El Dalái Lama

Mi proselitista de cabecera sabía al dedillo todo lo relacionado con el modo de alcanzar la vida eterna. Él gozaba anticipadamente de las glorias venideras que viviría junto a su Señor. Su modélica conversión la relataba hasta la extenuación, presentándose como ejemplo para sus adoctrinados.

No creía que yo pudiese imitarle en ese goce tan excelso, ya que pasar por su experiencia era algo exclusivo que solo compartía con unos cuantos escogidos.

El caso es que, por más que seguía sus indicaciones, no conseguía experimentar esa suficiencia de la que él hacía gala. Arrogarme la condición de ser redimido era algo que no me entraba, es como decirle al Hacedor lo que tenía que hacer, para decir después que lo había hecho.

Vale, podía hacer la conversión de la regla de tres y creer que si la Biblia dice “cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo”, podría decir de mí que ya lo era por el mero hecho de creer. Pero, ¿qué era creer?

Llegué a un punto de cierta desesperación, dejado a solas ante una extraña divinidad, negociando por mi alma con menos habilidad que mi mentor.

Aprovechando un viaje que hice por la India, me acerqué a Dharamsala donde reside el actual Dalái Lama, con la intención de pedirle consejo sobre este asunto. 

―El verdadero conflicto en el que estás no lo sabes ver.

― ¿Más conflictos?

―Te han sometido a un falso dilema. Nadie se salva amando su vida, y parece que te han conducido a ello, sino disponiendo perderla. Cuando se salva a alguien de ahogarse en el fiero mar, para ser ayudado, previamente ha de aceptar perder la vida dejando de agitarse. Tu misma religión lo dice: “Todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará”. Dedícate a vivir sin ansiedad, con naturalidad, sin inquietud, tu tiempo llegará, pero sobre todo no cometas el error de decir que eres lo que no eres.

Aquel viaje fue iniciático y propició mi transformación espiritual, de tal manera que me desaparecieron los quebraderos de cabeza derivados de la teología chapucera de mi proselitista de cabecera.