Diezmar la menta

!Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!

porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino,

y dejáis lo más importante de la ley:

la justicia, la misericordia y la fe.

Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello. (Mt. 23:23)

El Nuevo Testamento se refiere a la menta en dos ocasiones relacionadas con el diezmo (Mt. 23:23; Lc. 11:42).

La Ley no mencionaba expresamente que hubiera que diezmar también la menta, sin embargo los fariseos insistieron en que todos los alimentos debían estar sujetos al diezmo.

De ahí que Jesús les recrimine su actitud hipócrita al ser tan escrupulosos en las cosas materiales insignificantes y tan laxos en las verdaderamente importantes. La palabra griega que se tradujo por “menta” es hedýosmon, ἡδύοσμον, y significa literalmente “perfume dulce o suave”.

También se referían a ella como minthe, μίνθη. Mientras que para los romanos era mentha y para los rabinos judíos, minthá, מִינְתָא. Se trata de un grupo de hierbas vivaces perteneciente al género Mentha y a la familia Lamiaceae o labiadas, que se caracteriza por su notable fragancia.

Esta cualidad ha hecho que desde muy antiguo se usaran en la alimentación, en medicina y para eliminar los malos olores de las casas o lugares de culto.

En Israel se dan cuatro especies silvestres de menta: la menta de caballo (Mentha longifolia) de flores rosas o lilas y que puede alcanzar de 40 a 120 cm de altura; la menta poleo (Mentha pulegium) con flores rosadas agrupadas en inflorescencias globosas y que no suelen sobrepasar los 40 cm de altura; el mastranzo (Mentha suaveolens) que tiene las flores en espigas densas de color blanco a rosado y huele como la hierbabuena; y la menta acuática (Mentha aquatica) que, como su nombre indica, vive en las márgenes de ríos y arroyos creciendo incluso con las raíces dentro del agua.

El estudio químico de las distintas especies de menta ha revelado la presencia en estas plantas de sustancias anticongestivas, anticoagulantes, analgésicas, antinflamatorias, astringentes, antioxidantes y calmantes.

Es una hierba refrescante capaz de provocar una sensación de frescor en la boca y en las vías respiratorias. De ahí que sea beneficiosa frente a los resfriados comunes.

El texto de Mateo 23, que encabeza esta entrada, se refiere a las obras de los letrados judíos y los fariseos que no se correspondían con sus palabras, ni tampoco con la voluntad de Dios expresada en la torá, que además ellos tenían la obligación de enseñar al pueblo.

Por tanto, esta actitud es calificada de hipócrita por Jesús, puesto que no distinguían lo principal de lo accesorio y falseaban así la voluntad del Altísimo mediante sus propias prescripciones humanas.

Además, este capítulo se refiere también al mal que los dirigentes de Israel, y el pueblo guiado por ellos, hicieron a los profetas y enviados de Dios a lo largo de la historia. Todo este mal culminó con la muerte de Cristo en la cruz.

Por desgracia, esta palabras del Maestro, transcritas por Mateo en el contexto de una iglesia naciente que se oponía a las acusaciones de la sinagoga, han sido injustamente usadas por los cristianos contra los judíos en diferentes momentos.

En la época moderna, este capítulo 23 de Mateo se convirtió en un escrito fundamental que dibujó la imagen negativa del judaísmo y, quizás, el mal que hicieron las naciones llamadas cristianas al pueblo hebreo se deba a una mala interpretación de estos versículos.

En este sentido, no es justo criminalizar a todo un pueblo por aquello que hicieron algunos de sus representantes en el pasado. Jesús fue judío, sus discípulos también lo fueron y la iglesia naciente lo fue en sus orígenes.

El Hijo de Dios vino a morir por toda la humanidad, luego todos los pueblos de la Tierra somos igualmente responsables de su sacrificio en la cruz. Este ejercicio teológico de autocrítica cristiana es necesario ante la estremecedora historia de sufrimiento del judaísmo en el holocausto.

Este texto de Mateo pone de relieve hoy, ante los cristianos de todo el mundo, la realidad del pecado humano. El peligro de desarrollar un fariseísmo cristiano, de querer domesticar injustamente a Dios o imponerlo a los demás como un producto demostrable a nuestra imagen y semejanza, ya que el Altísimo será siempre mucho más que eso, el gran misterio que nos sobrepasa y trasciende.