Lutero siguió el curso de los acontecimientos en los que se hallaba inmerso y la forma en que los diversos temas doctrinales exigían respuestas en medio del debate eclesial que urgía cada vez más una determinación sobre su destino como clérigo y profesor de teología.
El sacramento no es propiedad de los sacerdotes sino de todos. Los sacerdotes no son amos sino siervos (ministri). Deben dar ambas especies a los que las piden y cuantas veces las pidieran. Si arrebatan a los laicos este derecho y se lo niegan por fuerza son tiranos. Los laicos están libres de culpa si carecen de una especie o de ambas. Con tal de que mientras tanto conserven la fe y el deseo de recibir el sacramento íntegro. Los mismos ministros deben dar el bautismo y la absolución a quien los pida, puesto que tiene derecho a ello. Si no lo dan, el solicitante tiene pleno mérito por su fe. Y ellos mismos serán acusados ante Cristo como siervos inútiles.1
M.L., “La cautividad babilónica de la iglesia”
El capítulo 13 de la obra del profesor anglicano James Atkinson (1914-2011), Lutero y el nacimiento del protestantismo (1971; original en inglés: 1968) está dedicado a los escritos de Lutero. Allí pasa revista a sus producciones y define las características de su arte escritural, subrayando la prolijidad de su pluma y la evolución de sus trabajos:
Lutero no era solamente un escritor portentoso, sino que escribía con una rapidez, eficacia y colorido que quizá nunca hayan sido superados. Escribió casi un centenar de grandes volúmenes, conteniendo cada uno varias obras importantes. Produjo, por término medio, durante el resto de su vida, un libro quincenal, lo cual es más considerable cuando se recuerda que antes de empezar a escribir tenía casi cuarenta años y su salud estaba arruinada por estúpidas disciplinas monásticas. Ya fuese en alemán o en latín, escribía con un estilo fácil y fluido, lleno de humor y de verdades sencillas, de poesía y simplicidad. Escribía siempre directamente. Su fuerza residía en que él sentía que tenía algo de Dios que decir, y se sentía llamado a decirlo. No había nada melifluo en él.2
La obra completa, en edición crítica, de Lutero (D. Martin Luthers Werke: kritische Gesammtausgabe, también conocida como edición de Weimar) abarca nada menos que 121 volúmenes. Comenzó a reunirse en 1883 y terminó de completarse en 2009. Incluye tratados, sermones, comentarios, cartas y otros documentos.3 Atkinson amplía el panorama temático de lo escrito por él: textos espirituales, artículos sobre la oración, los sacramentos, la confesión y la excomunión. A su regreso de Leipzig, en 1519, escribió a petición de Georg Spalatino un librito de consuelo espiritual para el príncipe elector, Los catorce, quien se sintió muy confortado y le solicitó un libro de sermones, Las apostillas.
De 1520 destaca especialmente su libro Sobre las buenas obras, no muy valorado porque no se clasifica junto a los tres más famosos, porque en ese documento Lutero “quitó la distinción entre lo llamado sagrado y lo secular, característica propia de la religión antigua y clásica, así como medieval”.4 De mayo de ese año es El Pontificado de Roma, en donde demostraba que la Iglesia no debía identificarse con la institución en que la había convertido Roma, sino que debía ser concebida como la congregación de los hombres de fe que son llamados por Dios y escuchan Su Palabra”.5
En camino hacia la explosión de los tres textos reformistas, Atkinson muestra cómo lo hecho por Lutero siguió el curso de los acontecimientos en los que se hallaba inmerso y la forma en que los diversos temas doctrinales exigían respuestas en medio del debate eclesial que urgía cada vez más una determinación sobre su destino como clérigo y profesor de teología. Todo ello sometido a los vaivenes políticos ocasionados por la futura elección del emperador. La intención de librar a su país del dominio de Roma era muy evidente en todo lo que escribiría a partir de entonces, y especialmente en el primero de los documentos programáticos, conocidos después como Die Reformationsschriften (Escritos de la Reforma).
