Él no sólo llevó nuestro dolor en la cruz sino que además nos sigue instando a dirigirnos a Dios en oración para que nos ayude.
Aquel joven de veinticinco años, llamado Joseph M. Scriven, esperaba casarse al día siguiente con una mujer a la que amaba de todo corazón.
La misma víspera de la boda, la novia murió al ahogarse en un accidente.
Destrozado, el muchacho abandonó su Irlanda natal y emigró a Canadá con la intención de empezar una nueva vida. Mientras se ganaba el pan como maestro, se enamoró de una mujer llamada Eliza, pariente de uno de sus alumnos.
Como si le persiguiera una maldición, Eliza cayó enferma y murió antes de que contrajeran matrimonio. Aquella segunda tragedia sacudió la vida de Joseph que, poco después, se convirtió en predicador en una iglesia evangélica.
Precisamente, en esa época, la madre de Joseph enfermó y, deseando consolarla, le envió una carta en la que incluía un poema titulado What a Friend We have in Jesus (Qué amigo tenemos en Jesús).
Durante el resto de su vida, Joseph no llegó a casarse y, por el contrario, entregó su tiempo, su dinero, en ocasiones, hasta la ropa que tenía para expandir el Evangelio y ayudar a los necesitados.
En cierta ocasión, encontrándose enfermo, un amigo que acudió a visitarlo examinó sus poemas y quedó impresionado por su profundidad espiritual. Fue así como, a los treinta años de su redacción, se publicó What a Friend… en un libro titulado Hymns and Other Verses (Himnos y otros versos).
Poco después, un músico llamado Charles C. Converse le puso letra a What a Friend… pero el salto a la fama vino de la mano de Ira D. Sankey, un popular músico y predicador evangélico, que comenzó a utilizarlo en sus reuniones de evangelización.
La canción es muy hermosa y enfatiza una cuestión enormemente importante, la de que en un mundo donde la infelicidad, el desasosiego y la desgracia son cotidianas, Jesús es nuestro amigo.
Él no sólo llevó nuestro dolor en la cruz sino que además nos sigue instando a dirigirnos a Dios en oración para que nos ayude en nuestros problemas cotidianos.
Escuché esta canción al poco de convertirme y no pude estar más de acuerdo con su contenido.
Yo sabía por experiencia propia que Jesús era mi amigo. Me había ayudado en momentos difíciles de mi vida – no podía ni imaginar lo que vendría después – me había sacado de una secta a través de su palabra y podía sentir su cercanía a cada instante.
No he tenido ocasión de volverme atrás de esa apreciación. En las horas más negras y difíciles, cuando gente que creía que eran amigos ha demostrado todo lo contrario e incluso han dado muestras de una terrible ingratitud o de una incomprensible envidia, siempre he sabido que Jesús estaba a mi lado, que podía confiar en él y que me seguiría guiando.
Sé que mi experiencia no es única y que no pocos de los paseantes de este muro pueden contar lo mismo.
Como siempre – o casi siempre – he escogido dos versiones para que disfruten de este himno. La original es de Alan Jackson y es magnífica; la hispana no la desmerece.
Una última consideración. Cuando Joseph murió, su vida había sido en apariencia gris y anónima. Indudablemente, había pasado por momentos de enorme dolor. Pero había mucho más que esos aspectos.
Su canción ha tocado innumerables corazones y su labor fue un testimonio impresionante para muchos.
De hecho, los habitantes de Port Hope, la ciudad de Canadá donde vivió, decidieron levantar un monumento a su memoria agradeciéndole todo el bien que les había hecho.
Seguro que Joseph, como yo, sabía que lo más importante no es ese reconocimiento sino que lo verdaderamente relevante será el momento en que, al otro lado, nos encontraremos con nuestro amigo Jesús.
Ésta es la versión de Alan Jackson de What a Friend we have in Jesus. ¿Qué quieren que les diga? A mi me parece extraordinaria:
Aquí tienen una versión en español. La canta Carol Dughman acompañada por el coro de una iglesia evangélica. Es – a mi juicio – una versión muy hermosa del conocido himno:
Tomado con permiso de CesarVidal.com
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