El encuentro

Se decía que a pesar de su posición encumbrada, el señor Papai recibía en audiencia a particulares sin rango.

Con un pequeño y ligero fardo de existencias a sus espaldas, Isabel salió resuelta de casa a su encuentro.

Las amistades le decían que el tiempo que estaba viviendo con pareja e hijos iban a ser los mejores años de su existencia, pero ella sentía que la vida le pasaba ante sus ojos sin pena ni gloria.

Dejó los hijos al cuidado de su pareja y ya se imaginaba postrada ante Papai recibiendo de su mano la bendición, la verdadera bendición que cambiaría las cosas.

Tenía deseos de entregarse, de volcar su corazón, acabar con el sinsentido.

Habiéndose extraviado de camino, se cruzó con un hombre al que le preguntó la mejor manera de llegar a su destino.

― ¿Sabe usted cómo llegar al palacio del señor de estos confines?

― También yo ando buscando una persona, pero te puedo acompañar donde vas pues no está lejos de aquí.

De camino entablaron una conversación tan intensa que Isabel mostró toda su inquietud y contó a su guía todo lo que tenía pensado decir a Papai. Quedó vacía, exhausta pero calmada.

― Y usted, ¿a quién iba buscando?

― Me han dicho que la mujer que me ofendió hace un tiempo se está compungiendo y deseo encontrármela para decirle que la perdono.

―  ¡Qué suerte para esa mujer!

―  Y que lo digas.

Por fin llegaron y puesto ante la puerta, el guía la miró a los ojos.

― Hemos llegado a casa, soy el señor que tú buscas y tú eres la persona que yo busco.

Ella se postró al instante a sus pies. Papai extendió la mano sobre su cabeza otorgándole bendición, la bendición que desde entonces lo cambió todo para ella y su familia.

Aunque Isabel jamás pudo demostrar si lo que vivió fue real o imaginario.

“Buscad y hallaréis…” Mateo 7:7

“El Padre busca…” Juan 4:23