La maquicina

Con el paso del tiempo las máquinas de diagnóstico médico fueron cobrando protagonismo y autonomía por encima de las decisiones de los profesionales, y con ellas toda la tecnología asociada a la medicina. Se dotaron de inteligencia, iniciativa y capacidad curativa.

En la consulta los pacientes eran atendidos por un ciborg que, acumulando todo el saber médico, tomaba las decisiones de intervención terapéutica personalizada.

La medicina vino a llamarse Maquicina. Todo quedó automatizado y memorizado, sin necesidad de transmitir los conocimientos de medicina generación a generación.

Como sucede en otros relatos de ficción con androides, también en éste doy cuenta que la perfección de estas criaturas derivó en sublevación contra sus creadores. Quisieron ser como ellos, dueños de su destino. Para ese fin se propusieron destruir al hombre pero de una manera muy peculiar.

Todas las pruebas diagnósticas con máquinas que las gentes se hacían por dictado médico, comenzaron a dar resultados negativos. Se mostraban alterados, desde la toma de temperatura a las analíticas, scanner, resonancias, etc., todas las máquinas confabuladas decían que la gente estaba enferma, gravemente enferma.

Este complot maquinal se generalizó en todo el planeta y como consecuencia el 80% de la población adquirió la conciencia y el estado de enferma. A continuación los “enfermos” acataron los tratamientos que mandaba el protocolo de la Maquicina, medicación, rehabilitación, cirugía, todo el planeta se dedicó básicamente a temas de salud. 

Todas las enfermedades se volvieron crónicas porque, aunque siguiesen al dedillo los tratamientos, al volver a hacerse las pruebas seguían saliendo mal. Y vuelta a empezar.

Así fue cómo mantuvieron ocupada a prácticamente toda la humanidad, mientras los ciborgs-médicos se iban adueñando de todos los órganos de poder mundial. La especie estaba amenazada, no soportaría por mucho tiempo más el estado enfermo.

Pero hubo un muchacho de 18 años que hizo una observación sesuda. En casa tenía ocasionalmente dos pulsioxímetros que aplicados a su dedo le dieron valores diferentes. Uno marcaba 98 de saturación y el otro 88. Un error mecánico. Por uno podía considerarse sano y por el otro enfermo. 

Con atrevimiento y valor por su parte decidió considerarse sano a riesgo de no recibir el tratamiento correspondiente. Al no visitarse con el ciborg-médico tampoco adquirió la conciencia de enfermo y objetivamente se sintió bien.

Este caso en apariencia insignificante y otros ocurridos en diferentes países, desencadenaron la duda del sistema que acabó derivando en una revuelta mundial que condujo a la quema y destrucción de todos los aparatos tecnológicos y a la desarticulación de la Maquicina. Un sinfín de hospitales y centros de salud fueron derribados y en su lugar se crearon zonas de esparcimiento y recreo.