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Leopoldo Cervantes-Ortiz
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50 años sin Karl Barth: apuntes sueltos (I)

El tono existencialista de su teología, que nunca ocultó, le permitió someterse a un rigor y a una pertinencia que llaman la atención inmediatamente y sacuden al lector/a sin remedio, como cuando hace pedazos cualquier posibilidad de “salvar” la práctica religiosa o de “independizarse” de la Revelación divina.

GINEBRA VIVA AUTOR Leopoldo Cervantes-Ortiz 10 DE DICIEMBRE DE 2018 21:00 h
Portada del medio Réforme, del 6 de diciembre de 2018, con una foto de Karl Barth en la portada.

Para Arturo Arce V., con inmensa gratitud barthiana




La comunidad cristiana está fundamentada en el reconocimiento del Dios que, siendo Dios, se hizo hombre, convirtiéndose de ese modo en prójimo del ser humano. Lo cual conlleva inevitablemente que la comunidad cristiana se ocupe ante todo del ser humano, y no de ninguna otra cosa, tanto en el ámbito político como en cualquier otra circunstancia. Después de que Dios mismo se hiciera hombre, el ser humano es la medida de todas las cosas.[1] K.B.




Este 10 de diciembre se cumplen exactamente 50 años del deceso del teólogo reformado suizo Karl Barth en Basilea, nacido el 10 de mayo de 1886 en la misma ciudad. Considerado como uno de los mayores teólogos del siglo XX, su fama e impacto ha trascendido las barreras confesionales hasta alcanzar espacios culturales impensados. Su obra magna, la Dogmática de la iglesia (Die Kirchliche Dogmatik, 13 volúmenes publicados desde 1932 hasta su muerte),muchas veces mal citada y escasamente leída (quizá sólo por los especialistas) es considerada como la “suma teológica” del siglo XX y, para repetir el consabido lugar común, únicamente equiparable a lo producido por Santo Tomás de Aquino. No en balde Hans Küng lo incluyó en su introducción a la teología Grandes pensadores cristianos, después de Lutero y Schleiermacher. Cualquier buen lector de teología puede quedar intimidado y abrumado ante el volumen de su obra y, aunque el acercamiento sea fragmentario necesariamente, sus diferentes libros, variados y dispersos en el tiempo, dejan una sensación de vacío de la cual es difícil desprenderse. Maestro, colega y contemporáneo de la gran pléyade de teólogos protestantes del siglo pasado (Bultmann, Brunner, Bonhoeffer, Moltmann, Sölle, Pannenberg…), ha sido objeto de valoraciones e interpretaciones múltiples (entre ellas, las de Hans Urs von Balthasar y el propio Küng, en el ámbito católico, y la de G.C. Berkouwer, en el protestante) y los testimonios de las dimensiones de su impacto son vastos y muy sensibles.



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Portada de Instantes, de Karl Barth.

La correspondencia entre Barth y Bultmann (Desclée de Brouwer, 1973), sus ríspidas discusiones con Emil Brunner, así como su ascedencia sobre Bonhoeffer son ejemplos de la intensidad con que asumió su papel como pensador cristiano. En el primer caso, el libro que recoge las cartas entre ambos teólogos es un modelo de aprendizaje mutuo, aun cuando no estuvieran siempre de acuerdo. En el segundo, destaca la fiereza con que Barth solía defender sus puntos de vista, incluso si se trataba de correligionarios muy cercanos. En el tercero, es notable la manera en que el teólogo suizo influyó sobre el autor de Vida en comunidad para convencerlo de volver a Alemania ante los riegos planteados por el régimen nazi. En cada situación, la enérgica voz profética y teológica de Barth resonó como una molesta trompeta para los oídos de muchos, incluso de quienes creían que era ambiguo al momento de asumir posturas comprometedoras. El desencuentro que tuvo con el teólogo holandés ultraconservador Cornelius van Til (1895-1987) es otra muestra de ello, pues en muchos círculos se le atacaba ferozmente y su nombre se volvió sinónimo de riesgo innecesario, de contradicción auto-asumida y hasta de irrespeto por la tradición, lo que hizo que profesores como el citado previnieran a los lectores jóvenes al acercarse a sus libros.



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La enorme admiración que produce la teología barthiana se ve complementada por los episodios en que debió estar, apurado por las circunstancias, en el ojo del huracán. Fue lo que sucedió con la Declaración de Barmen (1934) en la que encabezó una rebelión teológico-política en contra de las imposiciones de religiosas de Adolfo Hitler a un año de llegar al poder. Tal oposición le valió ser despedido por la Universidad de Bonn, en donde era profesor desde 1930. Jamás volvería a Alemania como docente de teología, pues permaneció en su natal Basilea, donde forjaría el resto de su obra monumental, hasta su fallecimiento. Las esporádicas visitas que hizo a Estados Unidos fueron verdaderos acontecimientos y su encuentro con Martin Luther King Jr. en uno de ellos Apareció, en el que quizá fue el momento climático de su fructífera existencia, en la portada de la revista Time, el 20 de abril de 1962, con la tumba vacía de Jesús a su lado y el membrete que trataba de resumir en una sola afirmación (“La meta de la vida humana no es la muerte sino la resurrección”) el perfil cristológico que lo caracterizó siempre.



