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‘La crucifixión de Jesús en la literatura latinoamericana contemporánea’, de Juan Esteban Londoño (V)

Su obra puede ser vista “como una exaltación del arte en medio de la brutalidad humana, representada tanto en lo individual como en lo colectivo”.

GINEBRA VIVA AUTOR 79/Leopoldo_CervantesOrtiz 19 DE MARZO DE 2021 10:00 h
Detalle de la obra de Holbein, 'El cuerpo de Cristo muerto en la tumba'. / Wikimedia Commons

Francisco y Giotto no despiertan en mí la plenitud de los estados divinos de una época ida. Lo que hacen brotar de mi mirada es la profunda nostalgia de Dios. Yo, hombre del siglo XXI, conocedor del hongo en el cielo y de los campos de destrucción humana, de la manipulación genética y la manipulación publicitaria, víctima de los genocidios y cómplice del exterminio de la naturaleza. Yo, que he asistido a la sistemática masacre de los dioses y de los hombres, a la consumación del mal, no tengo otro camino, al observar estas pinturas, que sentir cómo mi soledad se acrecienta todavía más.[1]



Pablo Montoya



 



Con el acercamiento a la obra del narrador, poeta y ensayista colombiano Pablo Montoya (nacido en Barrancabermeja en 1963, aunque creció en Medellín) cierra la tesis doctoral de Juan Esteban Londoño sobre la crucifixión de Jesús en la literatura latinoamericana contemporánea. En los años 80, Montoya vivió en Tunja, donde trabajó como flautista en diversas orquestas mientras se formó en la Escuela Superior de Música de esa ciudad. Su interés por la música, el arte y la literatura subyace en lo que ha escrito, pues los temas que más le apasionan (la música, la pintura, los grabados, la fotografía y la escritura), no dejan de aparecer al lado del entorno de violencia e injusticia que se vive en Colombia u otros lugares sobre los que escribe. En Tunja, Montoya estudió también filosofía en una universidad católica, aun cuando ya no se veía a sí mismo como creyente, sino más bien como un librepensador. En 1993 viajó a Francia, donde se doctoró en Estudios Latinoamericanos en la Universidad de la Sorbona, con una tesis sobre la música en la obra de Alejo Carpentier (2001). En 2002 volvió a Colombia, donde es profesor en la Universidad de Antioquia.



Montoya se ha posicionado, además, como crítico literario. Su obra puede ser vista “como una exaltación del arte en medio de la brutalidad humana, representada tanto en lo individual como en lo colectivo. Y su arte brota como un modo de criticar la sociedad violenta colombiana y el mundo globalizado. Se podría decir que la obra de Montoya (que se ha multiplicado ampliamente; véase su sitio personal) consiste en literatura sobre el arte en medio de la brutalidad colombiana. Aquí se halla un marcado contraste entre el arte y la violencia” (p. 133). Entre sus publicaciones se cuentan: Cuentos de Niquía (1996), La Sinfónica y otros cuentos musicales (1997), Habitantes (1999), Razia (2001), La sed del ojo (2004), Música de pájaros (2005), Réquiem por un fantasma (2006), Lejos de Roma (2008), Novela histórica en Colombia: entre la pompa y el fracaso (2009), El beso de la noche (2010), Los derrotados (2012), Tríptico de la infamia (2014, Premios Rómulo Gallegos 2015 y José María Arguedas de Casa de las Américas, 2017), La escuela de música (2018) y La sombra de Orión (2021). Sus poemarios son: Viajeros (1999), Cuaderno de París (2006), Trazos (2007), Sólo una luz de agua. Francisco de Asís y Giotto (2009), Programa de mano (2014), Terceto (2016), Hombre en ruinas (2018) y Mi mano busca en el vacío. Antología poética (2019).



