Ateísmo y eternidad

El ateísmo no engaña. Proclama a cara descubierta que la vida termina en la tierra, en la tumba, en el nicho, en el crematorio.

No hay vida alguna después de la muerte. No hay cielo. No hay infierno. No hay un Padre que nos espera cuando termine la agonía mortuoria ni casas celestiales para los creyentes. Morimos y se acabó todo. Sólo queda por un poco de tiempo el recuerdo de nuestra existencia en los corazones que nos amaron.

La anarquista norteamericana de origen lituano, Emma Goldman, citada en otro lugar de estos trabajos, activista del ateísmo, dice en la obra La Biblia del ateo: “La filosofía del ateísmo representa un concepto de vida sin ningún más allá metafísico ni un Divino Rector”.

En otra página del mismo libro, el novelista norteamericano Jack London, también ateo, afirma: “Soy un materialista incurable. Creo que cuando uno se muere, está muerto. Creo que al morir estaré tan aniquilado como el último mosquito que haya aplastado”.

Otro ateo, este inglés, escritor, Christophen Hitchens, conforma el trio de negacionistas de la eternidad. Así lo expresa en La Biblia del ateo: “El ateísmo y la convicción derivada de él, de que sólo tenemos una vida, es el único camino”. Sí, el que la Biblia llama camino de muerte en el más allá de Satanás.

La vida, tu vida, nuestra vida, no tienen la última palabra ante la tumba. En 1920, el escritor y astrónomo francés Camile Flammarion, autor del libro La muerte y su misterio, acudió al famoso cementerio de Montmatre de París para asistir al entierro de su amigo Maron. Ante la tumba, Flammarion pronunció estas palabras: “Si esta tumba es el fin último de la existencia, y la última palabra de cuanto es, la creación no tiene entonces sentido, y el universo infinito, con sus soles y lunas, con todos sus seres y todas sus luces y todas sus esperanzas, tendría menos sentido que la acción más pequeña del perro o de la hormiga”.

En la misma línea de Flammarion, otro francés, el aclamado poeta, novelista y ensayista Víctor Hugo dijo en un artículo poco antes de morir: “Cuando yo baje a la tumba, podré decir, como muchos: He terminado la faena del día, pero no podré decir ha terminado mi vida. Mi trabajo comenzará a la mañana siguiente. Mi tumba no es un callejón sin salida; es un camino abierto que se cierra con el crepúsculo de la noche y se abre con la aurora. No valdría la pena vivir si tuviéramos que morir por completo. Lo que aligera el trabajo y santifica nuestros esfuerzos es la visión de un mundo mejor que contemplamos a través de esta vida. ¡Tierra, no eres mi abismo!”.

El gran Ernest Hemingway, de quien he leído todas sus novelas y tengo como autor de cabecera, en el cuento de 1927 Un lugar limpio y bien iluminado, nos hiere con la afirmación de que tras la muerte solo queda la nada, terrible y trágica palabra. Dice en La Biblia del ateo: “Todos los hombres que piensan son ateos”. Charada o salida de tono del Premio Nobel de literatura. Podría llenarse una Enciclopedia de varios tomos con nombres de mujeres y de hombres, grandes pensadores que creían en Dios y denunciaban el ateísmo.

En mi insignificancia, este es mi caso ahora mismo. Creo en Dios y en todo lo relacionado con Él. Rechazo el ateísmo. Sin embargo, pienso. Y mi pensamiento lo traslado a las letras que estoy escribiendo.

Emparejado con Hemingway en la idea de ultratumba estuvo el filósofo ateo George Santayana, citado en otro lugar. Entre 1905 y 1906 publicó cinco tomos que tituló La vida de la razón. En 1946, seis años antes de morir en Roma, apareció en librerías La idea de Cristo en los Evangelios. Aquí, y en escritos anteriores, Santayana, en su condición de ateo, rechaza la idea de eternidad. “Nada existente es eterno”, manifestó. Una inmortalidad que implique la creencia en otra vida es juzgada por Santayana como un conjunto de mitos y leyendas. “Creo que no hay nada inmortal”, añadió.

El concepto de eternidad está referido a Dios, al Dios en el que no cree el ateísmo: “Tú eres desde la eternidad”, dice Moisés en el único Salmo que se le atribuye, el 90:1 (Versión Nacar-Colunga). La expresión de eternidad a eternidad referida a Dios se repite en los Salmos 103:7 y 106:48.

No ha llegado a entender el ateísmo que la eternidad no es espacio de tiempo, sino tiempo sin fin al otro lado de la cortina terrestre.

Perpetuidad que tiene principio, pero que no tiene fin. Vida del alma más allá de la tumba. Horacio, poeta latino del primer siglo, expresó el concepto de eternidad diciendo que el necio se sienta a la orilla del río a esperar que acabe de pasar el agua. Peros esta fluye, y continuará pasando eternamente.

En uno de sus momentos ateos, cuando en 1865 escribe Crimen y castigo, el novelista ruso Dostoievski plasmó esta frase: “Más allá de la tumba no encontrarán otra cosa que la muerte. Pero debemos guardar el secreto, y para que sean felices debemos engañarles con la recompensa del cielo y la eternidad”.

La Biblia, palabra inspirada por Dios, Sagrada Escritura, de la que el político Emilio Castelar llegó a decir que es “la revelación más pura que de Dios existe”, no engaña y no hablaría de eternidad si esta fuera la panacea universal. Dios dice por boca del apóstol san Pablo: “Sabemos que si muestra morada terrestre, este tabernáculo (cuerpo), se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna en los cielos” (2ª Corintios 5.1).

Mil años antes que san Pablo, el tercer rey que tuvo Israel, Salomón, expresó la misma idea: “El polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio” (Eclesiastés 12:7).

¡Esto es la eternidad, la que el ateísmo niega sin argumentos racionales!