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Protestante Digital

 
Leopoldo Cervantes-Ortiz
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Karl Barth y Emil Brunner, clásicos neo-ortodoxos de CUPSA (y la aurora) en español

Los maestros de la teología dialéctica afrontaron y debatieron entre sí el gran dilema de la complicada relación entre esa triada gloriosa: Revelación, Palabra de Dios y Biblia, que tantos dolores de cabeza sigue causando.

GINEBRA VIVA AUTOR Leopoldo Cervantes-Ortiz 12 DE JULIO DE 2019 08:00 h
Emil Brunner y Karl Barth.

I



Ahora que la Casa Unida de Publicaciones, benemérita editorial protestante latinoamericana, llega a los 100 años de vida, es una excelente oportunidad para revalorar sus aportaciones que, con base en su orientación misionera inicial, pero muy propia de las tendencias teológicas y culturales del ámbito cristiano no católico, se establecieron como un referente obligado. Como parte de un proceso planeado por las agencias misioneras que le dieron origen desde una visión bastante unificada de la presencia protestante en el subcontinente, CUPSA surgió como una plataforma de lanzamiento intelectual capaz de confirmar el hecho de que lo estrictamente evangélico (a contracorriente de lo hispano-católico) podía y debía establecerse en nuestros países con una fuerza propia y distintiva. Es innegable, a estas alturas de la evolución del protestantismo latinoamericano, el impacto indeleble con que esta editorial ha contribuido a modificar el rostro del campo religioso, incluso cuando las llamadas “iglesias históricas” ya no son la principal presencia de lo evangélico y a pesar del impulso arrasador de las empresas transnacionales que también en este espacio han venido a imponer sus condiciones y lecturas uniformadoras.



Una de las maneras de celebrar este centésimo aniversario bien vale la pena pasar revista a algunas de las obras que le han dado un realce definitivamente único, algo forjado por la visión de los directivos y editores de sus diferentes épocas, en las que el perfil histórico y teológico nunca se ha perdido, a pesar de los vaivenes en los que se ha visto inmersa. Así, es posible hablar de los años en que, junto con la editorial argentina La Aurora, su hermana gemela, llevaron a grandes alturas las posibilidades de difusión del mejor pensamiento protestante del momento. Desde el escocés “con alma latina” John A. Mackay (1889-1983), los mexicanos Alberto Rembao (1895-1962) y Francisco Estrello (1907-1959), el ítalo-argentino Sante Uberto Barbieri (1902-1991), hasta el puertorriqueño Ángel Mergal (1909-1971), la chilena Laura Jorquera (1880/1892-¿?), el colombiano Aristómeno Porras (Luis D. Salem, 1917-2003), el cubano Cecilio Arrastía (1922-1995) y una pléyade enorme de autores/as que alimentaron, literalmente, el pensamiento y la praxis de las iglesias evangélicas, CUPSA fue el baluarte que, en todos los géneros de la literatura evangélica, se hizo presente invariablemente para no dejar que la ignorancia se apoderase de las comunidades. Todo ello posible en la gloriosa etapa de Gonzalo Báez-Camargo (1899-1983) como alma y espíritu de este esfuerzo mayúsculo (1931-1946). Sin olvidar a Roland Bainton, C.S. Lewis, Susana de Diétrich y a W.A. Visser’t Hooft, con esa rareza de 1955: Rembrandt y la Biblia, o a Toyohiko Kagawa, con sus Cantos de los barrios bajos, de1953. Algunas de esas obras se pueden hoy leer y descargar en el sitio archive.org.



 



Portada del Bosquejo de dogmática de Karl Barth en alemán.

En los años sesenta del siglo pasado, CUPSA le siguió el pulso al Concilio Vaticano II y a las conferencias evangélicas. En los años setenta y ochenta del siglo pasado, este lector agradecido no puede más que mencionar con nostalgia el enorme esfuerzo y valor ideológico del director de entonces, el Rev. José Luis Velazco, quien no dudó mucho en ponerse al lado del latinoamericanismo más combativo y arriesgado, cuando campeaba intensamente la teología de la liberación en todo el mundo. Para ser parte del ámbito evangélico en México, el atrevimiento de estas publicaciones radicó, sobre todo, en destacar los aspectos amplios del despertar teológico del subcontinente. La alianza de CUPSA con Tierra Nueva, brazo editorial del movimiento Iglesia y Sociedad en América Latina (ISAL) representó una auténtica provocación para los gustos de las iglesias evangélicas, aun cuando ello permitió que los estudiantes y pastores “de avanzada” complementaran sus lecturas de autores protestantes publicados por editoriales católicas y de teólogos/as latinoamericanos que comenzaban a proliferar. Así fue posible leer a Zwinglio M. Dias, Jorge Pixley, Jean-Pierre Bastian (sus textos ya clásicos), Carmelo Álvarez, Julia Esquivel y José Cárdenas Pallares (un best-seller indiscutible) y muchos más.



