El rey amante

Érase una vez un rey que vivía en palacio lleno de armonía y paz. Dado su carácter amante, quiso proyectar su afecto a otros seres que no fuesen los de la corte.

Con esa intención decidió reunir en torno de él a las personas más excelsas del mundo en conocimientos, artes, literatura, ciencia, música, etc.

Seres perfectos que no podían contrariarle porque les proveyó de todos los privilegios habidos y por haber. Ellos mostraban la cara más excelsa del rey, más perfecta, más gloriosa.

Pero sucedió lo inesperado, un sector importante de aquellas lumbreras se rebeló contra el rey. Fueron expulsados de la corte inmediatamente.

El rey se quedó triste y pensativo. “¿Qué ha fallado? ¿Acaso no les he dado la suficiente libertad como para que me amen voluntariamente? ¿Una libertad de la que yo sí he hecho uso al escogerlos? ¿Por qué no han sido permeables a mi amor? ¿Qué no han entendido?”

Intentando corregir posibles errores, esta vez decidió convocar a toda la gente de su reino para que libremente, si lo deseaban, se hospedasen en su extenso palacio gozando de los privilegios que ello supone.

A ese llamado de amor, no todos accedieron, tan solo las gentes menos iletradas, menos entendidas, más sencillas, más llanas, más pobres.

Satisfecho de ser preferido por ellos, reunió a todos en gran asamblea.

― Vosotros los virtuosos, los eruditos, sois mi perfección, y vosotros los pobres de espíritu sois mi debilidad. Os quiero a todos, porque ahora sí, ahora comparto mi amor con quien libremente me ha amado. ¡Sed benditos!