En tiempos del Nuevo Testamento, la simbología de la granada adopta connotaciones de soberanía y poder político.
La vid está seca, y pereció la higuera; el granado también, la palmera y el manzano; todos los árboles del campo se secaron, por lo cual se extinguió el gozo de los hijos de los hombres. (Joel 1:12)
Los granados (Punica granatum) son pequeños árboles frutales caducifolios pertenecientes a la familia botánica Lythraceae, cuyos frutos, muy abundantes en Tierra Santa y Oriente, son las famosas granadas.
El nombre de estos frutos viene del latín malum granatum, que significa “manzana con abundantes granos”. Todavía, en algunas regiones de Italia, se les llama así a las granadas, pomi granati, por los muchos granos que contienen.
El nombre científico del género, Punica, que estableció Linné, se refiere en cambio a una antigua región africana que comprendía Cartago en Túnez y que se llamaba precisamente, Púnica. Era una zona donde abundaban los granados.
En algunas tumbas egipcias, fechadas en 2500 años antes de Cristo, se han encontrado restos de granadas. En Siria, los granados estaban dedicados a la diosa Rimmel, mientras que en Grecia se consagraban a Afrodita.
Tales frutos fueron tomados como modelos en la ornamentación realizada por los judíos y otros pueblos. Figuraban sobre todo en el templo y en las vestiduras de algunos religiosos.
De la misma manera, algunas poblaciones de Israel fueron denominadas también como lugares de granados (tales como Rimón, Jos. 15:32; Gat-Rimón, Jos. 21:25; En-Rimón, Neh. 11:29; etc.). Esto indica que los granados eran muy populares y estaban bien representados por todo el territorio palestino.
El término hebreo rimmón, רִמּוֹן (en griego, rhoá, ῥοά y en latín, malum punicum o malum granatum), que designa tanto al árbol del granado como a sus frutos las granadas, aparece frecuentemente en los escritos más antiguos de la Biblia.
Las narraciones sobre la estancia de los israelitas en Egipto están repletas de alusiones a las granadas ya que en el delta del Nilo abundaban estos árboles silvestres y los hebreos, esclavizados por los egipcios, consumían tales frutos como fuente gratuita de recursos energéticos.
Sin embargo, más tarde, durante su peregrinación por el desierto, los hebreos se quejan a Moisés con estas palabras:
“¿Y por qué nos has hecho subir de Egipto, para traernos a este mal lugar? No es lugar de sementera, de higueras, de viñas ni de granadas; ni aun de agua para beber” (Nm. 20:5).
Lo cual refleja la añoranza que sentían por las abundantes granadas y demás frutales que consumían en Egipto.
En el libro de los Números se explica también que los exploradores enviados por Moisés a la Tierra Prometida de Canaán recolectaron granadas como prueba de la fertilidad de dicho país y que, por tanto, tales frutos así como también las vides y las higueras eran abundantes en aquella región (Nm. 13:23; Dt. 8:8; 1 S. 14:2; Jl. 1:12).
En tiempos de la monarquía de Israel, los granados representaban la estabilidad y la paz que imperaba en el reino. En las descripciones que se ofrecen del templo de Salomón, las granadas como motivos ornamentales aparecen frecuentemente.
Centenares de estos frutos coronaban la parte alta de los capiteles, en las columnas del templo (1 R. 7:18, 20, 42; 2 Cr. 3:16; 4:13; Jer. 52:22).
Se representaban en la orla de la vestidura del sumo sacerdote, alternándolas con campanillas de oro (Ex. 28:33-34; 39:24-26). Incluso se podían usar como ofrenda a Dios, cuando había que pagar el diezmo a las autoridades religiosas.
Por ejemplo, a los levitas dedicados al servicio del templo había que darles la décima parte del trigo, del vino, del aceite, de las granadas y de otros frutos, tal como puede leerse en el libro apócrifo de Tobías (1:7).
Los hebreos relacionaban la granada con la fecundidad, de ahí que fuese un regalo frecuente realizado sobre todo a las parejas que contraían matrimonio.
Sus numerosas semillas representaban la descendencia de la familia y la continuidad de las tradiciones judías. El amado del Cantar de los Cantares le dice a la amada que sus mejillas “parecen dos mitades de granada” (Cnt. 4:3), jugando así con la simbología de fecundidad y erotismo que poseía este singular fruto.
Las flores del granado son pequeñas pero de un intenso rojo oscuro que contrasta con las verdes hojas y desprenden un exquisito aroma que impregna el ambiente (Cnt. 6:11; 7:12).
Aunque los granados crecen silvestres en las regiones mediterráneas, es posible que los hebreos los cultivasen formando jardines o huertos ordenados (Cnt. 4:13). A partir de su jugo se elaboraba un vino aromático muy apreciado (Cnt. 8:2).
En tiempos del Nuevo Testamento, la simbología de la granada adopta connotaciones de soberanía y poder político.
Durante la época en que los romanos todavía permitían acuñar monedas sin la imagen del emperador, ya que esto escandalizaba a los judíos, Herodes el Grande puso en circulación una moneda, tres años antes del nacimiento de Cristo, conocida como prutah, que poseía en el anverso una inscripción griega que hacía alusión al rey Herodes, mientras que en el reverso aparecía el dibujo de una granada con la palabra hebrea rimmón, como símbolo del poder monárquico.
Los granos de la granada se consumen frescos, uno a uno, o bien a modo de sorbete, para hacer jarabe de granadina y como ingredientes de ensaladas y otros platos cocinados.
Sus propiedades antioxidantes, así como el contenido de potasio, calcio, magnesio y vitamina C, los hacen ideales para la salud cardiovascular, contra el envejecimiento y la prevención de ciertos tipos de cáncer.
El texto del primer capítulo del libro de Joel, que encabeza esta entrada, es una profecía que se refiere a una desolación causada por la plaga de la langosta.
Dios le dice al profeta que todo quedaría destruido, los vegetales se secarán, los animales no tendrán qué comer y, ni siquiera se podrá ofrecer sacrificios al Altísimo.
Ante tanta desolación, el pueblo es invitado al duelo y al arrepentimiento sincero. El día del Señor es siempre una cuestión compleja en la Biblia que posee dos aspectos bien distintos.
De una parte, el juicio negativo y las tinieblas de afuera. De la otra, el día de la luz y las promesas eternas. La tendencia natural del ser humano es oponerse a todo juicio y romper relaciones con Dios.
Sin embargo, según la Escrituras, cada ser humano será juzgado por sus propios actos y, por lo tanto, estamos necesitados de un buen abogado.
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