La Biblia no menciona las sandías y apenas habla de los melones que también se cultivaban ampliamente en Palestina en tiempos antiguos.
Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos. (Nm. 11:5)
La palabra hebrea que se tradujo como “melones” en esta cita veterotestamentaria del libro de Números es ’abhattikhim, אֲבַטִּחִים, que corresponde al plural de abattíakh, אֲבַטִּיחַ.
En la Septuaginta griega aparece como pépones, πέπονες y en la Vulgata latina como pepones, términos todos atribuidos al melón corriente (Cucumis melo) que se cultivaba en Egipto.
No obstante, en egipcio antiguo, la palabra buttuqa (de donde deriva la árabe, bottikh) designaba principalmente la sandía (Citrullus lanatus) y, en segundo lugar, los melones. La Biblia no menciona las sandías y apenas habla de los melones que también se cultivaban ampliamente en Palestina en tiempos antiguos (Is. 1:8).
Esta cita de Números 11:5 se refiere a las quejas de los israelitas, en el desierto de la península del Sinaí, cuando recordaban los sabrosos melones y probablemente también las sandías que consumían en Egipto.
Ambas especies, pertenecientes a la misma familia botánica de las Cucurbitaceae, eran cultivadas ampliamente en el país del Nilo y recordadas por los peregrinos en la sequedad del desierto, ya que se trataba de frutas muy jugosas y refrescantes.
Los melones se cultivaban ya en Egipto durante el tercer milenio antes de Cristo. Son nativos de la península Anatolia, Irán y el Cáucaso, aunque se extienden hasta Afganistán y la India.
El fruto tiene forma de baya cuyo aspecto puede ir desde casi esférico hasta elipsoidal. El tamaño que puede alcanzar un solo fruto depende de las condiciones del suelo y oscila entre los 400 gramos y los 20 kilos o más. Aunque generalmente no superan los 5 kilos.
El tallo es rastrero, cilíndrico y puede alcanzar de uno a tres metros de longitud. En su extremo terminal lleva una inflorescencia en forma de espiga. Las raíces pueden hundirse en la tierra hasta los dos metros de profundidad.
El color de la piel o epidermis, así como el de la pulpa comestible, es muy variable y depende de la variedad. Puede ser blanco, amarillento, rosado, anaranjado, gris, verdoso, etc. y con la textura lisa, rugosa o reticulada.
En la parte central del melón existe una cavidad que contiene las semillas cubiertas por una sustancia pegajosa. La pulpa contiene un 90% de agua y muy pocas calorías (34 por cada 100 gramos), así como de sodio (16 mg%). Sin embargo, su elevado contenido en fibra es lo que genera la sensación de saciedad.
En el siglo XVII, el teólogo Thomas Le Blanc, escribió:
“Pero este auxilio y protección de Dios no es como una choza en un melonar o un cobertizo en un viñedo, que es destruido y desaparece en un momento; o como una tienda plantada en el desierto y abandonada repentinamente por el caminante. Es una torre fuerte, un hogar paternal, el hogar del Padre más rico y poderoso, donde transcurre toda nuestra vida disfrutando de lo mejor.”[1]
[1] Spurgeon, C. H. 2015, El Tesoro de David, CLIE, Viladecavalls, Barcelona, p. 1460.
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