 



II




Dogmática es la ciencia en la cual la Iglesia, según el estado actual de su conocimiento, expone el contenido de su mensaje, críticamente, esto es, midiéndolo por medio de las Sagradas Escrituras y guiándose por sus Escritos Confesionales.



K.B.,Bosquejo de dogmática, I




Entre los grandes nombres de la teología protestante del siglo XX que CUPSA, junto con su aliada argentina dio a conocer entre los lectores/as latinoamericanos, destacan sin duda los de Karl Barth (1886-1968) y Emil Brunner (1899-1966), ambos teólogos reformados suizos, gracias al impulso de Manuel Gutiérrez Marín (El Madroño, Sevilla, 1906-Barcelona, 1988), uno de los mayores autores evangélicos de habla hispana, quien desde la España franquista y gracias a su sólida formación (estudió en Greifswald, Berlín y Halle) y a su indeclinable vocación por divulgar , fue posible que las ideas de estos pensadores llegaran hasta el ámbito evangélico latinoamericano. Este escritor y traductor fue presidente de la Iglesia Evangélica Española (IEE), pastor de la Iglesia Reformada Suiza en Barcelona, y profesor de varias instituciones. Viajó por algunos países hispanoamericanos para ofrecer conferencias y se acercó a estos teólogos para conseguir su anuencia. En su fructífera obra (parte de ella publicada también por CUPSA) destacan los siguientes títulos: La fe que vence (Compendio de doctrina cristiana) (1936), Alberto Durero. Paisajes a la acuarela (1943),Dios ha hablado: El pensamiento dialéctico de Kierkegaard, Brunner y Barth (1950), Epístola a los Gálatas (1952),Vocación y otros poemas (1955), Dogmática evangélica (1958), Fe y acción (Ética cristiana existencial) (1965), Dios aquí y ahora (Bosquejos de apologética cristiana) (1966), Historia de la Reforma en España (1975), Las tres columnas. Bases de la fe cristiana (1988), Cómo organizar una iglesia. Teología de la administración (1988), así como de las antologías de reformadores: Lutero (1968), Calvino (1971), Zwinglio (1973) y Heinrich Bullinger (1978).



El Bosquejo de dogmática, de Barth, aparecido en 1954, fue la gran entrada de este teólogo a la lengua castellana, gracias al contacto que el traductor estableció con él y de lo cual da fe en el prólogo: “Conversando en Amsterdam —era el año 1948— con Karl Barth, fue él mismo quien me propuso traducir al español su Bosquejo de dogmática” (p. 5), luego de que CUPSA y La Aurora dieron a conocer las conferencias sobre “teología dialéctica” (o “teología neo-ortodoxa”, que fue como se calificó el trabajo de Barth y otros teólogos cercanos a él) que ofreció Gutiérrez Marín en la Facultad Evangélica de Teología de Buenos Aires (1949), el volumenDios ha hablado. Inmediatamente después menciona que durante 1950 estudió ávidamente los 9 tomos de la ya monumental Dogmática de la Iglesia, que seguía creciendo. Con esas credenciales, el esfuerzo del traductor estaba plenamente justificado a pesar de las dificultades del lenguaje de Barth, pues tal como afirma Gutiérrez, este autor “sopesa las palabras, aquilatándolas de tal modo que el traductor ha de poner especial cuidado en no sustituirlas por otras parecidas, pero cuyo significado podría ser completamente distinto” (Ídem). No en balde el propio Brunner dijo que Barth era un “poeta de la teología”.



Pasa luego el traductor a valorar la obra barthiana hasta ese momento, con singular precisión: “Admirable es en él […] la seguridad con que ha seguido su camino, devolviendo golpe por golpe, en el fino sentido intelectual dialéctico de la palabra, y sin deseos de hacerse amigos, ni enemigos” (p. 6). Puntual descripción de lo que hizo siempre Barth, desde el inicio mismo, desde que la Carta a los Romanos (1919, 1922) fue una verdadera bomba. Ésa era la actitud de la llamada “neo-ortodoxia” barthiana: dinamitar los lastres de la teología liberal en la que se había formado y releer nuevamente los signos de los tiempos con una vocación profética y fielmente cristiana, especialmente ante la doble frustración producida por las dos guerras mundiales. El Bosquejo (Grundriss, en alemán) era, en realidad, un avance y un resumen de lo que sería la Dogmática, con la salvedad de que, al exponer el contenido del Credo Apostólico (ya lo había abordado en 1935 y en 1943; y ahora lo hizo como una serie de conferencias en Bonn), dentro de la más genuina tradición cristiana, Barth concentró en dicha exposición, el quid de las creencias apostólicas que la iglesia ha heredado desde sus inicios. La dogmática, entendida académicamente, tambiénes una ciencia y así lo escribió: “También la dogmática cristiana es un intento, un intento de comprender y un intento de expresar; un intento de ver, oír y señalar determinados hechos y, luego, vistos en conjunto y ordenados, ofrecerlos en forma de doctrina” (p. 16).



