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Leopoldo Cervantes-Ortiz
 

Zwinglio y el anabaptismo según Donald F. Durnbaugh

La intolerancia protestante tuvo una gran responsabilidad en la persecución de muchos militantes de estos grupos, cuya indefensión era mayúscula ante los embates de gobernantes y líderes religiosos.

GINEBRA VIVA AUTOR Leopoldo Cervantes-Ortiz 16 DE FEBRERO DE 2019 10:00 h
Fotograma de la película La herencia de Zwinglio.


Zwinglio está de pie frente a mí como una pared que sobresale.



Karl Barth, La teología de Zwinglio, 1922-1923 (2004)




 




Maestro Ulrich, no le es lícito a usted dejar la decisión... en manos de estos señores, pues la decisión ya ha sido tomada: el Espíritu de Dios es el que decide. Si estos señores adoptan y estatuyen una línea de conducta que vaya contra la decisión de Dios, yo le pediré a Cristo su Espíritu, y predicaré y actuaré contra lo que los señores digan.



Conrad Grebel a Zwinglio sobre el futuro de la misa




Después de las conmemoraciones de los 500 años del nacimiento de Juan Calvino, en 2009, y del inicio de la Reforma luterana, en 2017, toca el turno a Ulrich Zwinglio (1484-1531), el reformador humanista de Zúrich, Suiza, quien el 1 de enero de 2019 comenzó como predicador en la catedral de esa ciudad una serie de predicaciones sobre el evangelio de Mateo, rompiendo así con la tradición de hacerlo según el orden establecido. Iniciaba así una difícil pendiente que desembocaría cuatro años después en dos disputas teológicas, en las que se impuso su criterio y, en 1525, cuando la misa romana se acomodó a las exigencias de la nueva Cena, sin valor sacrificial y en alemán. “Fue la liturgia más adusta de los primeros reformadores. La palabra oscurecía a todo lo demás”, según palabras de Teófanes Egido, en Las reformas protestantes (1992).



Estamos, pues, ante la tercera gran figura de la llamada Reforma Magisterial (“iglesias establecidas del protestantismo clásico, así las territoriales como las nacionales, en oposición a las sectas, comunidades e iglesias voluntarias de la Reforma Radical”, según la magnífica definición de George H. Williams), que marcaría profundamente el desarrollo de las transformaciones religiosas en Suiza y Europa, aun cuando la vida de Zwinglio terminó abruptamente en una batalla, la de Kappel, el 11 de octubre de 1531, no sin antes haber participado en la importante conferencia de Marburgo sobre la Santa Cena (octubre de 1529), donde se encontró frente a frente con Lutero y Melanchton. Sobre este reformador se han realizado dos películas recientes en el ámbito suizo de habla alemana: la primera, bajo la dirección de Stefan Haupt, que se ha estrenado recientemente, y una segunda, con menor difusión (Zwinglis Erbe, La herencia de Zwinglio), dirigida por Alex Fröhlich, pero que también está en cartelera.



 



Ulrich Zwinglio.

El ambiente social y religioso de Zúrich es bien descrito por Egido: “Zwinglio no actuaba solo. En Zúrich se había desencadenado ya el movimiento reformador. Como el obispo respondió con el silencio cómo do a las solicitudes de un sínodo (concilio provincial, del obispado), el Consejo de la ciudad, previamente ganado a la causa reformista, se atribuyó la capacidad de decisión. Con ello las oligarquías urbanas conquistaban el ambicionado espacio del poder eclesiástico y la jurisdicción religiosa. El instrumento público, legalizador, para tales transferencias siguió el modelo bien conocido y escolástico en su forma de la disputa teológica, convocada siempre por la instancia que creía asegurada la victoria de antemano” (p. 115).



El sucesor de Zwinglio, Heinrich Bullinger (1504-1575) pudo delimitar los poderes civil y religioso y unificó a las principales ciudades suizas en la Primera Confesión de Fe Helvética (1536), consiguiendo un importante acuerdo con Calvino en el tema eucarístico, mediante el Consenso Tigurino de 1540). Con la Segunda Confesión Helvética (1560), el zwinglianismo, y más moderado, lograría establecerse fuera de los cantones y se extendería en el centro de Europa, Francia, Escocia y en el Palatinado alemán. Sin duda que la revisión de la vida y obra de Zwinglio exige nuevas revisiones y análisis, algunos de los cuales incluso han tenido lugar en esta publicación desde hace tiempo (véase Mario Escobar Golderos, “La Reforma en Suiza: Zwinglio”). 



