Son famosos en el ámbito culinario ya que sus hojas desprenden aromas que mejoran el sabor de diversos platos.
Vi yo al impío sumamente enaltecido,
y que se extendía como laurel verde.(Sal. 37:35)
La palabra hebrea que aparece en este versículo del salmo 37 como “laurel”, se ha traducido de diferente manera en las distintas versiones bíblicas en castellano.
Unas veces aparece como “cedro” (NVI, CST, BLP, BLPH, RVA-2015, RVR1977); otras como “árbol frondoso” (LBLA, NTV, DHH, NBLA, TLA) y también como “laurel verde” (PDT, RVC, RVR1960, RVR1995, RVA, SRV-BRG).
En realidad, el término hebreo no permite especificar una especie concreta de árbol ya que se trata de un concepto genérico que podría traducirse por un “árbol verde en su suelo nativo”.
No obstante, como el laurel figura en numerosas versiones y el cedro ya fue tratado, se analizará el primero ya que también está presente en Israel, sobre todo en Galilea, al noroeste del lago de Tiberíades.
El laurel (Laurus nobilis) es un arbusto o árbol de hoja perenne perteneciente a la familia de las Lauráceas, a la que le da el nombre.
Esta familia comprende unas mil especies leñosas, propias de las regiones cálidas. Los laureles suelen alcanzar de 5 a 10 metros de altura y habitar en las costas del Mediterráneo.
Son famosos en el ámbito culinario ya que sus hojas desprenden aromas que mejoran el sabor de diversos platos, como sopas, legumbres, guisos y estofados, así como carnes, pescados, mariscos y vegetales.
Si se toma en poca cantidad, una o dos hojas, es un buen tónico estomacal ya que favorece la formación de jugos gástricos, pero no hay que olvidar que se trata de una planta tóxica que, si se consume en gran cantidad, puede causar trastornos intestinales ya que los brotes tiernos contienen un precursor del cianuro.
Sus hojas son lanceoladas, de color verde oscuro, casi azuladas y algo más claras en el envés.
El laurel tiene dos sexos: los árboles masculinos generan flores con 8 a 12 estambres, mientras que en los femeninos las flores presentan un ovario con el estilo corto.
Los frutos son bayas ovoides de hasta 15 mm y negras cuando están suficientemente maduras, a principios del otoño.
En la Edad Antigua solían coronar con laurel a todos los emperadores de Roma, a los vencedores de las batallas y a los nobles (de ahí el epíteto de nobilis) ya que era una planta consagrada al dios Apolo que simbolizaba la victoria y también la paz, como el olivo.
Etimológicamente, del término “laurel” derivan los vocablos “laureado” y “bachiller”. Este último proviene del latín baccalaureatus que significa que “ha recibido los laureles de su título académico”.
Muchos escritores y poetas se han referido al laurel a lo largo de la historia, con el fin de simbolizar su belleza. Por ejemplo, el escritor y poeta murciano del siglo XIX, José Selgas, escribió el siguiente poema:
Naciendo la mañana, alzábase pomposo
Con noble gentileza magnífico laurel;
Y dicen que la aurora, al verlo tan hermoso
Suspiró de contento, y enamoróse de él. .
De la misma manera, el gran predicador protestante, Carlos Spurgeon, comentando el salmo 37, manifestó:
“Y que se extendía como laurel verde. Esto es, creciendo sin cesar, extendiéndose y ramificándose; añadiendo casa tras casa y campo tras campo a su hacienda y fortuna; escalando puestos de poder, arriba y más arriba en el aparato del Estado. Daba la impresión que sus éxitos eran continuos y perennes; siempre verde cual las hojas del laurel, afianzando sus raíces en el suelo de su tierra natal, de la que nunca había sido trasplantado. En realidad, el texto original no menciona ningún árbol en particular, sino que dice simplemente “planta nativa” o propia de la tierra; por lo que un cedro, un roble o un haya servirían igualmente para la ilustración. Con todo, el sentido es que se trata de algo terrenal cuyas raíces están en el barro; cuyos laureles y honores son hojas marchitas, pues a pesar de que su sombra empequeñece y hace parecer enanas a las demás plantas que languidecen debajo suyo, también él mismo es frágil, mortal y perecedero, como el hacha del leñador demostrará en su momento. En la figura de este árbol noble, que se presenta y proclama a si mismo como rey del bosque, contemplamos la grandeza de los impíos en el momento actual; pero aguardemos unos instantes y veremos el cambio súbito, cuando su tronco abatido sea arrastrado por los suelos y hasta la última de sus raíces arrancada de cuajo.”[1].
[1] Spurgeon, C. H. 2015, El Tesoro de David, CLIE, Viladecavalls, Barcelona, p. 945.
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