Por otro lado, el jesuita Ricardo García-Villoslada (1900-1991, autor de una Historia de la Iglesia en España, 7 tomos, de una biografía de Ignacio de Loyola, de Loyola y Erasmo, Causas y factores históricos de la ruptura protestante, Lutero visto por los historiadores católicos del siglo XX, Raíces históricas del luteranismo, así como del poemario En trance de renacer) se ocupa, en el cap. 15 de su monumental Martín Lutero: el fraile hambriento de Dios, de los entretelones estilísticos de los grandes documentos de 1520, anunciándolo así: “Hemos llegado en nuestra narración al año 1520, año decisivo para Lutero y aun para toda la cristiandad. El fraile agustino repudia a la Iglesia romana, ‘Babilonia del Apocalipsis’, y en las alturas de Roma se fraguan los rayos de la excomunión”.6 Eck, su rival en Leipzig, atizó el fuego con sus opiniones para acelerar la defenestración total de Lutero, a principios de 1520. Mientras tanto, en la mente de éste se incubaba la rebelión abierta contra el pontificado romano. El 7 de junio le dijo a Spalatino: “Lanzaré una invectiva contra el asno de [Fr. Agustín] Alfeld, sin olvidar al pontífice romano… Hay que revelar por fin los misterios del anticristo”.7
Al mismo tiempo, Ulrico de Hutten (1488-1523), poeta y caballero, humanista revolucionario, le ofreció su apoyo para encabezar una revolución, que debería ser mucho más que un movimiento religioso para ser una auténtica rebelión nacionalista: “Hay que libertar a Alemania de la tiranía sacerdotal y frailesca, de los tributos fiscales y otros servicios impuestos por la curia romana, de la prepotencia de ciertos príncipes eclesiásticos y seculares: tal era el pregón de reforma lanzado por Hutten. Lutero puede ser un instrumento eficacísimo. Hay, pues, que ayudarle litteris et armis”.8
Hutten fue, entonces, una doble influencia sobre el monje agustino. Por una parte, en el aspecto ideológico y, por la otra, en el estilo, especialmente por su Triada romana, un diálogo satírico ambientado en la ciudad eterna. La metáfora de las tres cosas abunda en él, “acremente comentadas por los dos interlocutores, que al final estallan en violentos apóstrofes contra los romanos, porque perciben dinero de los alemanes para mantener, a costa de éstos, sus caballos, sus perros, sus mulos, sus queridas y queridos”.9 Lutero se dejó influir por este espíritu incendiario al momento de imaginar un ataque radical contra los tres muros o baluartes con que se escudaba el pontífice de Roma.
Algo en común había entre Hutten y Lutero, por lo menos, literariamente, subraya García-Villoslada. La suerte del segundo estaba echada y los acentos satíricos del bardo nacionalista (sobre todo mediante el poema Klage und Vermahnung, “Queja y amonestación contra la potencia excesiva, anticristiana, del papa de Roma…”, de abril de 1520) comenzarían a resonar en las diatribas del reformador. El análisis del profesor español es concienzudo y crítico:
El fraile se dejó contagiar de aquellos sentimientos patrióticos, no sólo porque en su pecho latía un corazón de hirviente sangre teutónica, sino también por conveniencia, porque, si la nobleza germánica se levantaba contra Roma, se aseguraba el triunfo del programa religioso por él propugnado. Y así vemos que aquel que en los orígenes de su revolución proclamaba la libertad del cristiano y alardeaba de no querer más que la religión del espíritu en una Iglesia ideal, sin jerarquías, ni autoridades, ni leyes puramente humanas, en estas horas críticas se aproxima a las instancias hutterianas, llamando a los nobles germánicos a intervenir en la reforma o transformación de la iglesia, lo cual equivalía a sojuzgar a la misma Iglesia, poniendo a los cristianos bajo el despotismo arbitrario de las autoridades laicas. De Hutten aprendió Lutero, aunque con repugnancia a postular la Reforma efectiva a la potestad de los príncipes y señores temporales.10
Estaba preparado, pues, el camino para la aparición de los documentos mayores, los escritos fundadores de la Reforma luterana.
*
Quien esto escribe recuerda con nostalgia cuando, en 1991, recibió como obsequio de su tocayo y colega el Pbro. Leopoldo López Mistega (fallecido en mayo de 2017), el pequeño volumen Humanismo y Reforma, del escritor sueco Carl Grimberg (1875-1941), núm. 20 de la colección Historia universal, que se vendía en puestos de periódicos como parte de una promoción de la popular revista Tele-Guía. En 64 pp. presenta un panorama de la Reforma protestante desde el humanismo al norte de los Alpes hasta lo sucedido en Inglaterra con Enrique VIII. El resumen sobre Hutten es interesante: “A Von Hutten le sedujo la fuerte personalidad de Lutero, pero la obra del reformador la atraía sólo por sus aspectos externos, su lucha contra Roma y sus tendencias revolucionarias, en cambio, la teología luterana y la doctrina de la gracia, núcleo del programa reformado, no le interesaban” (p. 16).
1 M. Lutero, en Humberto Martínez, pról., sel. y notas, Escritos reformistas de 1520. México, Secretaría de Educación Pública, 1988 (Cien del mundo), p. 128.
2 J. Atkinson, Lutero y el nacimiento del protestantismo. Madrid, Alianza Editorial, 1971 (Libro de bolsillo, 315), pp. 205-206.
3 Véase el sitio web adonde se encuentran varias ediciones accesibles. Cf. una relación de las obras del reformador aquí.
6 R. García-Villoslada, Martín Lutero. I. El fraile hambriento de Dios. 2ª ed. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1976 (BAC Maior, 3), p. 453.
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