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Maná: el pan del cielo

El maná alimentó el cuerpo físico de los hebreos durante un breve período de tiempo, pero Jesús ofreció su vida como alimento definitivo.

ZOé AUTOR 87/Antonio_Cruz 24 DE SEPTIEMBRE DE 2020 19:10 h

Y cuando el rocío cesó de descender,



he aquí sobre la faz del desierto una cosa menuda,



redonda, menuda como una escarcha sobre la tierra. 



Y viéndolo los hijos de Israel, se dijeron unos a otros:



¿Qué es esto? porque no sabían qué era.



Entonces Moisés les dijo:



Es el pan que Jehová os da para comer.



(Ex. 16:14-15)



Los términos hebreos man hú, מַן־הוּא que significan “¿qué es esto?” son los que dieron lugar a la palabra “maná”, ya que fueron traducidos al griego como manna, μάννα.



El maná fue el recurso alimenticio milagroso que Dios proporcionó al pueblo hebreo en su peregrinación por el desierto durante cuarenta años. La Biblia compara la aparición del maná con una lluvia de pan celestial (Ex. 16:1-4, 12; Sal. 78:24; 105:40).



Cuando salió el sol y se evaporó el rocío de la noche, aparecieron unos granitos blancos y redondos sobre el suelo que parecían escarcha. Los seguidores de Moisés nunca habían visto aquello.



Eran como las semillas de culantro blanco y tenían el sabor de hojuelas con miel (Ex. 16:31). Se les ordenó que cada mañana recogieran como mucho unos 3,7 litros por persona (un gomer) y que no intentaran guardar nada para el día siguiente.



Sin embargo, aquellos que no obedecieron las órdenes que Dios había dado a Moisés y recogieron más, vieron cómo el alimento sobrante se les agusanaba. Sin embargo, el sexto día de cada semana, podían recoger hasta dos gomeres por persona (uno más para el sabbat), pues este día de reposo no se producía maná, ni tampoco se agusanaba el que habían recogido el día anterior.



Lo milagroso de este pan del cielo se puso de manifiesto también en la orden que Moisés dio a Aarón de guardar un gomer de maná para que pudieran verlo los descendientes de Israel (Ex. 16:32-36).





Semejante producto no se corrompió durante generaciones.De manera que los hebreos comieron el maná cuarenta años, en su travesía por el desierto, hasta que llegaron a la tierra de Canaán (Jos. 5:10-12). Años más tarde, el salmista se referirá asimismo al maná como “trigo de los cielos” y “pan de nobles” (Sal. 78:24-25).



¿Es el fenómeno del maná un milagro inexplicable o acaso posee una causa susceptible de interpretación científica? En el año 1483, el decano del Electorado de Maguncia (Alemania), Breitenbach, escribió:



En todos los valles que rodean al monte Sinaí se encuentra hasta en nuestros días el llamado pan bajado del cielo que los monjes y los árabes recolectan, conservan y venden a los peregrinos y extranjeros que pasan por aquel lugar. Dicho pan cae por la mañana al amanecer, cual rocío o escarcha, a gotas sobre la hierba, las piedras o las ramas de los árboles. Es dulce como la miel y se adhiere a los dientes cuando se mastica. De él hemos adquirido algunas porciones.[1]



Cuatro siglo después, en 1823, el botánico alemán, Christian Gotfried Ehremberg, publicó un folleto que no fue muy bien acogido entre sus colegas ya que afirmaba que el maná era solo la secreción dulce de una especie de árboles tamariscos, generada por la picadora de un insecto, una especie de cochinilla exclusiva del Sinaí.



Cien años más tarde, la Universidad Hebrea de Jerusalén organizó una expedición científica a la península del Sinaí con la intención de averiguar el misterio del maná. Los botánicos Federico Simón Bodenheimer y Oscar Theodor estuvieron durante varios meses investigando la zona y sus conclusiones causaron una gran sensación entre el público.



Confirmaron los datos anteriores de Breitenbach y Ehremberg, tomaron la primera fotografía del maná y concluyeron que la narración bíblica era cierta. La explicación científica, según pudieron comprobar in situ, consistía en que efectivamente unos pequeños insectos hemípteros (hoy conocidos como Trabutina mannipara)[2], que vivían sobre los tamariscos de la especie Tamarix mannifera,[3], [4] propia de aquellos lugares, picaban a las plantas para alimentarse de ellas, causando así unas secreciones dulces y pegajosas conocidas localmente como “maná”.



Más tarde, Bodenheimer descubrió que, de hecho, el maná era producido por las propias excreciones de estos insectos que contenían una gran cantidad de material no digerido rico en azúcar.





En las ramas de los tamariscos se formaban unos granos duros (que según Bodenheimer, tenían la forma y el tamaño de las semillas de culantro (Coriandrum sativum), al caer al suelo eran blancos pero luego se volvían amarillentos y con sabor a miel.



También se pudo constatar que los beduinos del desierto recogían todavía, a primeras horas de la mañana, su “mann es-samâ” (o “maná del cielo”) ya que, si se hacía más tarde, las hormigas y otros insectos salían de su letargo nocturno llevándose los granos a sus hormigueros.