[photo_footer]Pablo Montoya.[/photo_footer]



Sobre el tema específico de la tesis, este autor, en palabras de Londoño, “recibe de manera estética las tradiciones de la muerte de Jesús a través de una pintura de Holbein el joven y las refigura su creación literaria” (p. 132). Y resume a continuación la orientación de la escritura de Montoya:



escribe sobre personajes de las culturas indígenas y de la tradición occidental que han sido representados en el arte. Elabora poemas sobre Moisés, Jesús y María como interpretaciones que hace de las pinturas de Tiziano o Holbein, en las cuales estas figuras son protagonistas. En su obra son descritos templos, grutas e iglesias. El lector encuentra en sus poemas, novelas y cuentos huellas del mundo religioso, como objetos sagrados, libros, esculturas, salmos, tatuajes indígenas, pinturas y música. Montoya no busca resaltar con esto las figuras por ser religiosas, ellas provienen de su relación con el arte, y en el arte encuentra también búsquedas espirituales (pp. 133-134).



Siguiendo el orden mencionado, Londoño aborda sucesivamente los ritos y símbolos religiosos (indígenas y cristianos), la crítica frente a la religión, la búsqueda de sentido en el arte, la interpretación de Montoya sobre “Cristo en la tumba de Holbein”, el libro Trazos, el poema y la relectura de la muerte de Jesús. Centrado especialmente en Tríptico de la infamia (una novela muy peculiar centrada en tres personajes ligados en protestantismo en los tiempos de las guerras religiosas en Francia y la conquista de América), el análisis encuentra que los símbolos y los ritos religiosos aparecen tratados con respeto, considerando que no se les puede agotar ni explicar teóricamente lo suficiente. El vínculo con el arte le permite valorar las culturas indígenas de manera más positiva: “Así, encontramos en [Jacques] Le Moyne a un personaje que se convierte al otro. Él le permite al indígena Kututuka pintar símbolos no cristianos en su piel europea, mientras que Le Moyne traza símbolos occidentales en el cuerpo de Kututuka. Ambos usan el cuerpo del otro como un lienzo en el que se puede expresar lo que su propia cultura entiende por sagrado y bello” (pp. 135-136).



Por otro lado, en muchas de sus obras Montoya alude a los símbolos cristianos, como en el caso de la prosa poética dedicada a Éxodo, obra pictórica de Georges Rouault, en Trazos. “La religión católica que presenta Montoya de la época de la Colonia y la Independencia no difiere de la de los años 80 del siglo XX en Colombia. Hay continuidad, considera este escritor, en las ceremonias y el ser religioso, en aspectos como las procesiones en las aldeas rezanderas, el moralismo, el chismorreo y la monotonía de los ritos. Y también en las muchas alianzas que hacen algunos sectores religiosos con fuerzas militares, legales o no, para producir una cultura de violencia”. (p. 137). Asimismo, la crítica de lo religioso “surge de la observación del vínculo que hay entre la violencia y el monoteísmo recalcitrante”. Las religiones institucionales, todas caducas para Montoya, no han impedido que la figura de Dios siga provocando profundos anhelos.



Se busca también el sentido (y hasta la salvación…) en el arte (música y pintura, sobre todo) de múltiples maneras, y de eso da ampliamente testimonio en su escritura poética y narrativa: “Aunque el arte por sí solo no salva, es lenguaje y expresión, y esta capacidad de expresarse tiene un tono salvífico. Aunque el arte no ofrece una salvación completa, es el inicio de la búsqueda de la salvación” (p. 144). Sobre el tema central de su tesis, Montoya se detiene en el poema en prosa “Holbein el joven”, de Trazos, que alude a la pintura Cristo en la tumba (1521-1522). La atención estética que otorga a las obras lo lleva a penetrar hondamente en los componentes religiosos de las mismas, lo que le permite cumplir el objetivo de respetar las coordenadas propias de las expresiones pictóricas para calar seriamente su talante religioso: “Aunque Montoya habla sobre lo religioso desde la voz del desencanto, no oculta la atracción que siente hacia este fenómeno, incluso la nostalgia por hallarle un sentido existencial a las expresiones de fe. Logra encontrar su búsqueda de sentido en la vitalidad del arte para hablar de las esperanzas humanas y también de su maldad” (p. 149).



