La cruz produce una ruptura radical en nuestras vidas, entre la posición que ocupábamos antes de confiar en Cristo, y la posición que ocupamos ahora como discípulos suyos.
Un fragmento de “La Cruz de Cristo”, de Timoteo Glasscock (Andamio Editorial, 2020). Puede saber más sobre el libro aquí.
Gloriándonos en la cruz: Gálatas 6:12-14
Como Pablo comenzó esta carta a los cristianos en las iglesias de Galacia, así la termina, orientando nuestra mirada hacia la cruz. Captamos la urgencia de lo que nos quiere decir al observar que en este punto tomó la pluma de la mano de su amanuense y escribía las últimas frases de la carta con su propia mano, ¡y con letra grande! (v. 11).
Una perversión dañina (vv. 12-13)
Un mensaje erróneo. Los judaizantes habían cambiado el evangelio de la gracia divina por un “evangelio” del mérito humano. Sus doctrinas reemplazaron la obra interna del Espíritu Santo en la regeneración del corazón por una obra humana, externa y carnal, basada en un legalismo ritual y autosuficiente (v. 12a), que era una perversión absoluta del evangelio de la gracia de Dios y de Cristo. Permitir que esta doctrina siguiera infiltrándose en las iglesias destruiría por completo la obra de evangelización realizada por Pablo y su equipo misionero.
Un motivo erróneo. Lo que buscaban los falsos maestros no era solo implantar sus doctrinas, sino también evitar la persecución que estaban sufriendo tanto el apóstol y sus compañeros como las personas que respondían al llamamiento de Dios. Aquella oposición violenta venía de parte de los judíos incrédulos, y también de las autoridades municipales cuando los judíos lograron conseguirlo. Si se podía presentar el mensaje cristiano de una forma más aceptable para los judíos, reconociendo el valor de la ley y los ritos del judaísmo, sería más fácil calmar los ánimos y eludir las represalias (v. 12b). Para Pablo, esta motivación era completamente mezquina. La tentación de cambiar el mensaje del evangelio para hacerlo más aceptable y agradable al mundo ha estado presente siempre en la historia de la iglesia de Cristo, y no menos en nuestro tiempo, pero es una tentación funesta que debemos resistir con resolución.
Una meta errónea. Pablo expone las debilidades en la posición judaizante. Por un lado, ni ellos eran capaces de guardar rigurosamente la ley cuyo cumplimiento exigían. Por otro, más que predicar la salvación a los perdidos, lo que buscaban era cabelleras para agitar como prueba de la eficacia de su labor (v. 13). Había que demostrar el gran número de “convertidos genuinos” que habían ganado para seguir recibiendo muchos aplausos y parabienes. También esto puede ser una tentación en la actualidad.
Una perspectiva distinta (v. 14a)
La visión y la motivación del apóstol fueron totalmente distintas: “Pero jamás acontezca que yo me gloríe, salvo en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”. No deseaba acumular logros personales para ufanarse de ellos. Si en algún momento, para poder responder a acusaciones infundadas, tenía que hablar de lo que había conseguido en su servicio para el Señor, insistía en que estos resultados no eran por su trabajo o por sus dones, sino por la gracia de Dios obrando en él. Al informar a la iglesia en Antioquía de los progresos alcanzados en su primer viaje misionero, Pablo y Bernabé hablaron “de todas las cosas que Dios había hecho con ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe”. Es imposible gloriarnos en la cruz, y a la vez en nosotros mismos y nuestra supuesta espiritualidad. La perspectiva verdaderamente cristiana se centra únicamente en la grandeza y en la gloria de Cristo crucificado, resucitado y exaltado hasta el trono de Dios.
Una pertenencia diferente (14b)
La cruz produce una ruptura radical en nuestras vidas, entre la posición que ocupábamos antes de confiar en Cristo, y la posición que ocupamos ahora como discípulos suyos. Antes, estábamos integrados en el mundo, bajo el dominio del maligno; ahora, nos encontramos en el reino del amado Hijo de Dios, el Cordero inmolado, y bajo su señorío. Somos conscientes de que para nada merecemos estar allí; solo por la gracia de Dios hemos sido incorporados al reino. No tenemos nada en qué gloriarnos que no sea la cruz de Cristo. Pero gloriarnos en la cruz supone necesariamente alejarnos del mundo que está bajo Satanás, de sus valores torcidos, su vanidad ilusoria y su vanagloria infundada. Pertenecer al reino de Cristo y vivir bajo la sombra de la cruz implica someternos a su voluntad, estar controlados y dirigidos por su amor, y buscar por encima de cualquier otra cosa su gloria. Librados, bendecidos y transformados por la cruz, estamos llamados a gloriarnos solo en Jesucristo y en aquella cruz donde nos salvó.
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