 



Portada de Nuestra fe, de Emil Brunner.



De modo que el volumen funciona también como una magnífica introducción al pensamiento barthiano, donde los primeros cuatro capítulos obligan al lector a replantearse el objeto mismo de la ciencia dogmática y lo que es creer como algo sustancial a la fe cristiana. Cada artículo del Credo es trabajado desde sus diferentes aristas y su lectura por separado es una experiencia en la que cada tema aporta una nueva comprensión. Destaca, entre ellos, El misterio y el milagro de la Navidad, que ha merecido publicarse por separado en varios lugares y que contiene afirmaciones como éstas: 




Así mirado, no podremos por menos de decir que la encarnación (Menschwerdung= el hecho de hacerse Dios hombre) es una analogía de la creación: Dios obra nuevamente como Creador, pero ahora no como Creador de la nada, sino que se presenta y crea dentro de la creación ya existente un nuevo comienzo en la historia, en la historia de Israel. En la continuidad de la historia de la humanidad se hace ahora visible un punto donde Dios mismo corre en ayuda de la criatura y se hace una sola cosa con ella. Dios se hace hombre. Así comienza esa historia. […]



Con toda seguridad puede decirse que tantas veces como se ha pretendido rehuir este milagro es que actuaba una teología que, en realidad, tampoco comprendía ni respetaba el misterio, sino que intentaba escamotear el misterio de la unidad de Dios y el hombre en Jesucristo, el misterio de la libre gracia de Dios. Por otra parte, cuantas veces se ha entendido este misterio y se ha evitado todo experimento de teología natural, porque no era necesario apelar a él, se reconoció el milagro con gratitud y gozo (pp. 152, 157-158).




De esta fuente bebieron pastores y estudiantes de los años 50 y 60, algunos de los cuales serían discípulos directos de Barth, como Emilio Castro, Juan Stam y Rolando Gutiérrez. El primero, promotor activo, afirmó:




Karl Barth es el teólogo de la Palabra, aquel que quiere que nos preocupemos más por el quédel Evangelio que el cómode su comunicación; llama a la Iglesia a asumir su papel específico porque de esa forma será fiel a la comunidad; que exige la libertad para los cristianos en el comercio social; que nos llama a andar en el mundo con la actitud esperanzada de los que saben que Dios ya ha pronunciado un sísobre toda la humanidad; en suma, aquel que cree en el triunfo de la gracia sobre todas las limitaciones humanas. [1]




Un libro de Alberto Roldán que está por aparecer, sondea también en profundidad en la importancia de Barth para la teología latinoamericana (Karl Barth en América Latina. Buenos Aires, Kairós, en prensa). La huella dejada por la obra siguió vigente e incluso se avivó al reaparecer en una nueva traducción (Sal Terrae, 2000), con prólogo de José Ignacio González Faus, quien se expresa así:




Barth fue el teólogo del nomás provocativo de Dios al hombre, mientras que su teología es el símás radical que haya dado al hombre. Fue el teólogo de una verticalidad casi intolerante. Y desde esa verticalidad llegó a una horizontalidad mayor que la de todos sus detractores y discípulos. Subrayó la incapacidad humana para habar de Dios […] Pero luego habló sobre Dios más (y quizá mejor) que nadie. […]



Por lo que hace al Esbozo de dogmática que ahora presentamos, verá el lector que se trata de un comentario al Credo. Este solo dato ya sugiere que no se debe leer de corrido. Está escrito para ser meditado y creído. Bastaría con leer un capítulo cada día, parándose a reflexionarlo luego. [2]




 



III




Dios es dueño del mundo rebelde y cumple en él sus amorosos designios. Él nos concede tiempo para que decidamos nosotros mismos y nos dirijamos a Él. Y en medio de este mundo des-ordenadoyen-diabladonos ofrece suficientes señales de su constante fidelidad de creador, para poder encontrar nuestro camino.



