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“AMLO y la religión: el estado laico bajo amenaza”, de B. Barranco y R. Blancarte (III)

Para Barranco el mayor error que puede cometer AMLO en esta materia “es pretender convertir a las diversas asociaciones religiosas en iglesias de Estado”.

GINEBRA VIVA AUTOR 79/Leopoldo_CervantesOrtiz 24 DE ENERO DE 2020 10:00 h
Bernardo Barranco.

La entrega que [AMLO] ofreció al pueblo de México es total. Se ha dicho que es un protestante disfrazado Es un auténtico hijo laico de Dios y un servidor de la patria. Sigámoslo y cuidémoslo todos (AMLO y la religión, pp. 133-134).



Porfirio Muñoz Ledo, presidente de la Cámara de Diputados



 



La segunda parte del libro AMLO y la irrupción política de las iglesias (pp. 91-202), incluye la colaboración del sociólogo y periodista Bernardo Barranco, conductor del programa televisivo Sacro y profano”, que consta de seis secciones. En la introducción se refiere la importancia de la laicidad como un “régimen de libertades que en México hemos construido a jaloneos” y que “ha otorgado a la nación estabilidad frente a los afanes e intereses de los más diversos actores políticos y religiosos”. Advierte que su trabajo no ataca la llamada “4T” (o “cuarta transformación”, que es como ha denominado el presidente López Obrador a su sexenio, como supuesta continuidad de las tres transformaciones iniciales del país) sino que es una defensa del Estado laico, el cual se encuentra ante el riesgo de “exponer de más el espacio público a segmentos fundamentalistas de algunos evangélicos y a las posturas de católicos intransigentes con sed de revancha” (p. 93). Asimismo, señala que las posibles modificaciones al Estado bajo este régimen es algo que podría lamentarse si se lleva a cabo. También destaca la inesperada y sólida preponderancia que, desde la campaña electoral de 2018, han tenido los grupos evangélicos como nunca antes en la historia reciente de México, además de que la iglesia católica “ve perder sus ancestrales privilegios y reacciona con discrepancia en agendas que podrían convertirse en confrontaciones abiertas con la 4T”. Todo ello va acompañado de otras circunstancias cuestionables como la distribución de la Cartilla moral de Alfonso Reyes y el protagonismo excesivo de algunos líderes religiosos y políticos ligados a AMLO y a su proyecto, entre varios elementos más. La introducción concluye con un planteamiento inquietante: “Más que pensar en la moralización de la sociedad y en la participación de las iglesias en programas sociales, creo que la cuestión de fondo es otra, y recorre todo el texto: ¿cómo colaboran las iglesias en la construcción de una democracia madura e incluyente?”.



Para Barranco el mayor error que puede cometer AMLO en esta materia “es pretender convertir a las diversas asociaciones religiosas en iglesias de Estado” (p. 95). Y a fin de mostrar la problemática surgida de esta tendencia, expone en la primera sección (“Transformaciones de lo sagrado: debacle católica e irrupción política de los evangélicos pentecostales”) un tema sobre el que ha vuelto muchas veces: el derrumbe católico en América Latina y en México durante los últimos 50 años, lo que ha producido una serie de rápidas transformaciones del rostro religioso de la región. Como buen conocedor del catolicismo, enumera hasta 11 factores de la crisis de la Iglesia católica que han contribuido a este derrumbe religioso, desde los escándalos ocasionados por la pederastia hasta la “paganización de lo católico”, sin olvidar hacer una nueva crítica a algunos jerarcas como Norberto Rivera, a quien mira como un “miembro de la clase política embelesado por los símbolos y códigos del poder” (p. 99). El aumento de fieles evangélicos ha conllevado un aumento inevitable de su presencia en los espacios socio-políticos, como nunca antes. La forma en que esto ha sucedido tiene un nombre: estamos ante la “irrupción pentecostal” en la política latinoamericana, un creciente fenómeno de visibilización de los sectores cristianos no católicos que consideran que ha llegado su tiempo para influir de manera determinante en el destino de los diferentes países.



El crecimiento de la presencia evangélica en América Latina alcanza ya el 25% de la población, con regiones en donde es mayor como Centroamérica. Esa realidad obliga a replantear estrategias desde la arena política, lo que ha estado sucediendo en mayor o menor medida en Brasil, principalmente, pero también en otros países. Las características actuales de las iglesias evangélicas que antes no estuvieron interesadas en la política las ha llevado a colocarse en esa trinchera gracias a algunos elementos ideológicos tan cuestionables como la llamada “teología de la prosperidad”, el uso del marketing y una fuerte actividad en los medios electrónicos de comunicación. Barranco se sirve de una tabla para mostrar la existencia de partidos filo-evangélicos en todo el subcontinente. El caso de México (con 6.3 de evangélicos), con un nuevo mosaico religioso, confirma el descenso del catolicismo y, a la vez, la conformación de nuevos sectores activos, como lo ha mostrado el censo de 2010. Esto lleva al autor a referirse a “la falacia del voto religioso” mediante la descripción de lo acontecido con la alianza que llevó al poder a AMLO, en la que participó el evangélico Partido Encuentro Social (PES), como una auténtica “presencia extraña” en el conjunto de fuerzas pretendidamente izquierdistas que lo lanzaron como candidato presidencial. Al interior de esta coalición hubo irritación por la negociación que permitió que este partido tuviera un lugar tan relevante al momento de las elecciones de julio de 2018. Paradójicamente, y para alivio de muchos críticos, el PES perdió su registro electoral, aun cuando obtuvo un buen número de diputados y senadores. Este hecho soporta el argumento de que el voto arrollador por López Obrador no obedeció tanto a la filiación religiosa como al hartazgo hacia el régimen anterior expresado en las urnas, el cual estuvo presente en todas las confesiones e incluso en los sectores irreligiosos.