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Portada de Comunidad civil y comunidad cristiana.

Un discípulo latinoamericano, el metodista uruguayo Emilio Castro (secretario general del Consejo Mundial de Iglesias entre 1985 y 1992), en el prólogo del pequeño volumen Comunidad civil y comunidad cristiana, escribió: “Si quisiéramos resumir el pensamiento teológico de Karl Barth en una sola frase diríamos así: para Barth toda teología es Cristología. Si Dios ha hablado en Cristo nada puede ser juzgado fuera de su relación a Jesucristo. Ninguna declaración teológica puede hacerse que no tenga referencia al hecho de Dios presente en Jesucristo. Si Dios ha hablado, todo nuestro pensamiento tiene que volver una y otra vez a esta afirmación esencial”.[2] Castro también se refiere al calificativo de “teología de crisis” (“por colocar todas las relaciones humanas —la religión en primer lugar— bajo el juicio de Dios”) que recibió el pensamiento barthiano y la fuerza con que éste criticó a la teología liberal.



Otro teólogo reformado, el francés Georges Casalis (1917-1987) hizo un puntual Retrato de Karl Barth, que puede leerse en castellano. Allí afirma, acerca del concepto barthiano sobre la naturaleza de la iglesia, que mucho serviría hoy a varias comunidades por todo el mundo:




La teología para Barth es […] el producto de la reflexión del predicador y de la Iglesia acerca de su propio mensaje; es, en cada época, la respuesta que la iglesia trata de dar a la pregunta decisiva del contenido de la predicación. Y aquí se ve asomar una noción bien definida de la Iglesia: ni institución ni lugar de conservación o de defensa de los valores morales y espirituales. Es, en primer lugar, un pueblo de testigos, encargado de hacer oír al mundo la buena nueva del Reino de Dios. […] si sabe lo que tiene que decir a cada paso de la historia del mundo, entonces es la Iglesia, es la Iglesia sin cesar; no lo es más que siéndolo de nuevo”.[3]




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Referencia ineludible para el pensamiento protestante contemporáneo, pues nadie que se precie de conocer, así sea ligeramente el desarrollo de la teología evangélica puede ignorar su trabajo, produjo una obra a la que se ha catalogado de diversas maneras: “teología dialéctica”, “teología neo-ortodoxa”, sin que ninguna de esas etiquetas sea capaz de dar cuenta de su carácter proteico y, al mismo tiempo, profundamente seductor. Influido profundamente por Søren Kierkegaard y Rudolf Otto, fue más allá de ellos al replantear la totalidad de la fe cristiana desde un punto de vista que, sólo si se ve superficialmente, parece enormemente conservador, pero que, si se asume el reto de someterse al rigor de seguir su pensamiento sin ambages ni ambigüedades, resulta sumamente enriquecedor. El tono existencialista de su teología, que nunca ocultó, le permitió someterse a un rigor y a una pertinencia que llaman la atención inmediatamente y sacuden al lector/a sin remedio, como cuando hace pedazos cualquier posibilidad de “salvar” la práctica religiosa o de “independizarse” de la Revelación divina: “La Religión, considerada desde la Revelación, aparece como el intento del hombre que se esfuerza en captar precisamente aquello que Dios manifiesta. Es un intento que pretende sustituir la acción divina, convirtiéndola en quehacer humano. A fin de cuentas, lo que ha sucedido es que el hombre ha forjado, con sus pensamientos y fuerzas propias, una imagen de Dios que ocupa el lugar de la realidad divina que se le ofrece y manifiesta en la Revelación”.[4] Acto seguido, cita a Calvino en la Institución de la Religión Cristiana (I, II, 8) para reforzar su dicho, cuando éste se refiere al espíritu humano como una “fábrica constante de hacer ídolos”.



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Barth junto a Luther King en Princeton, en 1962.

Si para muchos, es ya un “teólogo pasado de moda”, el fervor que suscita, al mismo tiempo que la frustración por comprenderlo (por partes prácticamente iguales), amerita que se siga recomendando su lectura, aun cuando se anticipe la dificultad que implica tratar de superar las “aduanas” que representa entrar a su obra incluso desde los libros más breves. Es el caso de Adviento, Introducción a la teología evangélica, Bosquejo de teología dogmática o Mozart, quizá el más ligero, pero también el más propositivo y lúdico de su inmensa producción. La dificultad del idioma que, para el caso del castellano ha ocasionado el gran problema de acceder a sus libros más representativos (el Comentario a los Romanos tardó nada menos que 80 años en aparecer completo en castellano) es una barrera que se libra gracias a la gran cantidad de traducciones que existen al inglés.