E.B., “Dios y lo antidivino”, en Nuestra fe




Cinco años después del libro de Barth, Gutiérrez Marín entregó la traducción de Nuestra fe, de Brunner, un libro más pequeño (126 pp.), pero no por ello menos sustancioso. Ciertamente, la fama de Barth ha eclipsado un tanto a su colega, y adversario en algunos momentos (nacido en Winterthur, doctor en teología por la Universidad de Zúrich y rector de esta institución entre 1942 y 1943, en plena guerra mundial), pero la calidad de su trabajo teológico teológico es innegable. En este caso, Gutiérrez Marín explicó: “…es un libro de palpitante actualidad […] Nuestra fe no está escrito para teólogos, sino para hombres y mujeres pensantes y, sobre todo, para la juventud” (p. 3). Eso se debe al origen del mismo: una serie de breves artículos publicados entre 1930 y 1935 en el periódico religioso Kirchenboten für den Kanton Zürich, que se publicó de 1915 hasta 2008.



Pocos libros de Brunner, prolífico también, hay en español, además de éste: La justicia (¡publicado por la UNAM en 1961!, un libro impresionante, filosóficamente hablando), La verdad como encuentro (1967), La esperanza del hombre (1973) y El malentendido de la iglesia (1993). En inglés hay disponibles varios más: El imperativo divino, Dogmática, El Mediador, El hombre en rebeldía: una antropología cristiana, La Palabra y el mundo, El encuentro divino-humano, Revelación y razón, Cristianismo y civilización, etcétera. Xabier Pikaza ha resumido los alcances de la teología de Brunner:




En contra de Barth, Brunner ha puesto de relieve la necesidad de un diálogo entre el hombre y Dios, interpretando el cristianismo como experiencia radical de alianza. En esa línea ha combatido no sólo en contra de un objetivismo dogmático (como si la fe se fundara en una serie de normas y principios exteriores al hombre), sino también en contra de un «subjetivismo trascendental (como si Dios se impusiera sobre el hombre desde fuera). Brunner es en línea protestante el mejor ejemplo de una teología del diálogo, desarrollada también por otros autores de su tiempo, tanto judíos (M. Buber) como cristianos (Ebner). [3]




El prólogo del autor está fechado en marzo de 1935, y en él Brunner manifiesta el propósito de contribuir al fortalecimiento de la fe de los lectores, por lo que está catalogado como un “libro catequístico”. 




“No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Esto no es ningún símil, sino una ley de la vida, que ha de extenderse textualmente. Lo mismo que hay una muerte por inanición física, existe una muerte del alma, causada por depauperación psíquica, y de esto padece, de manera crónica, la humanidad actual. El remedio no consiste, sencillamente, en que la Biblia se imprima y venda, ni siquiera en que sea leída. Antes bien, lo esencial es que sea comprendida y acogida por nosotros como la palabra de Dios misma. Sólo de esta manera podrá servirnos de alimento nutritivo (p. 5, énfasis agregado).




El libro responde al afán por hacer “digerible” la palabra bíblica, dada la dificultad con que algunos afrontan su lectura. Para Brunner, la teología debe servir como “intérprete que les explique los grandes y difíciles pensamientos bíblicos en el lenguaje de la vida cotidiana” (Ídem). El volumen lo forman treinta y cinco insumos de teología dialéctica presentada magistralmente, en la forma de un “catecismo ampliado y actualizado” en los que habla, como señala el traductor, “menos el sabio científico, que el hombre dotado de la sabiduría que viene de arriba y que sólo es posible tener en la fe del Hijo de Dios” (p. 7). Como comenta Alister E. McGrath: “Estos artículos estaban destinados a una audiencia de laicos y pastores, y no suponían ninguna familiaridad por parte de sus lectores con los debates teológicos contemporáneos o clásicos. Las conversaciones en las que se basaron surgieron de la participación de Brunner en el Grupo de Oxford, que nos ayuda a comprender su falta de inclinación a involucrarse en cuestiones de controversia teológica o tensión eclesiológica”. [4]



El tono que se deriva de esta salvedad tan relevante es evidente en cada página, pues los planteamientos se van sucediendo en una cadena lógica bien pensada para acicatear a los lectores y continuar bebiendo de esta sabiduría teológica tan necesaria. De ese modo, la línea de reflexión sigue un curso irrebatible y confiable: a la obligada pregunta “¿Hay un Dios?”, le sigue otra no menos exigente: “¿Es la Biblia la Palabra de Dios?”. Sus palabras recuerdan la valoración que hizo de la revelación general, motivo de su alejamiento de Barth, pero no por ello son menos apelantes o escasamente ligadas a los énfasis de la teología neo-ortodoxa:




Nuestro corazón no acierta a separarse de Dios, y sabe de él, pero nada exacto. Nuestra conciencia nos habla de Dios, pero sin claridad. Nuestro entendimiento da testimonio de Dios, aunque no sabe quién es. El mundo señala hacia Dios con millones de dedos, pero no puede mostrárnoslo.



