La Biblia se refiere al olivo, así como a los productos que de él se obtienen, en numerosas ocasiones ya que no solo se usaba como alimento sino también como medicina.
Y cuando hubieron cantado el himno, salieron al monte de los Olivos.(Mt. 26:30)
En hebreo existen dos términos que se refieren al olivo. Uno es záyith, זַיִת, que se tradujo al griego como elaía, ἐλαία, y que tanto puede indicar el árbol del olivo propiamente dicho, como sus frutos, las aceitunas, o incluso los terrenos donde se cultivan estos árboles, los olivares (Ex. 23:11; Jos. 24:13; 1 S. 8:14; 2 R. 5:26; Neh. 5:11; 9:25).
El segundo término sólo se encuentra en Isaías 41:19, es ets-shemen, עֵץ שֶׁמֶן, y significa literalmente “árbol de aceite”. Fue traducido a la Septuaginta por kypárissos, κυπάρισσος y xyla kyparíssina, ξύλα κυπαρίσσινα, y a la Vulgata por lignum olivae o aceite de oliva.
El olivo (Olea europea) es uno de los árboles más emblemáticos de las regiones que bordean el Mediterráneo y muy cultivado en Tierra Santa desde la más remota antigüedad, según testifican las abundantes prensas de aceite halladas por los arqueólogos.
La Biblia se refiere a él, así como a los productos que de él se obtienen (aceitunas y aceite), en numerosas ocasiones ya que no solo se usaba como alimento sino también como medicina, ungüento, combustible para lámparas de aceite o como materia prima para la elaboración de velas y jabón.
Por todo esto, el árbol del aceite constituía para los hebreos un símbolo de felicidad, prosperidad, paz y fecundidad. Era una gran bendición poseer olivares y algo que se daba con frecuencia en las tierras de Israel (Jue. 15:5; 2 R. 18:32).
El origen del árbol del aceite se pierde en la noche de los tiempos ya que se han encontrado fósiles de hojas de olivo en depósitos del Plioceno de Italia, así como en rocas sedimentarias del Paleolítico superior del norte de África y en excavaciones de la Edad del Bronce en España.
Se cree que es originario de Asia Menor, donde todavía hoy es muy abundante y forma frondosos bosques. Desde ahí se expandió por el este hasta Irán y por el oeste a toda la cuenca mediterránea.
La existencia de olivos en Tierra Santa se remonta a unos 12.000 años antes de Cristo. Son árboles longevos que puede vivir milenios gracias a que su tronco produce constantemente raíces y brotes nuevos.
Según el Ministerio de Agricultura de Palestina, existen ejemplares con más de 4.000 años, como el famoso, Al-Badawi el grande, de la aldea Al-Walaja, en el distrito de Belén, al sur de Jerusalén.
La Biblia dice que la paloma que soltó Noé después del diluvio, regresó a la nave con una hoja de olivo en el pico (Gn. 8:11). En la fábula de Jotam, donde los árboles se reúnen para elegir a su rey, el olivo fue el primer candidato al que se le propuso tal realeza, pero éste lo rechazó (Jue. 9:8-9).
También el lugar santísimo del templo judío tenía dos grandes puertas y dos enormes querubines hechos con madera de olivo, que medían cada uno casi cinco metros de altura (1 R. 6:23-33).
Los hebreos recolectaban las aceitunas mediante la técnica del vareo, es decir, sacudiendo las ramas hasta que los frutos se desprendían. Si alguna rama de olivo se rompía accidentalmente y caía al suelo, había que dejarla para sustento del extranjero, el huérfano o la viuda (Is. 24:13; Dt. 24:20).
El peor enemigo de los olivos era sin duda la langosta y, en ocasiones, Dios permitió plagas de este insecto con el fin de hacer reflexionar a su pueblo (Am. 4:9). De la misma manera que el tronco viejo del olivo suele rodearse de retoños jóvenes y vigorosos, también los hijos son, según el salmista, como plantas de olivo alrededor de la mesa (Sal. 128:3).
En el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo se refiere asimismo al olivo silvestre y lo compara con la entrada de los gentiles en el nuevo pueblo de Dios (Ro. 11:17-24).
Los olivos (Olea europea) son árboles perennifolios que pueden alcanzar los 15 metros de altura, con el tronco grueso, retorcido y la copa ancha. Las hojas son opuestas y pueden medir hasta 8 cm de largo, lanceoladas, con el ápice puntiagudo, verde oscuro en el haz y grises por el envés.
Las aceitunas son frutos suculentos (drupas), muy oleosos, verdes al principio pero que oscurecen a los seis meses, adquiriendo un tono negro-morado en la madurez.
Casi la tercera parte de la pulpa de la aceituna es aceite. De ahí que, desde la antigüedad, se haya extraído por simple presión en los molinos para uso doméstico, alimenticio, medicinal y religioso. Las aceitunas no suelen comerse crudas, debido al amargor de sus compuestos fenólicos, sino que deben ser maceradas convenientemente.
La Biblia menciona una veintena de veces el “aceite de la unción”, que era el que se vertía sobre la cabeza del Sumo Sacerdote y de sus descendientes, así como sobre el Tabernáculo y los utensilios del mismo, con el fin de marcarlos como santos y apartados para Jehovah (Ex. 25:6; Lv. 8:30; Nm. 4:16).
Ninguna otra persona del pueblo podía emplear dicho aceite para otros usos, bajo pena de excomunión (Ex. 30:32-33). En su composición entraban diferentes sustancias, no sólo aceite sino también mirra, canela y otros ingredientes naturales.
Nadie pensaba que dicho aceite fuera milagroso o que tuviera poderes mágicos, sino que la estricta elaboración de su receta significaba obediencia a la voluntad de Dios y, a la vez, una demostración de su santidad.
También en el Nuevo Testamento existen referencias a esta práctica de ungir con aceite. Los discípulos de Jesús ungían a los enfermos y éstos sanaban (Mc. 6:13); María ungió los pies del Maestro como una forma de adoración (Lc. 7:46); los ancianos de la iglesia oraban por los enfermos, los ungían con aceite y éstos sanaban (Stg. 5:14) y, en fin, el libro de Hebreos dice que Dios ungió a Jesús con óleo de alegría (He. 1:8-9).
También el aceite puede simbolizar la presencia del Espíritu Santo en la vida del creyente, como en el caso de la parábola de las diez vírgenes (Mt. 25:1-13; 1 Jn. 2:20).
El misionero presbiteriano norteamericano del siglo XIX, William McClure Thomson (1806-1894), comentando el salmo 128, escribió:
“Tus hijos como plantas de olivo alrededor de tu mesa. Seguidme hasta un olivar cercano y os mostraré cómo pudo haber surgido en la mente del salmista tan hermosa ilustración. Contemplad este viejo y carcomido tronco de olivo, rodeado de numerosos vástagos jóvenes y vigorosos que brotan de la raíz de su venerable progenitor. Dan la sensación de defenderlo, abrazarlo y protegerlo; podemos imaginar que se esfuerzan en aportar la carga de fruto que sería exigible a su padre, pero que ahora, debilitado por los años, no logra proporcionar. Así hacen también los hijos buenos y cariñosos cuando se juntan alrededor de la mesa de su padre, justo y piadoso. Cada uno aporta algo propio al bien común y al bienestar conjunto del hogar. Un hermoso espectáculo con el que espero Dios tenga a bien refrescar la visión de todos mis amigos.”[1]
[1] Spurgeon, C. H. 2015, El Tesoro de David, CLIE, Viladecavalls, Barcelona, p. 1979.
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