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Practicante de un peculiar sentido del humor que rompía con la imagen del teólogo convencional, Barth entremezclaba en sus declaraciones muchos de los logros que alcanzaba en sus disquisiciones y en las largas parrafadas de su obra magna. También por ello era difícil de seguir por algunos de sus pretendidos discípulos, muchos de los cuales se alejaban decepcionados por no captar suficientemente el talante de un pensamiento religioso tan autocrítico y sugerente. Acaso haya sido otro de sus discípulos latinoamericanos (paradójicamente nacido en Estados Unidos), Juan Stam, quien lo ha retratado con pocas palabras para definir su personalidad:




Mis recuerdos son mayormente del coloquio inglés de Barth donde dialogaba con los estudiantes extranjeros (unos cien; tenía coloquios también en alemán y francés). Una vez un alumno comenzó su pregunta con: “Usted, como el teólogo más grande del siglo XX, ¿qué piensa de...?”. Barth le respondió: “No hay teólogos grandes. Al pie de la cruz, todos somos párvulos” […]




Cuando regresé a nuestro Seminario en Costa Rica y me pidieron una charla sobre Barth, resumí mi impresión de su persona con tres palabras latinas: humanitas,humilitase hilaritas. Eso fue Karl Barth.[5]



*



 



Karl Barth en la portada de la revista Time, en 1962.

Haber escuchado a su último asistente en abril de 2007, el Dr. Eberhard Busch (1937), profesor de la Universidad de Göttingen, y autor de valiosos volúmenes sobre su maestro y mentor, en un par de conferencias y varias charlas, ha sido una de las experiencias teológicas más trascendentales para quien esto escribe, puesto que el “sabor barthiano” de este otro personaje permite paladear, así sea a la distancia, algo de la intensidad que representó el autor deA las puertas de San Pedro, con todo lo que tiene de valor formativo. La antología de Barth recopilada por Busch (Instantes) es un mosaico desafiante e inacabable del magisterio de este teólogo que sigue iluminando a la iglesia de todos los tiempos con su atingencia y expresión de la fe, más allá y más acá de todas las críticas que puedan y deban hacérsele. Éstas son las palabras iniciales de esa obra: “Instantes. Instantes para la pausa o para la apertura. Instantes para respirar hondo, para reflexionar, para asombrarse, para sonreír, para preguntar. Instantes para mirar hacia lo alto y progresar, para cobrar aliento, para estar contento. Karl Barth invita y anima a tener experiencia de tales instantes”.[6]Eso y más puede obtener quien se acerque a Barth, teólogo cristiano sin par, con sus geniales aciertos y sus enormes errores.



 



Notas



1 K. Barth, “Culto público”, en Instantes. Textos para la reflexión escogidos por Eberhard Busch. Santander, Sal Terrae, 2005 (El pozo de Siquem, 171), p. 108. El texto pertenece a la Dogmática de la iglesia, III/2, pp. 740s, 743s. Énfasis agregado.



2 E. Castro, “Karl Barth”, en K. Barth, Comunidad civil y comunidad cristiana. Montevideo, Unión Latinoamericana de Juventudes Evangélicas-Ediciones Tauro, 1967 (Ensayos, 2), p. 14.



3 G. Casalis, Retrato de Karl Barth. Buenos Aires, Methopress, 1966, p. 28.



4 K. Barth, La Revelación como abolición de la religión. Pról. de Daniel Vidal. Madrid-Barcelona, Marova-Fontanella, 1973 (Nuevas fronteras), pp. 69-70. Este libro es la traducción del párrafo 17 de la sección tercera del capítulo 2 de la Dogmática de la Iglesia en alemán, vol. I/II, publicada en 1948.



5 J. Stam, “Algunos recuerdos de Karl Barth”, en www.juanstam.com,31 de diciembre de 2008.



6 E. Busch, “Prólogo” a K. Barth, Instantes, op. cit., p. 9.


 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

Rogelio
11/12/2018
12:17 h
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En 1962, al final de una conferencia que Barth dio en Chicago, un estudiante le preguntó si podría resumir su inmensa obra teológica en una sola frase. Karl Barth pensó un momento, y cantó el corito "Jesus loves me, this I know, for the Bible tells me so". O sea, "Jesús me ama, lo se, porque me lo dice la Biblia". Esa fue toda su respuesta. Suficiente.
 



 
 
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