Para conocerle verdaderamente sería preciso que él se nos revelase. Nuestro entendimiento, nuestra conciencia y la naturaleza con sus maravillas nos dicen que Dios existe; pero no nos dicen quiénes Dios. Esto nos lo manifiesta Dios mismo en su revelación (p. 12, énfasis original).




Para Brunner, ahondar en el misterio de Dios es sumergirse en los meandros de una revelación cuya magnitud rebasa considerablemente la capacidad humana. Teológicamente, agrega McGrath, “el libro de Brunner se posiciona dentro de un marco protestante clásico, predominantemente reformado, pero con matices luteranos. Sin embargo, lo más importante de este trabajo no es su orientación teológica, sino la presentación pedagógica de su material, que refleja claramente la experiencia de Brunner como pastor en Obstalten. Tiende a usar oraciones cortas, para evitar términos complejos y la jerga teológica, y para usar ilustraciones y analogías para hacer puntos teológicos inaccesibles”.[5] Y pone un ejemplo magnífico acerca de la forma en que explica cómo la Palabra de Dios es “vehiculada” por la Biblia, cuyo trasfondo de época se percibe inmediatamente, en su búsqueda exitosa de contextualizar la reflexión:




Por todas las esquinas se ven carteles de la fábrica de gramófonos “His masters voice” o sea: “La voz de su amo”. Con esto quiere decir la empresa: Compra un disco y oirás la voz del maestro, la voz de Caruso. ¿Es cierto? ¡Indudablemente! ¿Su voz; de veras? ¡Claro! Y no obstante, el gramófono, por su cuenta produce un ruido propio. Eso no es la voz del maestro, sino los arañazos de la placa de caucho endurecido. Un buen consejo: No hay que enfadarse con el caucho, porque gracias los discos con él hechos, puedes oír la voz del maestro.



Así sucede también con la Biblia. Gracias a ella percibes la voz del verdadero maestro y oyes verdaderamente su voz, sus palabras, lo que él quiere decir. Si al mismo tiempo surgen otros ruidos, es precisamente porque Dios habla por boca humana: Pablo, Pedro, Isaías y Moisés son hombres. Pero por ellos comunica él su palabra (p. 15).




¡Cuánta falta hace que hoy, en estos tiempos de retorno de los fundamentalismos, se haga caso a los maestros de la teología dialéctica! Ellos afrontaron y debatieron entre sí el gran dilema (y problema) de la complicada relación entre esa triada gloriosa: Revelación, Palabra de Dios y Biblia, que tantos dolores de cabeza sigue causando. Ese tipo de reflexión continúa durante todo el libro, al momento de explicar la elección eterna, el misterio humano, la ley, la promesa, el Hijo de Dios como mediador, la conversión, la libertad cristiana, la oración, la comunión, la iglesia, la vida eterna… Todo esto en dosis amablemente digeribles y de feliz comprensión, aun cuando proceden de uno de los mayores teólogos protestantes del siglo XX.



Así que hay que agradecer a CUPSA (y su contraparte argentina) el acceso a esta reflexión teológica de altura, que hoy podría decirse que se encuentra a años-luz de lo que prevalece en las actuales iglesias y comunidades. Estos 100 años han sido de un enorme servicio a la causa evangélica en todos nuestros países. ¡Que vengan muchos más!



 



Notas



[1] E. Castro, en Comunidad civil y comunidad cristiana. Montevideo, Unión Latinoamericana de Juventudes Evangélicas-Tauro, 1967 (Ensayos, 2), p. 28.



[2] J.I. González Faus, Barth, el contradictorio, en K. Barth, Esbozo de dogmática. Santander, Sal Terrae, 2000 (Presencia teológica, 108), pp. 7, 10. Énfasis agregado.



[3] X. Pikaza, Diccionario de pensadores cristianos. Estella, Verbo Divino, 2012, p. 142.



[4] A.E. McGrath, Emil Brunner: A Reappraisal. Chichester, Wiley Blackwell, 2014, p. 208. Versión propia.



[5] Ídem.


 

 


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Respondiendo a

TeoGraduado
13/07/2019
14:42 h
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Genial artículo
 



 
 
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