El poema en cuestión (que puede leerse completo aquí) es un sólido ejercicio de intertextualidad y de traslado de la realidad cristológica aludida en el título, a una escasamente hipotética situación presente (el asesinato de un estudiante y el cadáver de un mendigo):



presenta una escena de triple vinculación hermenéutica a partir de tres realidades distintas de los personajes: Cristo, el joven de la protesta y el mendigo. Montoya lee el cuadro de Holbein desde una realidad completamente distinta a la de su producción y genera una nueva posibilidad interpretativa abierta desde su recepción estética. Se pone en un nuevo lugar de lectura para recontextualizar la obra y darle un nombre diferente a Cristo: el de Tomás, o el de un llamado desechable. Se trata de un acto hermenéutico que podemos considerar como la lectura poética de una “obra abierta” […] 



[photo_footer]Detalle de la portada de 'Terceto'.[/photo_footer]



La representación de Montoya pone en juego lo que la obra nos presenta, pero recreada al nivel de la personalidad y experiencias del intérprete. Esta interpretación literaria de una pintura, la cual a la vez se basa en el texto bíblico sobre la muerte de Jesús, nos muestra que toda obra es provisoria y no tiene la última palabra sobre sobre otras interpretaciones ejecutadas por los lectores u observadores. La ejecución nueva de la obra no coincide nunca con una definición última de ella. Esta puede mostrar nuevas dimensiones de una obra, pero no la agota. En este sentido, las tres interpretaciones que aquí se encuentran son complementarias entre sí (pp. 151-152, 153, énfasis agregado).



La confrontación estética y literaria entre estas realidades asimilables entre sí forja una nueva realidad que las suma y supera, al mismo tiempo, produciendo un corto circuito entre la muerte de Jesús, la obra que la retrató y el nuevo y terrible acontecimiento bifurcado en las dos figuras cuya muerte es simultánea. El relato bíblico es extraído de sus cauces y es colocado en otro dispositivo narrativo a fin de producir nuevos e impactantes efectos, imprevistos para una lectura dominada por la mirada convencional. El realismo de la muerte de Jesús en Holbein es retomado y proyectado por el narrador para producir una nueva opción que va más allá de lo leído originalmente. “En la obra de Montoya, el vínculo entre palabra e imagen tiene un gran significado social y político. A través de esta combinación, el escritor intenta retratar y criticar tanto las realidades tanto del pasado como las del presente. […] De esta manera, la voz poética dice a través de la obra lo que la obra no dijo en su propio contexto. Así dialoga con el intérprete del siglo XXI y su interés contextual” (pp. 156, 158).



La violencia en la Palestina del siglo I y en la Colombia del XXI son emparejadas puntualmente por el poeta de manera anticlimática: Jesús de Nazaret también fue un “desechable” para su tiempo, si se invierten la fórmula y la mirada retrospectiva: “Busqué la herida. La encontré en el costado. Me asombré porque no estaba, como decía el rumor en la plaza, cerca del corazón. Era una llaga hecha por una sanguijuela y no la herida de una bala. Me acerqué. Tomás tenía las manos y los pies maniatados”. Este autor ha identificado a Cristo con el sufrimiento en diversos momentos de su ya vasta obra: “Cuando Montoya vincula la pintura con la referencia cultural a la muerte de Jesús, expande la dimensión de su poema y eleva las tres obras (Biblia, imagen y poema) a un plano artístico y existencial que cuestiona el sentido de la vida y genera críticas al problema de la violencia en su contexto” (pp. 162-163). Los diferentes niveles de interpretación se funden, así, en una imagen ampliamente potenciada por el proyecto narrativo y poético.



La “lectura literaria del Dios sufriente”, como concluye Londoño, parte de la base, a veces no tan obvia, de que la Biblia es una obra literaria abierta a múltiples interpretaciones, usos, desarrollos y variaciones. A su vez, la lectura teológica de obras literarias implica un grado de apertura hacia las realidades enunciadas susceptibles de producir nuevas interpretaciones: “Si leemos teológicamente los cuentos, poemas y prosa de Mujica, Zurita y Montoya, podemos ver cómo los espacios vacíos de las narrativas bíblicas son llenados con nombres de personas desaparecidas o abandonadas, las cuales pueden identificarse con el Cristo” (p. 170). La confluencia entre literatura latinoamericana y teología de la liberación encuentra nuevos caminos de diálogo y desarrollo, pues tal como escribió el teólogo reformado alemán Jürgen Moltmann: “La cruz de Cristo se encuentra entre las innumerables cruces que marcan el camino las víctimas y los victimarios, desde Espartaco hasta los campos de concentración. Su sufrimiento no le quita el valor al sufrimiento de los demás. Él permanece fraternalmente entre ellos como una señal de que Dios participa en nuestro sufrimiento y toma nuestro dolor sobre sí mismo. Entre los innumerables y anónimos torturados siempre está el ‘siervo sufriente de Dios’”.[2]





