En ocasiones, la cola crecía y pesaba tanto que llegaba a rozar el suelo, ocasionando dolorosas llagas al animal. Cuando la Biblia habla de la grosura de la cola entera, se refiere precisamente a esto (Lv. 3:9).
El término “carnero” es muy común en la Biblia, puesto que en la versión Reina-Valera del 60 aparece en 159 ocasiones. En hebreo es ail, אַיל, palabra que etimológicamente significa “fuerza”. Se tradujo al griego por kriós, κριός, cuyo significado es precisamente carnero. Se trata de un mamífero rumiante ovino, macho, con unos cuernos robustos, estriados transversalmente y curvados o arrollados en espiral. Es un animal doméstico criado principalmente por su carne y por la lana que recubre su cuerpo, que suele ser blanca (aunque también los hay negros) pero siempre espesa y flexible.
La raza de ovejas a la que pertenecían los carneros citados en la Escritura (Ovis orientalis laticaudata) estaba bien adaptada a las regiones semidesérticas de Israel. Se trataba del carnero de Bujaria, oriundo de esta región de la antigua URSS en el Turquestán, que presentaba una gruesa y larga cola adiposa que solía ofrecerse junto con la carne del carnero en los sacrificios, ya que esta parte se consideraba como algo exquisito. En ocasiones, la cola crecía y pesaba tanto que llegaba a rozar el suelo, ocasionando dolorosas llagas al animal. Cosa que reducía el valor del carnero. En tales casos, el pastor le colocaba una especie de carrito para llevar la cola, con la finalidad de que ésta no se arrastrara por el terreno. Cuando la Biblia habla de la grosura de la cola entera, se refiere precisamente a esto (Lv. 3:9). En algunos países orientales todavía se consume la cola de los carneros como si se tratase de un manjar delicioso, ya que la mezcla de la grasa y la médula constituyen una especie de mantequilla singular.
Los hebreos del Antiguo Testamento fabricaban bocinas o trompetas de guerra (los llamados sophar) a partir de los cuernos del carnero.
Los hebreos consumían carneros y consideraban su carne como un valioso alimento (Gn. 31:38; Ez. 39:18). Estos machos eran de más valor que las ovejas y los corderos y, por tanto, más adecuados para los sacrificios (Gn. 15:9, Nm. 15:5, 6; 23:1; 28:11ss; Miq. 6:7). Solían ofrecerse como holocausto (Lv. 8:18, 21; 9:2; 16:3; 29:18; Nm. 7:15; Sal. 46:15; Is. 1:11; Ez. 45:23) y a veces en acción de gracias (Lv. 9:4, 18; Nm. 6:14, 17; 7:17; 28:11). Cuando la finalidad del sacrificio era pedirle a Dios la reparación del algún error personal “en las cosas santas del Señor”, tenía que inmolarse necesariamente un carnero (Lv. 5:15; 6:6; cf. Lv. 19:21; Nm. 5:8; Esd. 10:19). También se ofrecía este animal en el ritual de purificación de los nazareos (Nm. 6:14) y en la consagración de los sacerdotes. Las pieles de los carneros, teñidas de rojo, servían, entre otras cosas, como cubiertas del Tabernáculo (Ex. 26:14). Los cuernos o sophar se usaban como trompetas de guerra y del Jubileo (Jos. 6:4-6, 8, 13).
La oveja (Ovis orientalis) es un mamífero artiodáctilo de la familia de los bóvidos que incluye a las ovejas domésticas y diversos carneros silvestres euroasiáticos, como los muflones y los uriales que poseen cuernos muy desarrollados. Se conocen nueve subespecies distintas. El origen de la oveja es incierto pero está claro que su parentesco con los muflones (especialmente con los de Anatolia, Irán, Chipre, Cerdeña y Córcega) debe ser cercano ya que se pueden cruzar entre sí y tener descendientes fértiles. Los datos arqueológicos y cromosómicos de que se dispone indican que la oveja doméstica desciende del muflón y que su domesticación se debió producir en algún lugar del Mediterráneo oriental hace alrededor de diez mil años. Posteriormente, desde el Creciente Fértil, se difundió por toda la cuenca mediterránea. Una característica curiosa es que todas las especies salvajes tienen la cola corta, mientras que las domésticas suelen tenerla muy larga. Esto parece una degeneración producida por la domesticidad.
Los muflones del Atlas (Ammotragus lervia), llamados también arruís o carneros de Berbería, son nativos de las zonas rocosas del Sáhara y el Magreb, aunque se han introducido en otras regiones, llegando hasta Egipto. (Tomé esta imagen en la Finca Experimental La Hoya de Almería -antiguo Parque de rescate de la Fauna Subsahariana- gracias a la gentileza de su director).
El gran predicador inglés, C. H. Spurgeon, comentando el versículo 20 del salmo 37 escribe las siguientes palabras:
“Los enemigos de Jehová como la grasa de los carneros. Como la grasa y el sebo de los sacrificios que eran quemados en su totalidad sobre el altar, así desaparecerán los impíos del lugar de honor y orgullo que ahora ocupan. ¿Y cómo podría ser de otra manera? Si el rastrojo se atreve a contender contra la llama ¿qué final cabe imaginar que le espera? Serán consumidos, se disiparán como el humo. Sí, como la madera seca; como un montón de hojarasca, cual carbones encendidos pronto se extinguirán y para siempre, (…) Se engordaron a sí mismos y perecieron a causa de su propia grasa. Se hicieron consumidores de todo lo placentero y al final consumidos acabarán ellos mismos”.[1]
[1] Spurgeon, C. H. 2015, El Tesoro de David, CLIE, p. 926.
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