El término “mosca” aparece una decena de veces en la Biblia (Ex. 8:21-31; Sal. 78:45; 105:31; Ec. 10:1; Is. 7:18).
Porque si no dejas ir a mi pueblo,
he aquí yo enviaré sobre ti, sobre tus siervos,
sobre tu pueblo y sobre tus casas toda clase de moscas;
y las casas de los egipcios se llenarán de toda clase de moscas,
y asimismo la tierra donde ellos estén. (Ex. 8:21)
El término “mosca” aparece una decena de veces en la Biblia (Ex. 8:21-31; Sal. 78:45; 105:31; Ec. 10:1; Is. 7:18). Hay dos palabras hebreas que se suelen traducir por este mismo nombre.
Una es arob, עָרֹב, que es la que se usa para la cuarta plaga egipcia y parece referirse en general a todas las especies de moscas. Incluso los Setenta lo tradujeron por “tábano”, que es un insecto díptero mucho más molesto aún que las moscas ya que pica y chupa la sangre de sus víctimas.
La segunda palabra para mosca es zebub, זְבוּב, que proviene de una raíz cuyo significado es “revolotear”, y también se refiere a todas las especies de estos molestos insectos (moscas, mosquitos, tábanos, etc.).
Precisamente, los habitantes de Ecrón (una de las antiguas ciudades de la Pentápolis filistea, ubicada al suroeste de Canaán) adoraban al dios Baal-zebub, “el señor de las moscas”, y estaban convencidos de que dicha divinidad tenía poder sobre tales insectos (2 R. 1:2).
Sin embargo, los hebreos se burlaban de los adoradores de esta otra forma de Baal porque, entre otras cosas, en los templos paganos, la carne de los sacrificios se dejaba pudrir, éstos estaban siempre llenos de moscas y apestaban.
Aunque las plagas de Egipto tuvieron un carácter marcadamente milagroso y puntual, tal como indica claramente el texto bíblico, las molestias generadas por los insectos han seguido afectando, con mayor o menor intensidad, al país del Nilo hasta nuestros días.
Cada año, en la época de las inundaciones, aumenta tanto la cantidad de moscas, tábanos y mosquitos, que éstos pueden llegar a convertirse en auténticas plagas. Invaden extensas regiones, picando así a los animales como a las personas y contaminando los alimentos (Is. 7:18; Ec. 10:1).[1]
El libro de Éxodo relata la cuarta plaga con estas palabras: “Y vino toda clase de moscas molestísimas sobre la casa de Faraón, sobre las casas de sus siervos, y sobre todo el país de Egipto; y la tierra fue corrompida a causa de ellas” (Ex. 8:24).
En efecto, las moscas son capaces de transmitirnos muchas enfermedades, tales como cólera, fiebre tifoidea, disentería, salmonelosis, tracoma, etc., ya que entran fácilmente en contacto con otros organismos y sustancias contaminadas. Por eso, como afirma la Biblia, pueden corromper todo lo que tocan.
Los sarcofágidos (Sarcophagidae) son una familia cosmopolita de insectos dípteros, conocidos vulgarmente como “moscas de la carne” porque sus larvas se desarrollan preferentemente en los tejidos vivos de animales y personas, aunque también en la carroña y el estiércol.
Se conocen alrededor de 3.100 especies de moscas pertenecientes a esta sola familia. Una de las más extendidas es Sarcophaga carnaria que, como su nombre indica, se alimenta de carne y son las primeras en poner sus huevos en los cadáveres.
Pueden transmitir varios microbios patógenos a otros animales, y también a las personas, capaces de provocar desde úlceras cutáneas (miasis), cólera, salmonella, lombrices parasitarias hasta lepra y otras muchas enfermedades.
Sin embargo, no todo es negativo en el mundo de las moscas. Se ha calculado que por cada ser humano que vive en este planeta, existen unos 17 millones de moscas.[2]
Actualmente se conocen unas 160.000 especies en el mundo, aunque se especula que podría haber todavía millones por descubrir. Muchas de las cuales polinizan plantas, limpian los ecosistemas de cadáveres en descomposición, se nutren de nuestros residuos, matan arañas y a otros insectos, han sido fundamentales para el avance de la genética como la famosa mosca del vinagre (Drosophila melanogaster), etc., etc.
En definitiva, las moscas no solo son muy importantes para el planeta sino también para la propia humanidad.
La plaga bíblica de las moscas (Ex. 8:20-32) tuvo lugar por la negativa del faraón a dejar salir al pueblo hebreo de Egipto. Dios mandó a Moisés que se presentara ante el monarca egipcio cuando éste saliera al río y que le formulara tal petición.
Como no hubo respuesta positiva, toda clase de moscas cubrieron la tierra del país del Nilo. La magnitud de este milagro divino se aprecia no sólo en la gran cantidad de tales insectos alados sino sobre todo en su limitación geográfica (atacaron todo el país, excepto la tierra de Gosén, donde habitaban los esclavos hebreos).
Además, se ve también lo milagroso en el tiempo exacto en que empezó y terminó la plaga, así como en su significado teológico.
Cuando las moscas devastaron la tierra, el faraón no tuvo más remedio que llamar a Moisés y ofrecerle su permiso para que el pueblo hebreo pudiera ofrecer sus sacrificios pero dentro de los límites de Egipto.
El astuto patriarca no aceptó semejante ofrecimiento, aduciendo que eso sería algo abominable para los egipcios. ¿Cómo iban éstos a reaccionar al ver a los hebreos sacrificar animales que la religión egipcia consideraba sagrados e intocables? Es posible que en la mente pagana del faraón surgieran dudas e incluso pensara que esto podría enfurecer a sus dioses.
Entonces, no solo tendrían por rival al Dios de los hebreos sino también a los suyos propios. Sea como fuere, el argumento de Moisés fue aceptado por el faraón y se les permitió llegar hasta el desierto para ofrecer allí sus sacrificios a Jehová, lejos de las miradas escandalizadas de los egipcios.
Así fue como cesó la plaga de las moscas, pero lo que no terminó fue la dureza de corazón del monarca. Una vez más, se negó a dejar salir al pueblo.
Una de las cosas que ilustra esta famosa historia es la moderna religiosidad de la conveniencia. Muchas personas conciben todavía hoy la religión con fines utilitaristas y egoístas.
De la misma manera en que el faraón pidió a Moisés que orara por él, por si acaso su Dios era el verdadero, también en la actualidad algunos toman ideas y creencias de varias religiones para elaborar así una religiosidad a la carta, cómoda y conveniente.
No obstante, el cristianismo de Cristo no se fundamenta en el egoísmo personal o en una fe supersticiosa sino en el amor al prójimo, la generosidad, el altruismo y la búsqueda de la justicia y la paz.
[1] Keller, W., 1977, Y la Biblia tenía razón, Omega, Barcelona, p. 125.
[3] Chinery, M. 1977, Guía de campo de los insectos de España y de Europa, Omega, Barcelona, p. 267.
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