La Biblia envejecida

Su último deseo fue que al morir le dejaran en el féretro una Biblia.

Y así se hizo, bajo las manos cruzadas reposó en su pecho la Reina Valera del 60.

En vida fue un fiel creyente, seguidor a pie juntillas de las promesas divinas sin desperdiciar ninguna.

El garante de todas ellas era aquella envejecida Biblia que le acompañó toda la vida.

Y sí, fue muy útil llevársela a la otra vida por lo que diré a continuación.

Presentado ante el Hijo de Hombre en su trono de gloria, para su sorpresa oyó algo inesperado.

― Apártate maldito, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me diste de comer, etc.

Nuestro hombre se puso a la defensiva y le preguntó que cuándo cometió tales faltas.

― Por cuanto no lo hiciste a uno de estos más pequeños, etc.

Este fue su momento esperado, desenfundó su Biblia con tapa de piel y comenzando desde Génesis hasta Apocalipsis le recordó las abundantes y bienaventuradas promesas que la tal encierra.

Pretendió pillarle en sus mismas palabras.

Se extendió profusamente y el juicio se detuvo a la espera que acabase sus alegaciones. La cola que se formó fue considerable.

Remató su extenso discurso alzando su Biblia y pronunciando “el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”.

Todos los presentes giraron súbitamente la cabeza hacia el Hijo del Hombre, asombrados por aquella impoluta defensa.

― Algo no has entendido buen hombre. No consideras que obro por amor y yerras creyéndome esclavo de mis palabras cuando de ellas soy dueño.

Y es que utilizar la Biblia como talismán, como texto mágico, sin alma, tiene sus inconvenientes.