en el zócalo de una pared: asoman la cabeza para ver si hay peligro, y si no hay nadie cerca, se atreven a salir; pero en cuanto perciben el menor ruido vuelven a esconderse de inmediato. Siempre preocupados por el qué dirán, siempre temerosos de lo que les pueda pasar. A menos que seamos atrevidos, jamás podremos decir que somos sinceros para con Cristo. O valoramos a Cristo muy por encima de todo aquello que arriesgamos por él; o es como si no lo valoráramos en nada.”[1]
[1] Spurgeon, C. H. 2015, El Tesoro de David, CLIE, Viladecavalls, Barcelona, p. 750.
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