“Disfruta tu vida de oración”, de Michael Reeves

Un fragmento de “Disfruta tu vida de oración”, de Michael Reeves (Andamio editorial, 2014). Puede saber más sobre el libro aquí.

Si la oración es comunión con Dios, entonces puede manifestarse de formas muy distintas. Tenemos diversas formas de conversar con nuestra familia y amigos: desde mensajes de texto o emails, hasta esas charlas tarde por la noche. Del mismo modo, no tenemos que intentar “encajar” a Dios en nuestro día a día, es decir, no tenemos que ver nuestra vida de oración como algo separado del resto de nuestra vida. De hecho, el problema comienza precisamente cuando piensas que tu vida de oración es algo separado. No, para el Hijo todo fluye de su comunión con su Padre; y para nosotros debería ser lo mismo. Cuando sabes que tu día a día pertenece completamente a Dios y que estamos en comunión con él continuamente, entonces la oración permea todo el día de una forma natural. De repente comienzas a orar más a lo largo del día, sin sentir la necesidad de ser súper espiritual y estar concentrado todo el tiempo.

En mi caso, a menudo no me queda muy claro cuándo estoy orando o cuándo trabajando, pues ambas ocurren al mismo tiempo. Incluso en los momentos en los que únicamente estoy orando, casi cada día el Señor responde alguna oración de forma inmediata —dándome sabiduría o guía— y antes de poder seguir orando tengo que anotarlo o reaccionar de algún modo. Tenemos comunión con Dios en todo momento. Sin embargo, hay que recordar que las relaciones solo crecen cuando cada parte ofrece a la otra tiempo de calidad. Aquí os dejo una consideración que espero que os ayude a mejorar vuestro tiempo de oración. Cuando por nuestra naturaleza vemos la oración como una actividad abstracta, una tarea que hay que hacer, la tendencia es centrarnos en la oración como una actividad más, lo que la convierte en algo aburrido. En lugar de hacer esto, céntrate en aquel a quien estás orando. Recordar ante quién te estás presentando es de gran ayuda para no distraerte y cambia nuestra forma de orar. Eso es justo lo que ocurre en los Salmos: los salmistas constantemente interrumpían sus peticiones para hablar de la fidelidad y la bondad del Señor. Nosotros deberíamos hacer lo mismo. Cuando nos centramos en él continuamente, de forma natural nuestra oración es más sentida y vigorosa.

La oración es disfrutar de que el Padre es realmente nuestro Padre. Pero, ¿qué significa exactamente que Dios es Padre? En primer lugar, significa que por la eternidad está engendrando a su Hijo. Es decir, nunca deja de dar vida y colmar de amor a su Hijo. Así que, como Padre que es, él es la fuente de toda vida, amor y bendición. ¿Y qué significa ser el Hijo? Por la eternidad, el Hijo se caracteriza porque recibe del Padre. Ahora, si esa es la relación a la que hemos sido incorporados, entonces adorar al Padre tal y como Jesús hizo, pedirle al Padre como Jesús hizo y depender del Padre como Jesús hizo van a convertirse en elementos esenciales de nuestra comunión con él. Cuando le damos las gracias y le alabamos estamos reconociendo su bondad y grandeza, que él es bueno y que todo lo bueno viene de él. Cuando le pedimos cualquier cosa ponemos en práctica nuestra creencia de que él realmente es la fuente de todo lo bueno y que sin él no podemos hacer nada bueno de verdad.

Si Dios fuera una única persona, una persona independiente, la independencia sería un rasgo del carácter divino. Para ser como él, tendríamos que ser independientes. Pero como el Hijo siempre depende del Padre, esa dependencia es la esencia del carácter cristiano. Ser cristiano significa, ante todo, recibir, pedir y depender. Cuando no sientes esa necesidad (y por consiguiente no oras demasiado) pierdes el sentido de la realidad y piensas o actúas de forma poco cristiana. De hecho, a medida que creces como cristiano, en vez de sentirte más autosuficiente deberías sentirte más dependiente. Si esa no es tu experiencia, no estoy seguro de que estés creciendo espiritualmente. Pero si realmente sientes la necesidad de depender de Dios, la oración surgirá de forma natural.

Por lo tanto, orar es disfrutar del cuidado de un Padre poderoso, lo opuesto a encontrarse en una soledad aterradora donde todo depende de uno mismo. La oración es la antítesis de la autosuficiencia. Es decir “no” a la independencia y a la ambición personal. Es el ejercicio de la fe: aceptar que necesitas a Dios y que necesitas recibir de él. Teniendo esto en mente, en vez de andar tras el ídolo de nuestra propia productividad, seamos hijos dependientes y dejemos que las cosas que tenemos que hacer, en vez de apartarnos de la oración, nos lleven a ella. Al igual que el Hijo, solo entonces podremos ser fructíferos.