Lo anterior puso en tela de juicio la efectividad del liderazgo del PES y la amplia pluralidad que permitió que AMLO accediera al poder, quien como candidato comenzó a multiplicar las alusiones religiosas y bíblicas de un modo desmedido: “El candidato parecía en ocasiones un pastor misionero, cuya prédica era un relato simple y contundente: canalizar el hartazgo del pueblo. Por ello, su discurso consistía en prometer moralizar la vida pública del país recurriendo al poder de Estado con la sapiencia religiosa contenida en los libros sagrados” (p. 114, énfasis agregado). Ésa es la razón por la que AMLO se pareció a Bolsonaro en Brasil, al costarricense F. Alvarado y hasta al guatemalteco Jimmy Morales: un “candidato de Dios” presentándose a sí mismo “al clásico estilo evangélico” (Ídem). Detrás de la alianza política estaba, como en esos países, el eventual avance de las agendas derechistas encarnadas en el discurso conservador del PES, que trató muy mal de disimular Hugo Éric Flores, su dirigente más visible, aun cuando la alianza ideológica no fue tan evidente antes de los comicios. La irrupción política de los evangélicos no podía significar otra cosa que el ascenso de agendas religiosas intransigentes y una nueva forma de “reconfesionalización de la clase política” (p. 115). Al pretender sumar a las iglesias a la moralización del país, AMLO se ha acercado al riesgo de reconfigurar la laicidad del Estado mexicano, esté consciente o no de los alcances que esto podría tener.



En ¿AMLO: homo religiosus o animal político?, Barranco se acerca a una innegable realidad: “Las creencias religiosas del presidente se han vuelto una cuestión de Estado” (p. 119), es decir, algo que en los sexenios recientes no era un asunto tan relevante para la marcha del país. Ahora, con la forma tan aguerrida en que el presidente ha optado por darle tan amplio lugar a la religión, se discute (hasta frívolamente) si es evangélico o católico, un tema que debería estar en un plano muchísimo menor, especialmente ante la abierta ambigüedad con que se ha comportado al respecto, mandando señales en uno u otro sentido. Sus frecuentes citas de la Biblia y la recurrente incorporación de símbolos religiosos en su discurso producen mucha desazón. De ahí que se haya tenido que servir de una especie de “vocero religioso” (o “capellán”, como lo han llamado algunos) para atemperar y clarificar, si fuera posible, ese caudal irrefrenable que lo llevó a una forma de “sacralización” de su candidatura (p. 122), mediante la cual quiso imponer algo así como un fetichismo alrededor de su persona. Ese mesianismo de naturaleza mística no ha dejado de percibirse negativamente y ha servido para explicar muchas de sus expresiones relacionadas, por ejemplo, con el “bienestar del alma” o la necesidad de que este régimen garantice la “felicidad” de la población.



Estamos, pues, delante de una auténtica “sacralización secular” de los políticos en el poder (p. 126), la que hace ver a AMLO como un verdadero “elegido” que ha sido llamado para sanear la vida completa de México. Con ello se reciclaron, en opinión de Barranco, los rasgos más fastuosos y simbólicos del presidencialismo mexicano de otras épocas, en las que el ocupante del mando máximo era visto como un semidiós capaz de ejercer un poder irrestricto y absolutamente aceptado, además de venerado. La exaltación casi religiosa de la figura presidencial retomó su curso y se convirtió en una impostura más que se ha sumado a la de otros candidatos y actores políticos en los años recientes (p. 128).



La simbología religiosa manejada por López Obrador desde su toma de protesta ha llegado a límites inaceptables en otros momentos similares en gobiernos pasados: recibió el bastón de mando de representantes indígenas en una ceremonia de corte animista, hincándose ante ellos en señal de reconocimiento de su autoridad. La repetición de símbolos sagrados se ha opuesto frontalmente a la necesaria “religión civil” que la teoría política ha propuesto como sucedáneo de las antiguas ceremonias. Entendiéndose a sí mismo como “hombre-nación” (p. 131), ha ligado lo religioso a lo político de manera altamente preocupante. Y lo mismo vale para el ejercicio de la tarea presidencial: AMLO parece ser el todopoderoso cuya misión es sanar las heridas del pueblo y brindarle una salvación mediada por la moralización suficiente para acabar con la corrupción acumulada durante décadas: “Ahí simbólicamente se pretende constituir el arca de la alianza, nueva y eterna, que guarda los designios sagrados y la alianza privilegiada de Dios con su pueblo” (p. 132).



Desde estos antecedentes y con esta perspectiva, el autor acomete, en las siguientes secciones algunos de los temas que causan mayor polémica, como son: la concesión de medios electrónicos a las iglesias evangélicas, el debate sobre la distribución de la Cartilla moral, la rebeldía de algunos grupos evangélicos ante la posible manipulación de que puedan ser objeto y, finalmente, la disyuntiva de las iglesias: ¿forjar una moral restauradora o contribuir para formar una democracia plena? De estos últimos aspectos nos ocuparemos en la próxima entrega, pues representan situaciones muy concretas en las que los ámbitos político y religioso se entrecruzan como pocas veces antes en la historia reciente del país, tan agobiado por la violencia, la inseguridad y la corrupción en todos los niveles sociales.


 

 


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COMENTARIOS

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Galo Nómez Galo Esteban
25/01/2020
03:46 h
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Ja. Con Trump, Bolsonaro o Jimmy Morales estaba bien que los evangélicos participaran en política e impusieran una agenda «cristiana» aún cuando estuviera reñida con los aspectos más democráticos. Pero con la llegada de un presidente de distinto signo ideológico, hay que proteger a toda costa el laicismo. Escribas y fariseos hipócritas
 



 
 
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