Si el año había sido favorable y había llovido lo suficiente, estos beduinos podían llegar a recoger hasta medio kilo de maná por persona. Después, lo colocaban en un recipiente bien cerrado para que los insectos no tuvieran acceso y con él amasaban una papilla muy nutritiva que añadían a su comida habitual.



De manera que los tamariscos que producen este maná actual continúan existiendo en la península del Sinaí, el desierto de Arabia y hasta el Mar Muerto.



Aparte de esta posible explicación natural para el maná bíblico, se han propuesto otras, como ciertos líquenes comestibles de la especie Lecanora esculenta,[5] que crecen sobre rocas calcáreas del desierto, pero pueden ser arrastrados por los vientos y caer del cielo como la lluvia; la secreción azucarada y amarillenta del arbusto Alhagi maurorum, citado en el Corán y llamado vulgarmente “maná de Persia”[6]; la savia del “fresno del maná” (Fraxinus ornus), árbol de la familia Oleaceae que contiene numerosos azúcares[7]; y, en fin, hasta hay quien propone hongos alucinógenos como Psilocybe cubensis, que además provocan pérdida del apetito.[8]



Es evidente que Dios pudo usar los propios medios naturales creados por él para sustentar al pueblo hebreo durante su larga travesía por el desierto del Sinaí.



No obstante, semejante providencia se fundamenta, según la Biblia, en el poder milagroso del Altísimo. El maná o pan del cielo fue producido sobrenaturalmente en cantidad suficiente para nutrir a toda una nación.





De otra forma, ¿cómo hubieran podido sobrevivir tantas personas, durante cuarenta años, alimentándose solo con azúcares? Según el texto, Dios les suministraba maná por la mañana y codornices por la tarde (Ex. 16:12-13), pero incluso así no parece una dieta muy equilibrada a largo plazo.



Además, se dice que dicho maná a veces se agusanaba y a veces no. Si se recogía en exceso durante los cinco primeros días de la semana, el sobrante se estropeaba y había que tirarlo.



En cambio, el sexto día se debía tomar el doble para el Sabbat, ya que ese día de descanso no llovía maná del cielo (Ex. 16:27) y el del día anterior tampoco se agusanaba.



Por si todo esto fuera poco sorprendente, Moisés ordenó que guardaran un gomer de maná para que los descendientes de Israel vieran lo que sus padres habían comido en el desierto y, por supuesto, este maná tampoco se agusanó durante toda una generación (Ex. 16:32-33).



Estas particularidades del maná mencionado en la Escritura solamente pueden entenderse por medio del poder milagroso del Altísimo.



En el Nuevo Testamento, Jesús se refiere también al maná como un símbolo o tipo de sí mismo. Cuando, en cierta ocasión, sus discípulos sacan a colación que Moisés les dio a comer pan del cielo y le cuestionan acerca de qué señales hacía él para que le creyeran, el Maestro les respondió:



“De cierto, de cierto os digo: No os dio Moisés el pan del cielo, mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo (…) Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás. Mas os he dicho, que aunque me habéis visto, no creéis” (Jn. 6:30-36).



El maná alimentó el cuerpo físico de los hebreos durante un breve período de tiempo, pero Jesús ofreció su vida como alimento definitivo para el ser humano. De ahí que, todavía hoy, se nos siga demandando la fe y que sin ella sea imposible agradar a Dios.

 



[1] Keller, W. 1977, Y la Biblia tenía razón, Omega, Barcelona, p. 132.



[2] Ben-Dov, Yair, 1988, “Manna scale, Trabutina mannipara (Hemprich & Ehrenberg) (Homoptera: Coccoidea: Pseudococcidae)”, Contribution from the Agricultural Research Organization, The Volcani Center, Bet Dagan, Israel. No. 2265‐E.




 [3] Chant, S. R. in Heywood, V. H. (ed.). 1978. Flowering plants of the world, Oxford University press, p.109-110.





[4] Hosni, H.A. 2000. Tamaricaceae in the flora of Egypt. Taeckholmia 20(1): 17-31.



[5] Lecanora esculenta (Pall.) Eversm., Nova Acta Academiae Caesareae Leopoldino-Carolinae Germanicae Naturae Curiosorum 15: 356 (1831) [MB#122442]





[6] Meikle, R.D. 1977, Flora of Cyprus, Vol. 1. The Bentham-Moxon Trust, R.B.G. Kew.





[7] Wallander, 2008, Systematics of Fraxinus (Oleaceae) and evolution of dioecy. Pl. Syst. Evol. 273(1–2): 25–49.





 

 


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COMENTARIOS

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Galo
25/09/2020
14:15 h
1
 
Todos los milagros del Éxodo se pueden explicar. Las codornices son aves que emigran a ambos lados del Mediterráneo más de una vez al año; el Mara es un tipo de lago salado sito cerca del actual canal de Suez, que se puede endulzar con la rama de un árbol, mientras que la separación del mar, que ocurrió cerca de ahí, se puede explicar mediante el fenómeno de las mareas y la cercanía del Mar Rojo con el mencionado Mediterráneo
 



 
 
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