Como la miel es susceptible de fermentar, por ser un producto orgánico, no podía quemarse para ofrendarla a Dios.
Yo os sacaré de la aflicción de Egipto a la tierra del cananeo,
del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo,
a una tierra que fluye leche y miel. (Ex. 3:17)
En hebreo existen varias palabras que se refieren a la miel.
Una es debash, דְּבַשׁ, que junto con yáar, יָּעַר, denotan la miel de las abejas (1 S. 14:25, 27, 29; Cnt. 5:1); otra es tsuph, צוף, que significa literalmente “manar” y se refiere a las celdas hexagonales de los panales que suelen estar llenas de miel (Pr. 16:24; Sal. 19:10)
El siguiente término es nópheth, נֹפֶת, que se usa para referirse a la miel que destila y gotea del panal (Sal. 19:10; Pr. 5:3; 24:13; 27:7; Cnt. 4:11). Todos estos términos hebreos fueron traducidos al griego por meli, μέλι, que significa “miel” como alimento.
La miel siempre fue considerada como un manjar excelente debido sobre todo a su agradable dulzor (Gn. 43:11; 2 S. 17:29). Los hebreos la obtenían de los panales y la consumían directamente (1 S. 14:26).
El maná que comieron durante su travesía por el desierto de Sinaí tenía un sabor que recordaba el de la miel (Ex. 16:31). Las abejas solían construir con frecuencia sus colmenas entre las hendiduras de las rocas, de los árboles o incluso en otros lugares más insólitos, como los cadáveres de ciertos animales (Dt. 32:13; Jue. 14:8; 1 S. 14:25; Mt. 3:4).
En el Nuevo Testamento se cuenta que el austero Juan el Bautista se alimentaba de miel silvestre (meli agrion, μέλι ἄγριον) y de insectos como las langostas (Mt. 3:4). También el pueblo elegido por Dios tuvo que comer esta miel, que emanaba de las peñas, durante su estancia en el desierto (Dt. 32:13; Sal. 81:17).
De la misma manera, la abundancia de la Tierra Prometida se indica por medio de la metáfora de que fluía o “manaba leche y miel” (Ex. 3:8, 17; 13:5; 33:3). La excelencia de la miel se usa asimismo metafóricamente para resaltar las cualidades de la amada esposa y así se dice, por ejemplo, que sus labios destilan miel y que debajo de su lengua hay “miel y leche” (Cnt. 4:11).
No obstante, como la miel es susceptible de fermentar, por ser un producto orgánico, no podía quemarse para ofrendarla a Dios (Lv. 2:11). Aunque esto no impedía que pudiera ser ofrecida a los sacerdotes para su propio sustento (2 Cr. 31:2-5).
Y, en fin, en el Nuevo Testamento se dice que a Jesús le dieron, después de resucitado, “parte de un pez asado, y un panal de miel” (Lc. 24:42).
Además de los pueblos de la Biblia, la miel era también muy apreciada en otras culturas como los antiguos egipcios, los griegos y los romanos. Hay pinturas rupestres del mesolítico (8000 a 6000 a. C.) en las que se representa figuras humanas recogiendo miel, como las de la Cueva de la Araña en Bicorp (Valencia, España).[1]
Algunos consideraban que era un producto sagrado de gran valor, de ahí que la emplearan incluso para pagar sus impuestos. Se han encontrado vasijas, con miel perfectamente comestible, del tiempo de los antiguos faraones.
Los egipcios fueron los primeros apicultores trashumantes de los que se tenga noticia, ya que transportaban sus colmenas en barcazas por el Nilo, siguiendo las diferentes floraciones.
En Israel, recientes excavaciones arqueológicas de Tel Rehob, en el valle de Beth-Sheán, han descubierto colmenas usadas en la antigüedad, datadas del período de la monarquía israelita (siglos X al IX a.C.).
Las colmenas, hechas de largos listones de barro cilíndricos, son los únicos elementos que en ocasiones permiten datar las excavaciones arqueológicas en el Antiguo Oriente Medio.
Como las abejas suelen producir alrededor de tres veces más de la miel que necesitan para vivir, el ser humano pronto descubrió que se podía beneficiar de dicho exceso y así surgió la apicultura.
Esta técnica consiguió domesticar a los insectos, proporcionándoles colmenas artificiales y tranquilizándolos mediante el humo, a la hora de recolectar la miel sobrante. Los distintos tipos y sabores de este apreciado producto se deben a la clase de flores libadas, así como al tipo de abeja que lo produjo.
El trabajo de polinización que realizan las abejas y otros insectos es indispensable para el adecuado mantenimiento de los ecosistemas.
La miel en un fluido dulce y viscoso, cuyo color varía de amarillo claro a marrón oscuro, y es producido por abejas del género Apis (ver ABEJA), a partir del néctar de las flores o de otras secreciones vegetales.
El intenso dulzor de la miel se debe a la gran cantidad de azúcares que contiene, tales como glucosa, fructosa, maltosa, isomaltosa, maltulosa, sucrosa, turanosa y nigerosa. Además presenta enzimas como amilasa, catalasa, fosforilasa ácida y peróxido oxidasa; así como aminoácidos, vitaminas y minerales como hierro y zinc.
El salmista inspirado escribió estas palabras:
“La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos. El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre; los juicios de Jehová son verdad, todos justos. Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; y dulces más que miel, y que la que destila del panal” (Sal. 19:7-10).
El tiempo que se dedica a leer y meditar en las Sagradas Escrituras no sólo sirve para enriquecer espiritualmente a la persona sino que también constituye las horas más dulces y agradables de la vida.
Como dijera el profeta Jeremías, si “comemos” la Palabra de Dios, ésta nos proporcionará gozo porque el Altísimo nos hablará directamente al corazón (Jer. 15:16).
[1] Grimberg, Carl, 1983, Historia Universal, 1 «El alba de la civilización», Traducción de Världshistoria, Folkens Liv Och Kultur (1a edición), Daimon, pp. 48-51.
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