Los griegos empezaron a llamar “biblía” a los rollos de papiro y de ahí viene el nombre de las Sagradas Escrituras.
¿Puede crecer el papiro donde no hay pantano?
¿Pueden crecer los juncos donde no hay agua? (Job 8:11, NVI)
La palabra hebrea gome, גֹּמֶא, que aparece en la Biblia, se refiere al “junco” o “papiro”. Fue traducida al griego por pápyros, πάπυρος, y al latín por papyrus.
Se trata de una planta que vive en ambientes acuáticos (palustres), del género Cyperus (que significa “junco”) y pertenece a la familia de las ciperáceas.
Se caracteriza por tener un tallo de sección triangular que en su extremo superior posee un penacho de hojas filiformes dispuestas en estrella. El nombre específico papyrus significa “de papel”.
Es un vegetal oriundo de la cuenca mediterránea que fue muy abundante en Egipto, a orillas del río Nilo y sobre todo en su delta. Su gran importancia histórica y comercial se debe a que a partir de los tallos se elaboraban los antiguos papiros manuscritos.
Por desgracia, en la actualidad, sus poblaciones han disminuido notablemente ya que, al obstruir las vías fluviales y los canales de riego, han sido mermadas por el hombre.
Originalmente, estas plantas formaban extensos matorrales que solían alcanzar los cinco metros de longitud por casi seis de altura. Semejante espesura sólo podía ser atravesada por animales grandes y pesados como los hipopótamos o los elefantes.
La planta, que es de color verde jade, prospera teniendo las raíces (rizomas) sumergidas en el agua y puede soportar temperaturas de 20 a 33 grados centígrados.
Desde la perspectiva bioquímica, es muy curioso su proceso fotosintetizador ya que es capaz de elaborar carbohidratos por la vía, mucho más eficiente, de los cuatro carbonos (vía C4), también llamada vía de Hatch-Slack, en honor a sus descubridores. Se conocen unas seis subespecies diferentes del papiro (Cyperus papyrus).
La Biblia se refiere al papiro, a propósito de la cesta embadurnada con brea y asfalto en la que se colocó al pequeño Moisés (Ex. 2:3). Algunas versiones traducen “juncos” en lugar de “papiro” pero tales juncos eran, en realidad, tallos de papiro.
El libro de Job relaciona también los papiros con las zonas pantanosas inundadas por el agua (Job 8:11) y señala asimismo que se confeccionaban embarcaciones veloces mediante tales vegetales (Job 9:26).
De la misma manera, el profeta Isaías indica que estas barcas de papiro eran frecuentes en el río Nilo (Is. 18:2). Pero no sólo había papiro en Egipto, sino que también se daba en abundancia junto al mar de Galilea, en la llanura de Sarón, en el lago Hula o en las “aguas de Merom” (Jos. 11:5, 7).
Los egipcios no solo empleaban el papiro para fabricar embarcaciones sino también cestos, zapatos, utensilios, varios objetos domésticos y sobre todo el famoso material sobre el que escribían y dibujaban.
Las fibras de celulosa extraídas de los tallos del papiro servían, después de secadas y estiradas convenientemente, para hacer rollos de diversos tamaños. El famoso “papiro Harris”, conservado en el Museo Británico, es el más largo que se conoce y tiene una longitud de 43,61 metros.[1]
Los rollos de papiro eran una mercancía valiosa que se exportaba e intercambiaba por otros productos que no se daban en el país del Nilo, como la madera de cedro o el cobre.
En el siglo VII a. C. el papiro era ya el principal material de escritura del mundo antiguo y, posteriormente, los romanos construyeron grandes fábricas de papiro en Alejandría.
Los griegos empezaron a llamar “biblía” a los rollos de papiro y de ahí viene el nombre de las Sagradas Escrituras, ya que los libros que la componen fueron escritos primero en rollos de papiro. No obstante, con la aparición del pergamino hecho con pieles de animales, el uso del papiro empezó a declinar.
Algunos signos gráficos realizados sobre la textura del papiro podían ser borrados mediante fluidos especiales, si es que se había producido algún error ortográfico o de cualquier otro tipo.
Sin embargo, los escribas, o copistas de las Escrituras hebreas, eran tan escrupulosos en su trabajo y les horrorizaban tanto los errores, que se negaban a borrarlos.
No sólo contaban las palabras sino también las letras, ya que el hebreo se escribió solamente con consonantes hasta varios siglos después de Cristo, y añadir u omitir alguna letra hubiera podido cambiar el sentido de la palabra.
De manera que si se equivocaban en una sola letra, rechazaban toda aquella sección del rollo por no considerarla apta para la sinagoga y la volvían a escribir. Se cuenta que cada vez que debían escribir el nombre de Dios (Elohim o Adonai) limpiaban meticulosamente su pluma.
¿Por qué realizaban los escribas todo este ritual? Porque, mediante su trabajo de copistas o amanuenses, eran conscientes de estar alabando a Dios. Y, desde luego, al Altísimo no es posible alabarle mediante borrones o tachaduras.
De ahí que también el teólogo metodista del siglo XIX, Adam Clarke, comentando la frase del salmista: “borra mis rebeliones” (Sal. 51:1), escribiera:
“Borra mis rebeliones. Este término guarda relación con la idea de imputación o acusación formal, cuyos cargos el salmista conocía muy bien. En consecuencia, se declara culpable de todos los cargos que se le imputan, pero suplica, a su vez, que el escrito de acusación sea mutilado; que se aplique sobre el papiro fluido para desfigurar la tinta, borrarla completamente, hacerla desaparecer, de modo que no quede registro de acusación alguna contra él. Y esto es algo que únicamente la misericordia, compasión, bondad y piedad de Dios puede obrar”.[2]
[1] Ropero, A. 2013, Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia, CLIE, Viladecavalls, Barcelona, p. 1889.
[2] Spurgeon, C. H. 2015, El Tesoro de David, CLIE, Viladecavalls, Barcelona, p. 1162.
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