Jesús aconseja hacerse tesoros en el cielo, pues allí ni la polilla ni el orín pueden destruirlos.
No os hagáis tesoros en la tierra,
donde la polilla y el orín corrompen,
y donde ladrones minan y hurtan;
sino haceos tesoros en el cielo,
donde ni la polilla ni el orín corrompen,
y donde ladrones no minan ni hurtan. (Mt. 6:19-20)
El término “polilla” aparece en la Biblia más de una decena de veces, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, y siempre se refiere al insecto que destroza los tejidos o las prendas de vestir.
Existen dos palabras hebreas que se usan para referirse a la polilla: una es ash, עָשׁ (Job 4:19) y la otra, sas, סָס (Is. 51:8). El significado de la primera es incierto ya que podría tratarse también de la carcoma, mientras que el de la segunda se refiere claramente a la polilla que ataca los vestidos.
Este segundo término se tradujo al griego de la Septuaginta por ses, σής, que es también la polilla de la ropa (Mt.6:19-20; Lc. 12:33) y al latín de la Vulgata por tinea, con el mismo significado.
Los distintos versículos bíblicos referidos a esta pequeña mariposa nocturna, perjudicial para los tejidos humanos, indican ciertas características que eran propias de las polillas.
Así, se indica que suelen “roer los vestidos” ya que se nutren de ellos (Job 13:28; Is. 51:8; Lc. 12:33); que se construyen una casa muy frágil (Job 27:18), de hecho, se trata de una vaina hecha con seda, fibras textiles y materiales blandos de su entorno; se dedican a destruir objetos que pueden ser muy valorados por el ser humano (Sal. 39:11; Stg. 5:2).
De ahí que Jesús aconseje hacerse tesoros en el cielo, pues allí ni la polilla ni el orín pueden destruirlos (Mt. 6:19-20); por lo tanto, estos insectos producen el envejecimiento de los vestidos (Is. 50:9) y el mismo Dios puede llegar a actuar “como polilla para su pueblo” (Os. 5:14). En el mundo antiguo, la polilla llegó a ser símbolo de ruina y destrucción (Sal. 39:11).
Las polillas de la ropa son insectos lepidópteros nocturnos, es decir, pequeñas mariposas cuyas larvas devoran la ropa. Aunque también existen polillas que consumen alimentos almacenados (harina, patatas, uvas o manzanas), e incluso las hay que comen papel.
En general, la polilla de la ropa (Tinea pellionella) tiene la cabeza cubierta de pelos erectos, la espiritrompa corta y las antenas largas, así como los palpos maxilares. Los ojos son grandes y negros, mientras que las alas de color ocre con trazos marrones.
Sus orugas se arrastran protegidas dentro de un tubo o vaina hecho con materiales del entorno, como fibras de lana, seda, etc. Suelen medir entre 11 y 19 mm, siendo la hembra algo más grande que el macho.
Se trata de una especie presente en todo el mundo (cosmopolita) ya que han acompañado al ser humano desde sus inicios. Por tanto, viven en todos los lugares donde existen habitáculos humanos (casas, almacenes, establos, fábricas, etc.).
Pueden llegar a constituir auténticas plagas en las viviendas abandonadas donde no existen condiciones higiénicas. Se suelen reproducir durante todo el año ya que la climatización de los hogares posibilita ciclos biológicos continuos.
[photo_footer]Larva de polilla de la ropa sobre una vestidura humana. Puede apreciarse la vaina o tubo hecho con fibras de seda, lana y otros materiales del entorno. / Antonio Cruz. [/photo_footer]
Las hembras atraen a los machos por medio de feromonas sexuales que constituyen auténticos caminos aéreos olorosos.
El texto de Mateo que encabeza esta entrada (Mt. 6:19-20) nos plantea el reto humano de decidir cuál es el sentido y el valor de la vida. En una sociedad tan materialista como en la que estamos viviendo hoy, se puede caer fácilmente en el error de pretender acumular más de lo necesario para vivir.
Constantemente se nos está informando de aquellos objetos que supuestamente harán más feliz nuestra existencia, si los adquirimos. Pero esta es una tarea incesante, puesto que cuando se tiene una cosa ya ha salido otra mejor que se nos vuelve a anunciar insistentemente.
El Señor Jesús ya nos prevenía hace dos milenios contra esta trampa del consumismo exagerado. Caer en ella es necio porque todo lo que acumulemos sin necesidad en la tierra es perecedero y está expuesto a perderse definitivamente. Igual que hace la polilla con los trajes costosos.
Además, lo material que se amontone, puede comprometer nuestra lealtad al Señor y generarnos todo tipo de ansiedades. En cambio, si nuestro tesoro es inmaterial no puede perderse, fomentará nuestra lealtad a Dios y nos librará de todo tipo de tensiones emocionales.
De lo que no hay ninguna duda, es de que allí donde esté nuestro tesoro, estará también nuestro corazón.
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