Las palabras finales de esta tesis son imprescindibles para captar las dimensiones de lo analizado y de lo que resta por hacer en el inmenso océano de la literatura latinoamericana:



Hugo Mujica, Raúl Zurita y Pablo Montoya interpretan la muerte de Jesús no sólo “después de Auschwitz”, sino también “dentro de Auschwitz”, como lo dijo alguna vez el poeta Pedro Casaldáliga [“¿Cómo / hablar de Dios / después de Auschwitz?, / os preguntáis vosotros, / ahí, al otro lado del mar, en la abundancia. / ¿Cómo / hablar de Dios / dentro de Auschwitz?, / se preguntan aquí los compañeros, / cargados de razón, de llanto y sangre, / metidos en la muerte diaria de millones...”, en Antología personal. Madrid: Trotta, 2006, p. 110]. Estos tres escritores evocan el tema de la cruz porque ella simboliza el sufrimiento humano y lo personifica en una figura divina. La cruz es un lugar central de la literatura latinoamericana, y con ella la imagen del Dios sufriente y la humanidad que con él se identifica (p. 172, énfasis agregado).



Por último, bien puede concluir esta revisión con tres poemas de Montoya de clara alusión estética y religiosa:



Cranach



Él toma tu mano. Quiere salvarte. Yo la tomo para perderte. Él no te ama. Porque no hay otra forma de amarte que indagar en tu cuerpo. Yo, en cambio, sé los significados de tus lunares. He besado el que signa tu nariz. Y el otro, oculto, en el pubis. Él ni siquiera te mira. Y, si lo hace, sus ojos pasan de largo y no te beben. Tus olores tampoco los conoce. Yo no sólo los conozco. Soy, además, una incesante evocación de ellos. Él se siente feliz por tu congoja y tu culpa. Yo, por la espesura de tu pelo, por la suavidad de tus manos, por la redondez de tu ombligo. Él repite que desea salvarte de la desnudez. Yo te propongo que lo olvidemos. Al menos en este instante en que, embriagados por la fruta, traspasamos la frontera. Y Él, las alas que expulsan, el paraíso, tú y yo. Somos una breve imagen del deseo. (Adán y Eva) (De Trazos)



Catedral, 9



Si la mirada de Dios fuera lo que ahora ven mis ojos. Pavura del mundo que está abajo y se dilata. La miro como un pájaro embriagado. La aguja señalando el infinito sin jamás alcanzarlo. Un diseño terrenal cuyo anhelo es ser la verdad perdurable. Punta en cruz que tienta el rayo para que este la estremezca. El viento, por un segundo, se ha detenido. Y yo salto para ser devorado por su levedad.



Templo, 10



Nada del templo me es ajeno. Ninguno de sus constructores y moradores, distante. Su allá, atravesado de flores de cuatro pétalos y cráneos acumulados, es un ansia más de mi búsqueda. Su comprensión de la muerte, sus rituales frenéticos, su sed desmesurada de sol, su gratitud por el agua, son un rasgo más de lo que soy. Y ese colibrí que vibra en el aire, como un rayo, no es ya un símbolo de guerra. Es la epifanía de la sangre precipitada por mis venas. (De Hombre en ruinas)



 



Notas



[1] P. Montoya, Sólo una luz de agua: Francisco de Asís y Giotto. Medellín, Tragaluz Editores, 2009, p. 12, cit. por J.E. Londoño, La crucifixión en la literatura latinoamericana contemporánea: Hugo Mujica, Raúl Zurita y Pablo Montoya. Hamburgo, Missionshilfe Verlag, 2020 (Studien zu interkultureller Theologie an der missionsakademie, 21), p. 139.



[2] J. Moltmann, Wer ist Christus für uns heute? [1994] Múnich, Gütersloher Verlagshaus, 2012, p. 317 (Cristo para nosotros hoy. Trad. de Nancy Bedford. Madrid, Trotta, 1997). Cit. por J.E. Londoño, op. cit., p. 171.


 

 


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