Los historiadores del anabautismo siempre han destacado el rechazo de la Reforma Magisterial a la también llamada Reforma Radical. La intolerancia protestante tuvo una gran responsabilidad en la persecución de muchos militantes de estos grupos, cuya indefensión era mayúscula ante los embates de gobernantes y líderes religiosos que los veían como un peligro para la estabilidad social y política de los territorios en los que se encontraban. El terrible episodio de las guerras campesinas de 1525, en donde la figura de Thomas Müntzer (discípulo de Lutero, inicialmente) fue central, es, quizá, el caso más conocido. Si se observan algunos mapas del desarrollo de las reformas religiosas en Europa, se apreciará cómo esta “tercera fuerza” teológica y comunitaria alcanzó un vigor que dio razón a la creciente preocupación que producía su crecimiento. La monumental obra de Williams, La Reforma Radical (México, Fondo de Cultura Económica, 1983) ha contribuido significativamente a una mejor valoración de los grupos anabautistas como un movimiento europeo de amplio alcance.



 



Focos anabautistas en Alemania en el siglo XVI.



El surgimiento, en la misma ciudad, de un importante movimiento anabautista, los “hermanos suizos” (el 21 de enero de 1525 es la fecha clave), forjado por algunos antiguos seguidores de Zwinglio (Luis Haetzer, Conrad Grebel, Felix Manz, Simón Stumpf, Balthasar Hubmaier y otros más), muestra el carácter plural, crítico e impredecible de muchas de las protestas religiosas y teológicas de la época. En ese contexto, resultó muy contradictorio que adentro mismo de la iglesia reformada que se comenzó a gestar con Zwinglio, tempranamente se manifestase la intolerancia criminal contra esos grupos contestatarios hacia los diversos Estados, la iglesia católica y las nuevas iglesias protestantes, luteranas y calvinistas. Este reformador tuvo que ver directamente con los primeros asesinatos de creyentes anabautistas. El de Manz, en mayo de 1527, manchó de sangre las manos de la Reforma zwingliana.



Uno de los historiadores del anabautismo de gran calado fue el Dr. Donald F. Durnbaugh (1927-2005), miembro de la Iglesia de los Hermanos. Invitado a participar en una de las reuniones de diálogo sobre las Reformas Primera y Segunda por la entonces Alianza Reformada Mundial (ARM), como parte de una serie de consultas iniciada en Praga en 1986 y continuada en 1987 y 1989. En la consulta llevada a cabo en Ginebra entre el 28 de noviembre y el 1 de diciembre de 1994, Durnbaugh expuso un amplio trabajo titulado The First and Radical Reformations and their Relations wiuth the Magisterial Reformation (“La Primera Reforma y la Reforma Radical: sus relaciones con la Reforma Magisterial”), publicada en el volumen Towards a renewed dialogue. The First and Second Reformations (Ginebra, ARM, 1996, Estudios de la ARM, 30), editado por el Dr. Milan Opočenský (1931-2007), secretario general de la ARM, quien explica en la introducción el avance de las consultas y el uso de la nueva terminología histórica. La Primera Reforma es la que surgió con la Unidad de los Hermanos Checos y Moravos, que inspiró a otros grupos. La Segunda Reforma es la también llamada reforma clásica o Magisterial. La Reforma Radical agrupa a los anabautistas del siglo XVI, los Amigos del XVII y la Iglesia de los Hermanos, del XVIII.



La tesis alrededor de la cual gira el texto de Durnbaugh es que, más allá de las interpretaciones que, con el paso del tiempo, han marcado las diversas lecturas de las relaciones históricas entre todos estos movimientos, existieron múltiples redes de contacto entre ellos, las cuales no han quedado tan claras debido a los sesgos doctrinales y teológicos propios de muchos de ellos al momento de hacer recuentos y recapitulaciones. Con eso en mente, despliega en su exposición una sorprendente sucesión de contactos, encuentros y desencuentros que, al realizarse de manera simultánea en medio de la vorágine social, política y religiosa, ha quedado oscurecida y relegada con el paso del tiempo.



De entrada, se refiere también a los matices derivados de la nomenclatura enunciada por Opočenský en la introducción, sólo que, al profundizar en ella, encuentra, por ejemplo, lo siguiente:




El ímpetu que subyace a la fórmula Primera Reforma parece proceder de la necesidad de considerar las energías reformadoras de estos cuerpos como significativos en su propio derecho y no sólo como preludio o prólogo de la “línea principal” o “clásica” de la Reforma del siglo XVI. Las etiquetas ampliamente utilizadas para indicar su naturaleza preparatoria o incompleta fueron términos tales como “precursores” o “pioneros” de la Reforma. Un autor del siglo XVIII llamó a la Unidad de los Hermanos, “calvinistas antes de Calvino” [Johan Christoph Koecher] (p. 8). (Versión: LC-O)




En esa línea explicativa, una observación posterior que hace es particularmente relevante, porque se refiere al énfasis persecutorio que se desató ante el avance de las múltiples disidencias religiosas: “Los esfuerzos decididos para suprimir la disidencia en el siglo XVI se basaron en la convicción de que tolerar los puntos de vista separatistas debilitaría necesariamente la estabilidad social. Mientras estos reformadores se dedicaron a defender la independencia y la integridad de la iglesia en contra de los poderes seculares, ambos en la teoría y en la práctica requirieron del apoyo gubernamental, incluyendo la coerción cuando era necesario. Esta actitud frecuente fue calificada de ‘constantiniana’ o se consideró una extensión del ideal de la cristiandad unida” (p. 9). En otras palabras, la enorme incomprensión mutua que dominó a prácticamente todos los movimientos reformadores fue la causa del distanciamiento que se ha venido subsanando paulatinamente a través de los esfuerzos recientes.



En esa dirección sigue Durnbaugh con su revisión, sucesivamente, de las relaciones entre la Primera Reforma y la Reforma Radical (pp. 10-12), la Primera Reforma y el protestantismo Magisterial (pp. 12-14) y la Reforma Radical y la Reforma Magisterial (pp. 14-21), la sección más extensa de su texto, que comienza precisamente con “Zwinglio y los anabautistas”, en la que expone, primeramente, la “escuela de interpretación liderada por el decano de la investigación anabautista, Harold S. Bender, y apoyada en la siguiente generación por John H. Yoder”. Ambos retrataron “la división como algo causado por la reticencia de Zwinglio para permitir la lógica de sus propias conclusiones bíblicas que lo llevó a entrar en conflicto con el consejo de la ciudad. Desde esta perspectiva, sus jóvenes seguidores como Conrad Grebel y Felix Manz rompieron con su maestro cuando él transfirió a los dirigentes de la ciudad la extensión y el ritmo del impulso de la reforma” (p. 14). La decisión de Grebel (“uno de los altos momentos históricos, por muy oscuro que fuera”) fue trascendental, pues según Bender, “marcó el inicio del movimiento moderno de ‘iglesias libres’” (Ídem).



 



Donald F. Durnbaugh.

Esta interpretación, comenta Durnbaugh, “ha sido reemplazada por otra que ve esto como una etapa en el desarrollo del movimiento separatista, quizá claramente en camino a la conformación de la Unión de Hermanos de Schleitheim, en 1527. Asimismo, ha habido consenso al ver los múltiples orígenes del movimiento anabautista en Alemania central y del sur, Moravia y el Bajo Rhin, además de Zúrich” (Ídem). La ruta trágica del anabautismo parecía imparable y así se dio el martirio de Manz, “quizá como un juego macabro sobre el bautismo de creyentes que él y otros habían recibido y llevado a cabo; otros Hermanos Suizos fueron sentenciados a prisión y sus asociados extranjeros fueron expulsados de la ciudad” (p. 15). Zwinglio y Bullinger no descansaron en su intento de acabar con ese movimiento (o al menos, desacreditarlo) y, para tal fin, escribieron prolíficamente, como lo consigna Durnbaugh puntualmente: “Bullinger se esforzó por distanciar a la reforma de Zúrich como lugar de origen de la Reforma Radical al escribir polémicamente contra los anabautistas. En gran medida logró colocar la carga de la disidencia en los alemanes, cambiando sus comienzos lejos de la escena de Zúrich a Sajonia, centrándose en los profetas de Zwickau. La maniobra fue tan exitosa que influyó en la historiografía hasta este siglo [XX]” (Ídem).


 

 


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